lunes, 17 de febrero de 2025

No aprendió a gritar, el agua.


No aprendió a gritar, el agua.

O lo olvidó, tal vez, sin comprender que lo había aprendido.

Por esto, son otros los que gritan por ella.

El viento, por ejemplo.

Y hasta la oscuridad lo intenta desde el fondo más profundo.

¿Por qué no aprendió a gritar el agua?

¿O por qué lo olvidó?

Mi teoría es que no aprendió porque no tuvo nunca a quién gritar.

Y le bastó permanecer, para hablarse a sí misma.

No tengo respaldo para esto, por supuesto, pero mi convicción es firme.

Y puedo reemplazarla por algunas observaciones:

No tiene boca la piel del agua.

Su superficie, digamos, no tiene boca.

A veces una medusa intenta tomar ese lugar, pero desiste.

Desiste cuando comprende que no es necesaria de esa forma.

Ni siquiera cuando sueña el agua grita.

Probablemente piense que se trate de un artificio.

Como el invento ese de la lengua materna.

Por eso no grita, decía.

Porque conoce el engaño y sabe que el grito, de cierta forma, viene a perpetuarlo.

Los que dicen que soñar es mejor, sin embargo, no distinguen estas diferencias.

Tampoco las buscan, por cierto.

Solo arman una cama dentro de otra y se aprestan a dormir, en el sueño.

Así, finalmente, el agua los deja dormir, sin molestar.

¿Por qué lo hace?

Sencillo:

Porque no aprendió a gritar, el agua.

No aprendió a gritar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales