viernes, 28 de febrero de 2025

Echar la puerta abajo.


Ocurrió ayer, pero lo cierto es que el cuándo da lo mismo.

Lo importante es el hecho.

Y el hecho, en concreto, es que bomberos y policías tuvieron que echar la puerta abajo.

Lo hicieron golpeando con uno de esos tubos de metal grandes y pesados que usan en los allanamientos.

Esta vez, sin embargo, la razón que motivó que rompiesen la puerta fue otra.

¿Cuál fue esa razón?

La respuesta es sencilla: se debió al hedor que salía del lugar.

Un olor ácido, describieron algunos.

Un olor que no se va, intentaron explicar otros.

Así, tras hacer varias preguntas, los bomberos y policías procedieron a actuar.

Dichas preguntas, por cierto, apuntaban a saber quién vivía (o había vivido) en aquel lugar.

Ningún vecino, sin embargo, supo responder a esto.

De todas formas, todos parecían concordar en que tras esa puerta encontrarían a un muerto.

Y cuando vieran el cadáver, señalaron, seguramente recordarían.

¿Ocurrió así, finalmente?

Pues no. Lo cierto es que no ocurrió así.

Y no debido a la mala memoria de los vecinos, sino porque en el lugar no encontraron finalmente ningún cadáver.

El hedor estaba, por supuesto, pero en el lugar solo había cosas.

Cosas viejas, pero no muertas.

O no del todo muertas, al menos.

Es decir, muertas porque no vivieron nunca, pero no porque se estuviesen pudriendo o algo así.

No en descomposición, digamos.

Sillas muertas, un sofá muerto, una mesa muerta… el aire muerto, incluso.

Todo muerto, en resumen, pero eso no explicaba el olor en lo absoluto.

¿Qué ocurrió luego?

Nada especial, realmente.

Policías y bomberos llenaron informes, hicieron firmar como testigos a un par de vecinos y luego sacaron los muebles del lugar y los subieron a un camión.

Y claro, como la puerta había sido arrancada, dejaron puesto un listón plástico, como en las escenas de crímenes.

¿De dónde venía el hedor, finalmente?

Nadie lo supo, a fin de cuentas.

Simplemente bajó su intensidad y terminó desapareciendo en un par de días.

Y entonces, ¿cómo termina la historia?

Pues termina como empezó, más o menos.

Tal como pasa con cualquier historia, o con la vida de todos.

Terminó como empezó, decía, más o menos.

jueves, 27 de febrero de 2025

Manchas sobre el agua.


Visito una exposición.

Es de manchas de petróleo, sobre el agua.

Fotografías, videos y una gran cantidad de material visual.

No se explica el contexto, sin embargo.

Tampoco hay sonidos.

Solo manchas de petróleo sobre el agua.

Grandes manchas, en ocasiones.

Nada más.

Me refiero a que no hay imágenes de animales dañados ni se muestran detalles sobre la destrucción del ecosistema.

No es ese el propósito, al parecer.

De hecho, hasta se ven “limpias” esas manchas.

Es cierto, probablemente no haya escogido la mejor palabra, pero apunto a que podemos apreciar limpiamente la forma de las manchas.

Sus contornos.

Su movimiento, incluso.

Y es que, tras ver unos videos, hasta dan la impresión de vida aquellas manchas.

De estar vivas, quiero decir.

Extendiéndose.

Negándose a diluirse en el agua, que extrañamente pareciera que la ataca.

O que lucha con ellas, al menos, tratando de impedir que las manchas de petróleo existan ahí.

Y revelen lo que son.

Entonces, mientras recorro la exposición, me fijo en los otros visitantes para evaluar si comparten mi impresión.

La gente pasea tranquila, observo.

Se distraen con sus celulares y no muestran, ciertamente, mayor interés.

No ven lo que ocurre, me digo, tras mirarlos.

Son como el mar, probablemente.

Poco antes de irme del lugar, sin embargo, me alegro al ver que un niño dio vuelta un liquido marrón, sobre el piso.

Probablemente alguien vendrá a limpiarlo, es cierto.

Pero nunca se sabe.

miércoles, 26 de febrero de 2025

Enfermedades infantiles.


La abuela de F. perdió a seis de sus catorce hijos antes que cumplieran los tres años. No me refiero a que los extraviara, por supuesto, sino a que esos niños fallecieron debido a “enfermedades infantiles”. De hecho, en los certificados de defunción eso es lo que aparece, sin ningún detalle especial ni comentario al respecto.

Descubrimos esto porque F. ha debido iniciar trámites por la herencia de su abuela, que murió ya hace algunos años -debido a un ataque al corazón, según entiendo-, y me ha contado del descubrimiento.

-Nunca supimos de eso -me dijo-, mi madre y mis tíos siempre dijeron que eran ocho y al parecer ninguno recuerda a los hermanos muertos.

-Pero, ¿alcanzaron a conocerlos? -, le pregunto.

-Claro -me explica F.-, mi madre incluso debe haber tenido nueve o diez años para la fecha de muerte del último... a no ser que me equivoque en el cálculo.

F. entonces me enseña los papeles y hacemos cuentas. Comprobamos que es cierto. De paso descubrimos que uno de los tíos de F. tuvo un hermano mellizo que murió, y nunca supo nada sobre ello.

-Tal vez era normal en esa época -le digo a F.

-¿No recordar que murieron tus hermanos pequeños? -me dice F., molesta.

Yo espero un poco para volver a hablar.

F. parece confundida, como si no supiese contra quien dirigir su enojo o preocupación.

-Yo me refería a lo de las enfermedades infantiles -le digo, intentando no contrariarla-. Además vivían en una zona rural…

Me detengo porque F. ha empezado a sollozar. Tiene los puños cerrados y no parece estar escuchando.

-¿Enfermedades infantiles? -dice entonces, luego de un rato.

Lo dice en tono de pregunta, pero no sé qué puedo responder a aquello.

-No sé -le digo-, tal vez era algo genético, incluso…

Ella me mira, en silencio.

Comprendo que no debo agregar nada más.

F. mira los papeles y percibo que está vinculada con ellos, de un modo que no acierto a comprender.

-Tal vez todos los niños mueren de alguna forma -dice luego de un rato, con voz más contenida.

Luego agrega unas palabras más, que prefiero no repetir.

-De todas formas, no quiero volver a hablar sobre esto -dice entonces F., zanjando el tema.

Yo, por supuesto, acepto su propuesta.

Y hablamos de otra cosa.

martes, 25 de febrero de 2025

Cuántico.


Le dicen Cuántico.

O sea, lo llaman así.

No para que venga o vaya hacia algún lado, sino que lo nombran de esa forma:

Cuántico.

Él no se molesta, por cierto.

O si se molesta no lo demuestra, al menos.

O lo oculta (que no es lo mismo).

De cualquier modo, él mismo no sabe por qué lo llaman de esa forma.

Tampoco sabe -y esto es todavía más extraño-, quiénes son los que lo nombran así.

Me cuenta esto hace unos días, cuando coincidimos en un funeral.

Ninguno de los dos era el muerto, por cierto.

Yo ya sabía que había alguien a quien llamaban así (Cuántico), pero no sabía que se trataba de él.

De hecho, debo reconocer que hasta me decepcioné un poco.

Digo esto porque Cuántico me pareció un tipo anodino.

Insustancial casi.

Tan poco informado de aquello que lo rodeaba como de sí mismo.

A modo de ejemplo, les comento que ni siquiera estaba seguro de quien era el muerto.

El muerto del funeral, me refiero.

En este sentido, se limitó a decir que lo había llevado alguien que estaba muy triste.

Y que, ante la tristeza, él no se podía negar.

Esa fue su explicación, me refiero.

Tras esto, lo perdí de vista, pues una mujer comenzó a gritar que abrieran el cajón porque el muerto estaba vivo.

Y eso, claramente, causó un gran alboroto.

Yo, por mi parte, pensé en corregirla, tanto por la contradicción del muerto/vivo como por la idea esa del cajón.

Un cajón es otra cosa, pensaba decirle. No se trata de un cajón.

Finalmente no le hablé, en todo caso.

Y es que, tras pensarlo, consideré que no era necesario.

Ni necesario ni oportuno, me dije.

Por último, avergonzado, comencé a retirarme del lugar.

A lo lejos observé una mano que se levantaba y se agitaba en mi dirección.

Probablemente sea Cuántico, pensé, despidiéndose.

Así que apresuré el paso.

lunes, 24 de febrero de 2025

Los seudónimos de Kierkegaard.


“En las obras seudónimas, por tanto,
no hay una sola palabra de mi autoría”.
S. K.


I.

Está bien, pero sin abusar.

Con un seudónimo basta, me refiero.

Uno al que te acostumbres tanto que termine por reemplazar -de vez en vez-, al verdadero nombre.

Uno al que no desconozcas, por cierto.

Uno del que debas, incluso, hacerte cargo.

En este sentido, lo primordial es no ser hipócrita, como Kierkegaard.

Después de todo, hay otras formas de evitar la angustia.

Formas más dignas, quiero decir.

Y vivir un poco más que 33 años.

______

Donde dice “verdadero nombre”, por cierto, debe decir “nombre original”.



II.

No es hipócrita, Kierkegaard.

O sea, no lo fue.

O si lo fue, lo fue únicamente cuando dijo algo que lo hizo parecer un hipócrita.

¡Qué enredo…!

Si hasta parece un trabalenguas todo eso.

Un mal trabalenguas, por cierto.

Climacus.

Haufniensis.

Anticlimacus.

Dilo seis veces parado sobre una roca y funciona como hechizo.

Así, tras hacerlo, ocurre que el día se torna oscuro.

O gris, al menos, si tu pronunciación no es buena.

Por último, si te esfuerzas, verás la torcida silueta de Kierkegaard,
curvarse sobre su bastón.



III.

Los seudónimos de Kierkegaard.

¿Dónde se encuentran hoy los seudónimos de Kierkegaard?

Una investigación reciente señaló que, probablemente,
los que creemos nuestros nombres no sean otra cosa
que los seudónimos de Kierkegaard.

Modificados, por supuesto.

O erosionados por el tiempo, tal vez.

De todas formas, es necesario mencionar que no se trataba
de una buena investigación.

Carecía de fuentes, por ejemplo.

Y no tenía firma.

Así y todo, me di el tiempo de leerla de principio a fin.

Dos o tres veces, al menos.

domingo, 23 de febrero de 2025

Una figura inflable.


I.

Lo compré en una página de importaciones chinas.

Era una figura inflable, para piscinas.

No se trataba de un pato ni de un cisne ni nada parecido.

Era la figura de Ofelia, que luego de ser inflada bien podía dejarse flotando en la piscina o ser arrojada a un río.

Resistente a golpes y prácticamente irrompible, podía leerse en el aviso.

Yo, tras leerlo, la compré para comprobar, simplemente, si era aquella figura existía de verdad.


II.

Cuatro semanas, prácticamente, demoró en llegar.

De hecho, ya se me había olvidado, cuando la recibí.

Solo lo recordé del todo cuando comencé a inflarla y vi la forma que tomaba.

Esta es Ofelia, me dije.

Tras inflarla, recordé también que no tenía piscina ni mucho menos río, como para poder dejarla.

Tampoco tenía tina, por cierto.

Así, sin opciones, pensé en dejarla en la cama, junto a mí, pero desistí por vergüenza.

Por lo mismo, antes de dormir, comencé a desinflarla, y luego volví a meterla en la caja.

No cupo tan bien, pero forzando un poco logré guardarla dentro.

Luego, con dificultades, me dormí.


III.

Un año guardé a Ofelia y lo cierto es que después volví a olvidarla.

De hecho, estas vacaciones la llevé conmigo al sur, pensando que se trataba de un colchón inflable.

Volví a inflarla igualmente y la dejé a escondidas en una acequia.

Pude ver cómo se alejaba, atravesando al menos tres parcelas.

Finalmente, detuvo su tránsito atascándose en unas piedras.

Cuando pensaba ir a liberarla un niño la descubrió y gritó a sus padres, asustado.

Una hora después llegó la policía.

Yo, por mi parte, me desentendí del asunto y no quise ver nada.

Decidí cocinarme algo.

Me preparé una especie de guiso con romero.

Me lo serví en un plato de plástico.

Pobre Ofelia, me dije, a modo de despedida.

Ojalá encuentre un buen lugar.

sábado, 22 de febrero de 2025

Al final del grito.


Absurdo, sin duda.

Como el silencio al final del grito.

O como el grito mismo, qué más da.

Lo importante es que es absurdo.

Saberlo, quiero decir…

O más bien, comprender por qué es absurdo.

No desde la lógica, por cierto, sino más bien desde la intuición.

Desde la certeza que se manifiesta en el estómago.

Incuestionable, sin duda.

Absurdo, dirás entonces, con mayor seguridad.

Y lo harás con voz baja, apenas audible.

O derechamente sin voz.

En otras palabras: no habrá necesidad del grito.

La ausencia de sentido será tan evidente que no podrá asombrar.

Lo intentará, pero no logrará hacerlo.

Suena complejo, pero probablemente será simple:

No habrá derecho al asombro.

Solo contemplar el absurdo, estará permitido.

Todo esto, por cierto, no como ley, sino como un hecho.

Y es que no habrá nada más allá.

Nadie ni nada que pueda contrariarte.

¿La muerte acaso?, dirá alguien.

Pero no..

No importa.

Ni siquiera intentes contestar.

No lo hagas porque en el fondo serás tú mismo quien pregunte.

Siempre eres tú, de hecho, quien lo hace.

Y cada pregunta, si te fijas, bien a remedar un poco al grito.

¿La muerte es entonces similar al grito?

No…

Espera.

No lo veas de esa forma.

La muerte es más bien el final del grito.

La comprensión del absurdo al final del grito.

Del único grito, por cierto.

Ese que ni siquiera se detuvo, para respirar.

viernes, 21 de febrero de 2025

Ya lo dijo Proust.


I.

Ya lo dijo Proust.

Y lo dijo mejor.

O sea, no lo decía muy bien, en realidad, pero lo escribió de buena forma.

Aclaro esto pues las frases largas le costaban, por el asma.

Así lo dice él mismo en una de sus cartas.

Además, aclara, no hay nadie realmente a quién decirle aquellas cosas.

Nadie a quién le interese, quiere decir.

Así que las escribe para nadie.


II.

Sí, para nadie.

O solo para decirlas, más bien.

Una vez, por cierto, encendí todas las cerillas de una caja mientras leía a Proust.

No necesitaba luz, esa vez.

Lo hice simplemente porque sí, supongo.

Como si voltease páginas, tal vez.

Encendí las cerillas incluso sin mirarlas, esperando a que se consumieran.

Todo esto lo hice, decía, mientras leía a Proust.

No necesitaba encender las cerillas.

Tampoco, lo confieso, necesitaba realmente leer a Proust.


III.

Lo dijo Proust.

Lo dijo Proust y en el fondo da lo mismo quien lo dijo.

Y es que no me refiero, ciertamente, a alguna frase en particular.

Ni siquiera a esa sobre “el estado posible de las cosas”, que sonaba bastante bien.

Supongo que se entiende.

Digo esto pues sino sería extraño que hubiese gente aquí, esperando por si tañe la campana.

Ya lo dijo Proust, repito, únicamente.

Ya lo dijo Proust.

jueves, 20 de febrero de 2025

Poco, en el sueño, esta vez.


I.

Poco, en el sueño, esta vez.

Cielo gris, sin cambios.

O sin grandes cambios, al menos.

Mar en el horizonte.

Nada más.

Un mar en movimiento, pero calmo.

Avanza así, el sueño, si es que avanza.

Algunas variaciones en la luz.

Un poco de viento, tal vez.

Solo observas, no caminas.

Ni siquiera el respirar, sientes.

Tampoco hay sombras ni sonido.

No importa si estás.



II.

Otra vez.

En el sueño, otra vez, que es probablemente la misma.

Cielo gris; mar en el horizonte.

Si estás, no percibes dónde estás.

Reconoces sí, esta vez, la presencia de algo sobre el agua.

Algunas formas en leve movimiento.

No propio, por cierto.

Se mueven únicamente porque se mueve el mar.

Se dejan mover, entonces.

Lejos de la orilla, probablemente.

O lejos más bien de todos lados.

Son barcos, sin duda.

Barcos quietos, de no ser por el agua.

O por el viento, no sé.

Barcos vacíos, en definitiva.

Barcos que no siempre estuvieron vacíos.

No necesariamente abandonados, sino vacíos.

Nada más.



III.

Última vez, en el sueño.

O por el momento, al menos, última vez.

Todo igual, prácticamente.

Todo igual, pero esta vez se siente el tiempo.

No hay cambios, pero el tiempo se percibe.

Incluso más que el lugar.

El cielo gris.

Tú sigues sin estar.

Sobre el mar, los barcos.

Barcos vacíos, como antes.

Flotando, como antes.

Barcos vacíos, entonces, flotando.

Hasta que dejan de flotar.

miércoles, 19 de febrero de 2025

Miedo de algo, claro, pero no sabe de qué.


Miedo de algo, claro, pero no sabe de qué. Por eso voy y le digo que sí, que es válido, por supuesto, pero que es tan absurdo como válido. Y claro, entonces me ataca con eso de las contradicciones y me lanza un grito diciendo que el único absurdo soy yo, como si eso fuese una ofensa. O como si yo, al menos, sintiese aquello como ofensa. Le acierta, es cierto, pero solo en parte porque no sabe que me ofendí por otra cosa. Porque hay algo más que me ofende, digamos, tan imperceptible en su forma como aquello que le produce el miedo que vino a originar todo. Una causa imperceptible si se quiere para un efecto que percibimos, pero que no podemos demostrar. Miedo del miedo que no podemos relacionar con algo concreto, digamos. O algo que nos ofende escondido en la revelación de esta verdad que de pronto se revela sin soportes. O sin soportes perceptibles, en cualquier caso, al menos para mí. Imagínate lo que quieres, dice entonces, interrumpiendo. No sabe que interrumpe, por supuesto, pero eso es lo que hace. Con más molestia que miedo, me parece, pero eso tampoco se lo digo. Y pienso incluso que debe ser reconfortante poder tener una causa clara para esa molestia así que me alegro por ser yo aquella causa. Y debido a esto sonrío, levemente, sin querer. Intenta ofenderme entonces, pero no sabe. Me refiero a que no sabe que yo ya me sentí ofendido por algo más permanente que sus palabras. Tan imperceptible como permanente, podría decir, si recupero la lógica. Mientras lo hago -y me demoro-, descubro que se aleja con su miedo. Sin saberlo, por supuesto pues piensa que solo carga la molestia. Y es agradable comprender lo que uno carga. Aunque erremos. Mejor así, pienso yo, pero no digo. Esas palabras (como muchas) están seguramente en ningún sitio. Alguien le llamó la zona muda.

martes, 18 de febrero de 2025

Inconsistencias.


Inconsistencias.

Varias.

Varoas inconsistencias.

Sin ejemplos, esta vez.

Pero sí.

Por supuesto que.

O por ahí.

Desapegos varios y ya.

Fragmentos.

Gajos de imágenes.

Secuencias inestables.

Herzog no, pero puede ser.

Puede ser que bajo la consistencia se reúnan.

Se sostengan entre sí.

Inconsistencias varias.

No hablo de eso, pero lo nombro igual.

Oberhausen.

El Manifiesto Oberhausen.

Faltan firmas, en él.

Sobran propósitos.

Sólido antes de quebrarse, dirá alguien.

Voz extraviada.

No vacía, pero llena de vacío.

Burbujas en el mar que hacen subir la marea.

Pocas pero grandes burbujas.

Inconsistencias, simplemente.

Nadie sabe para quién.

Si pueden ver lo saben.

Si pueden verse, también.

Cerca del terreno, en el sur, una copa de agua.

Sin agua, la copa.

Tiene soportes débiles, dicen, y luego la clausuran.

Por precaución, nos dicen.

Por un miedo que no tenemos, la cierran.

Más inconsistencias.

Siempre más inconsistencias.

Te recoges a ti mismo para jugar con ellas.

Las dispones en líneas como filas de autos.

Autos que no van.

Ni vienen.

Mejor viajo en las inconsistencias, te digo.

Siempre a medio camino, pero supongo que avanzo.

Como Aquiles, avanzo.

Interrumpiendo mis pasos con otros pasos.

Buscando aire al interior de las burbujas.

¡Cuánta inconsistencia…!

Sin ejemplos, pero varias.

Tantas que no sé.

Que olvido, me refiero.

O que ya olvidé.

lunes, 17 de febrero de 2025

No aprendió a gritar, el agua.


No aprendió a gritar, el agua.

O lo olvidó, tal vez, sin comprender que lo había aprendido.

Por esto, son otros los que gritan por ella.

El viento, por ejemplo.

Y hasta la oscuridad lo intenta desde el fondo más profundo.

¿Por qué no aprendió a gritar el agua?

¿O por qué lo olvidó?

Mi teoría es que no aprendió porque no tuvo nunca a quién gritar.

Y le bastó permanecer, para hablarse a sí misma.

No tengo respaldo para esto, por supuesto, pero mi convicción es firme.

Y puedo reemplazarla por algunas observaciones:

No tiene boca la piel del agua.

Su superficie, digamos, no tiene boca.

A veces una medusa intenta tomar ese lugar, pero desiste.

Desiste cuando comprende que no es necesaria de esa forma.

Ni siquiera cuando sueña el agua grita.

Probablemente piense que se trate de un artificio.

Como el invento ese de la lengua materna.

Por eso no grita, decía.

Porque conoce el engaño y sabe que el grito, de cierta forma, viene a perpetuarlo.

Los que dicen que soñar es mejor, sin embargo, no distinguen estas diferencias.

Tampoco las buscan, por cierto.

Solo arman una cama dentro de otra y se aprestan a dormir, en el sueño.

Así, finalmente, el agua los deja dormir, sin molestar.

¿Por qué lo hace?

Sencillo:

Porque no aprendió a gritar, el agua.

No aprendió a gritar.

domingo, 16 de febrero de 2025

Tendones, por ejemplo.


Tendones, por ejemplo.

Pero no me pregunten por ejemplo de qué.

Tendones, simplemente.

Eso es lo único que hay desde el músculo al hueso.

Suena extraño, pero es así.

Una conexión que se rompe, de vez en cuando.

Nada más.

No importa lo que digan.

La fragilidad es evidente en su naturaleza.

Puedo asegurarlo sin temor a equivocarme.

Tendones, simplemente, como decía.

Destinados a romperse como toda conexión.

Nacidos para no permanecer, como todo tejido.

Vida y muerte unidas por el tendón, entonces, y nada más.

Hueso y músculo forzados a mirarse, por un tiempo.

Así es.

Y ni siquiera podemos asegurar por cuánto.

Igualmente, no es menor.

No es menor la unión que fuerzan, me refiero.

O lo que algunos llaman “su función”.

Y es que hay palabras, por ejemplo, que sueñan incluso con ser tendones.

Y otras tantas que ignoran que no lo son y se aferran a la ignorancia.

Es cierto.

Dejan incluso de sangrar, los tendones, con el tiempo.

Comienzan a morir, digamos, antes que sus portadores.

Cesa la irrigación.

Las células en el tendón se vuelven escasas.

En cada tendón, quiero decir.

Y poco a poco el movimiento cesa.

Se dificulta primero, y luego cesa.

Y la quietud es entonces un poco como el silencio.

No te das cuenta, quiero decir, cuando llega.

Sin avisar es como llega.

Y luego no se va.

sábado, 15 de febrero de 2025

Si es o no un juguete,


Si es o no un juguete no es el punto, alegaba. Ser juguete no es algo propio de un objeto sino una caracteristica quele damos a partir de su uso. Por ejemplo yo, de pequeño, jugaba a escondidas con las figuras del pesebre que armaba mi abuela en navidad. A escondidas, claro, porque si me descunrían hasta golpes me llegaban porque esas figuras, supuestamente, no eran de juguete. Una gran tontería, por supuesto, pero eso es lo que ocurría. De hecho, hasta me hicieron hablar con el sacerdote del lugar, cuando descubrieron que en mis juegos el objetivo era atrapar y dar muerte a ese bebé, de poderes mágicos, antes que creciera y acabase con el mundo. "¿Así que Cristo es el Anticristo?", me preguntaba entonces el sacerdote, y en sus ojos yo podía adivinar una pequeña duda ante el argumento de mis juegos. Luego hacía más preguntas, principalmente detalles para entender el papel de cada personaje en la trama. Cómo sea, lo que quedó de todo aquello finalmente fue una penitencia de varias decenas de padrenuestros, algunos coscorrones y la repetición infinita de esa frase maldita: "no todo es un juguete". Si hasta hoy en día me molesta, cuando la escucho. Y hasta cuando no la escucho y ando molesto comienzo a escucharla. Suena raro, pero le juro que es así- Igualito a lo que le pasa a usted con sus palabras.

jueves, 13 de febrero de 2025

Los primeros sombreros del mundo.


Para no decir, termina hablando de sombreros.

Esa es siempre su estrategia.

No consciente, necesariamente, pero eso es lo que su defensa organiza.

Puedes hablarle de política, de arte, de religiones... poco importa en realidad.

Igualmente terminará hablando de sombreros.

O entregando informaciones sobre ellos, más bien.

Te contará sobre el sombrero de paja de la tumba de Tebas, por ejemplo.

O del Pilleus y el Petasus, en otras regiones de la antigua Grecia.

Es interesante, de todas formas, y a veces agradezco su cambio de tema.

Digo esto sin ironía alguna, por cierto.

Sinceramente lo agradezco.

Y es que sé tanto de sombreros, hoy en día, que toda esa imformación se me agolpa en la cabeza.

Es decir, tengo toda la información acerca de sombreros, almacenada en una sola cabeza.

Y todo para no decir, recordemos.

O no yo, en todo caso.

Mis estrategias son otras, en este sentido.

Más complejas, incluso.

"No decir, diciendo", es una de ellas.

Igual que un eslogan, aunque menos vacía.

O vacía de otra forma, si se quiere.

O vaciándose, incluso.

Lo de los sombreros, en cambio (si bien no dudo de su importancia), parece querer hablarnos de otra cosa.

No de la que no quiere ser dicha me refiero, sino de algo más.

Igual que el dibujo ese, de Tebas.

Espero lo hayan visto.

miércoles, 12 de febrero de 2025

Otra llave.


I.

Otra llave.

Y digo otra no porque tenga la certeza que la primera no sirve.

No la pido, por cierto, solo la enuncio.

Otra llave, digo.

Luego, ni siquiera intento abrir.



II.

Observo la cerradura.

No otra, esta vez, sino la única cerradura.

No parece que vaya a funcionar, me digo.

Incluso dejando a un lado el asunto ese de la llave (o de la otra llave), desconfío, esta vez, de la cerradura.

De su mecanismo, quiero decir.

Y del espíritu que guió su diseño.

Y su llamado.



III.

Otra llave.

Otra que responda al llamado de la cerradura.

O sea, no es que ella llame, directamente, sino más bien se trata del llamado que llega a través de ella.

Otra llave que responda a eso, entonces.

No que vaya, necesariamente, pero que al menos responda.

Otra llave que no haga lo que todas.

Y que comprenda, de paso, lo que hace.



IV.

Observo ahora mis manos.

Ambas.

Una y otra, quiero, decir.

Igual que las llaves.

Las observo a la vez, de forma plena.

Con esto -aclaro-, quiero decir que no es necesario que un ojo visualice una y el otro ojo a la otra.

Respiro hondo, mientras lo hago.

Como si me sintiese aliviado después de resolver un enigma.

No hay en mis manos, ahora, llave alguna.

Apenas sensitivo.


"Dichoso el árbol que es apenas sensitivo"
S. O.

No me creen, pero los escucho quejarse. Quejarse sin querer hacerlo, por cierto. No son de alegar, quiero decir. Y lo que piden no lo exigen. No hay premura, me refiero. Yo creo que en el fondo saben que va a suceder igual. Que tarde o temprano lo que se ha esperado ocurre. A veces después de dejar de esperarlo, lamentablemente. Pero ocurre. Y claro, es por eso que el quejido es aquí no solo involuntario, sino hasta de otra naturaleza. No me pregunten de cuál, pero es cierto. Esta queja es poco menos que una voz. Una voz que no se sabe. Que incluso habla para sí, sin saberse. Que no se escucha porque no espera en el fondo tener algo que decirse. Y porque esperar, muchas veces, es la forma más honesta de avanzar poquito, fingiendo incluso que el tiempo no hace daño. Apenas sensitivo, tal vez, como una frase que recuerdo haber leído en un cuento de Silvina Ocampo. Otra que también se quejaba insertando su queja en cualquier grieta. 173Cualquiera que sea capaz de transformar el mundo en otro distinto, o revelarlo, al menos, de esa forma. ¿Así y todo no me creen? Pues entonces poned atención a aquellas quejas. Suena como el viento entre el follaje, pero no es así. No hasta que aquello ocurre, por supuesto. Y entonces la voz pasa a ser clara y hasta un poco tuya. Como si guardaras una parte dentro tuyo una vez que has comprendido. Sin saberlo y sin saberse, probablemente. Apenas sensitivo, en resumen.

martes, 11 de febrero de 2025

Puntos.


Leo que existe un récord Guiness sobre el hombre que logró hacer más puntos a lo largo de un día.

Como no entiendo bien a qué se refiere me detengo e investigo un poco.

Leyendo un poco más descubro que el récord consistía en apoyar la punta de un lápiz marcador en una superficie en la cuál quedasen registrados los puntos, y fuese posible contarlos diferenciadamente unos de otros, como evidencia.

Nada digital, se específica. De hecho, los puntos son marcados en pluegos de papel tradicional que se ha dispuesto a lo largo de varias mesas, en un galpón acondicionado para aquello, en Noruega.

Lo interesante del asunto, sin embargo, o al menos lo interesante para mí, radica en la definición de punto que se adjunta y en las imágenes de algunos "puntos objetados" (o no-puntos más bien) que no fueron incluidos en la cifra final que se establece como récord.

"Si tiene extensión no es punto", podría resumirse lo indicado, y eso basta para hacerme pensar en otras cosas.

Y es que por ejemplo, la misma idea de línea (o de punto desplazado), supone que esta se forma a partir de una sucesión de puntos, continua.

Me detengo ahí.

Y es que si bien es algo sabido, debo reconocer que expuesto ahora (en medio de un récord concreto y tangible) me parece una contradicción, al menos, interesante.

Tal vez a nadie más piense lo mismo, es cierto, y puede también que haya faltado profundizar en las razones del interés y en la naturaleza de la contradicción (que por lo demás vienen a ser para mí una misma cosa) que provocan en mí esta detención (o cese de extensión, por un momento).

Quien quiera entender -de todas formas-, espero que sea libre y capaz de hacerlo.

lunes, 10 de febrero de 2025

Si no te mueve no es viento.

Si no te mueve no es viento, me dijo. Incluso si te mueve y no te bota, no lo es. A veces te confundes, es cierto, pero no es tu culpa. Me refiero a que no es viento, aunque creas que lo es. Tampoco lo es porque lo digan otros, por cierto. Ni aunque confundas lo que es, realmente, lo que debemos entender por movimiento. Lo que debemos comprender. ¿No se entiende? Lo que quiero decir es que todo lo demás es ruido. O si quieres simplificarlo (todavía más) piénsalo así: lo que no es viento verdadero es ruido. Y casi todo es ruido. Estancamiento ligero. Aliento fingido. Es triste, tal vez, pero es cierto. Si no te mueve no es viento. O si te mueve y no te bota, no lo es. Disculpa que lo repita, pero sé que es difícil comenzar a entender qué es necesario. Duele un poquito, incluso. Renunciar a los signos ya establecidos, me refiero. Y anular o transformar, entonces, todo aquello ya aprendido. Es extraño verlo así, pero quizá sea el viento justamente (el viento verdadero) aquello que te lleva a comprender lo que ese mismo viento es. No te confundas y comprende. No te muevas por menos.

domingo, 9 de febrero de 2025

No solo Hulk.


I.

Alguien en un cómic -creo que en un número especial escrito por Peter David-, le grita a Hulk diciéndole que en realidad no existe.

Que es apenas una emoción.

O peor aún, un estado mental.


II.

No solo Hulk, pienso entonces, mientras leo.

Sin emoción ni sorpresa, lo pienso.

Luego, simplemente, sigo con la lectura.

Podría decirse que sigo, incluso, sin experimentar cambio alguno si me comparo con el yo de antes de pensar.

Es extraño que llamemos pensar a esto, me digo.

A esto que no nos afecta.

El ser que confronta a Hulk, por cierto, es nombrado como "Fragmento".


III.

Miento.

No mucho, pero sí.

Lo que quiero decir -o corregir, en realidad-, es que no leo, en este instante.

Más bien recuerdo -y no sé por qué-, el extraño enfrentamiento de Hulk, contra Fragmento.

Una que otra viñeta, es lo que recuerdo.

Un poco borroso, incluso.

Un jeep volcado que al final no se volcó, por ejemplo.

O que no se volcó totalmente.


IV.

Un estado mental, pienso ahora.

Y repaso la frase como si fuese una cifra.

No es tan poco, como parece.

Y es que Banner ni eso, si somos honestos.

No da ni para incógnita.

Ni para fragmento de incógnita, incluso, probablemente alcance.

Tampoco para voltear un jeep.

Nadie compra poleras del doctor Banner, quiero decir.

Es tibio como un cero.

Transparente casi, como la última línea de este escrito.

s .

sábado, 8 de febrero de 2025

Macomber (hasta cierto punto)



I. Algunas impresiones:

Yo creo que Macomber sabe que al final le disparó su mujer.

O sabe que le disparará, más bien, justo antes que ella lo hiciera.

Es más, creo que es probable que hasta voluntariamente se pusiera a tiro.

Todo esto, por supuesto, después de intuir quién es realmente y comprender -hasta cierto punto-, que nunca ha estado herido de gravedad, anteriormente.

Me refiero a que no estaba tan dañado, como antes había creído.

En otras palabras: descubrió que no tenían verdadera munición los disparos que antes le había propiciado su esposa.

Y que hasta ese momento de su vida -nuevamente hasta cierto punto-, estaba intacto.



II. Posibles conclusiones:

a) No es tan gratificante estar intacto.

O es complejo, más bien, descubrir que hemos huido, por años, del león equivocado.

b) De esta misma forma, confrontar el valor de la muerte con el de la vida, no revela -necesariamente-. verdades reconfortantes.

O en otras palabras: es imposible disparar a la bestia que nos refleja sin exponer nuestro cuello a otra bestia que aún se ignora.



III. Otra forma de verlo:

Macomber no logra huir del león.

O huye -hasta cierto punto-, en la dirección equivocada.

Directo hacia el león, probablemente.

O hacia esa otra bestia que, desde dentro de nosotros, lee el relato.

Tres bestias que se ignoran, en resumen.

O cuatro.

Más Hemingway.

viernes, 7 de febrero de 2025

Los objetos microscópicos como sistemas aislados.



I.

Estuvo cerca de seis años escribiendo su tesis.

Se trataba de un estudio sobre los objetos microscópicos como sistemas aislados.

Al parecer quería proponer un modelo en que la mayoría de los objetos microscópicos funcionaran así.

No como sistemas cerrados, recalcó, sino aislados.

La idea era demostrar, finalmente, si es que entendí bien su explicación, que la mayoría de los sistemas funcionan así.


II.

Hablé con él cuando llevaba dos años de trabajo y volví a hacerlo casi al final del sexto, cuando concluyó.

No parecía, por cierto, la misma persona.

De hecho, evitó esa vez hablar de su estudio y solo preguntó por conocidos en común y otras informaciones inconexas, sin real importancia.

Pude intuir, esa vez, que había fracasado en su estudio.

Y es que yo también, reconocí, me había comportado de esa forma, tras un fracaso similar.

O no tan similar, en realidad, pero en un fracaso, al fin.


III.

Además de rechazarle su tesis tengo entendido que lo demandaron por una alta suma de dinero.

Supongo que asociada a los montos que le pagaron durante el tiempo que trabajó en ella.

Para ahorrarse problemas me dijeron que se fue a vivir a Toledo, en la casa de un tio abuelo que era sordo.

Desconozco si una vez ahí siguió investigando o insistiendo en sus propuestas.

Si me baso en mi experiencia, podría suponer que intentó mentirse a sí mismo, para posponerlas.

O tal vez -eso espero-, descubrió que la vida estaba hecha para dedicarla a otro tipo de cosas.

jueves, 6 de febrero de 2025

Debajo de la higuera.




Probablemente no lo sepas.

Pero te han visto debajo de la higuera.

Lo sé yo aunque tú lo ignores.

De eso puedo dar fe.

Y sé también, por cierto, que eso es bueno.

Más allá de la inquietud que pueda causarte.



Saben también tu nombre.

No lo pronuncian de la forma habitual, pero ese es.

Lo conocen de esa forma, me refiero.

Una vez incluso te vi voltear cuando lo escuchaste.

Nada especial viste, es cierto, pero te volteaste.

A veces es más conveniente de esa forma.



Te han visto debajo de la higuera.

Y a todos probablemente, nos han visto.

Cuando nos enteramos probablemente nos suene a amenaza, pero no es así.

O no es, al menos, una amenaza que busque amedrentarnos.

Nos afecta, claro, porque alguien nos dice que nos ha visto.

Y es muy probable que nosotros mismos, incluso, hayamos pregerido no vernos.



No te acuso, digo simplemente que es más fácil así, si lo piensas.

Y además lo digo por mí, en primer término.

Obviar un poco lo que hacemos a la sombra de la higuera, quiero decir.

No porque ese algo sea malo o bueno, intrínsicamente, sino más bien porque lo hacemos a la sombra.

O creemos eso, al menos.

¡Cuánta ingenuidad!, dijo alguien. Un mantel no puede sacudirse a sí mismo.

miércoles, 5 de febrero de 2025

El despropósito instalado a partir de un discurso de Philip K. Dick


Escucho el audio de un discurso que Philip K. Dick dio en Metz, en 1973. En una conferencia de autores y lectores de ciencia ficción, según entiendo. El audio es claro y de buena calidad, aunque por momentos igualmente se me dificulta comprenderlo. Distinguir a qué apunta me refiero. Reconocer su propósito. Ya desde el título resulta extraño: "Si esta realidad no les agrada, deberían visitar otras". Y es extraño porque no habla de construir (a los autores) ni tampoco es una metáfora de la lectura, sino que habla de la certeza y la verdad de cada uno de los hechos narrados en sus novelas. Al principio (cuando lo escucho), espero que cambie el tono en algún momento, pero luego entiendo que no. Y es algo que va más allá de las aproximaciones biográficas y anécdotas que haya conocido previamente sobre el autor. Acá hay algo indudable en el tono. Algo hay que se trasluce y hasta brilla un poco a través de su voz: él sabe que es verdad aquello que propone. Cada palabra de sus narraciones es verdad. Y da cuenta de algo tan real, como el encuentro en el que está participando. No hay más verdad en la voz que escuchan, señala, del hecho de que están aquí, y es la misma verdad del testimonio contenido en mis obras que algunos leen por un fingido entretenimiento. Detengo aquí el audio por un momento. Y mientras lo hago, intento traducir de otra forma: nadie atisba por una puerta solo por entretenimiento, parece querer decir. Y su voz resuena con la fuerza de un pie que detiene esa puerta cuando la queremos cerrar de golpe, con algo de miedo. Eso al menos siento cuando termino de escucharlo. Ya no podemos cerrar esa puerta. Y es un despropósito, desde ahora, fingir ignorancia.

martes, 4 de febrero de 2025

Yo soy el que veo.


Yo soy el que veo. El que observo, dijo G.

Lo dijo porque habían cuestionado su trabajo, porque le habían dicho que dibujara a su familia y él se había dejado fuera.

Más allá de este detalle, por cierto, el dibujo estaba bien.

Su padre, su hermana, su madre y su perro eran identificables, me refiero.

Las proporciones, asimismo, si bien no eran exactas, parecían bastante correctas.

Todo esto teniendo en cuenta, por supuesto, que G. tiene apenas ocho años y el dibujo lo hizo en no más de diez minutos.

Los mismos en los que su madre debió resumir las últimas situaciones de G. en el hogar.

Sus últimos "colapsos", como los llama ella.

¿Siempre lo están mirando cuando estas situaciones ocurren?, pregunta el profesional a la madre de G.

Ella no entiende la pregunta.

O el sentido de ella, más bien.

Lo que quiero saber es su ha actuado a solas de forma similar, le explican, sin que usted u otros miembros de la familia lo observen.

La madre piensa un momento.

Parece esforzarse en recordar.

No que yo sepa, señala, pero en los colapsos que le contaba no sé realmente si G. se dio cuenta que era observado.

Ese no es el punto, dice el profesional, mientras termina de escibir algo en una ficha.

Luego de esto recibe a G., a solas, y le pregunta por el dibujo.

Por qué no aparecía él mismo en el dibujo, me refiero.

Y claro, fue entonces que G. le dijo que él era el que veía. El que observaba.

Nadie más podría vernos para dibujarnos, si yo estuviese al lado de ellos, explicó G.

El profesional asintió, como dándole la razón.

¿Y qué crees que pasaría si te parases al lado de ellos y esperaras?, le preguntó al niño.

No me pararía al lado, dijo G.

El profesional observó entonces que el niño se veía angustiado, como si le hubiesen pedido pensar en un absurdo.

O en una posibilidad que los haría desaparecer, de alguna forma.

Poco después, cuando G. ya se mostraba más calmo, entró la madre y se sentó a su lado.

El profesional le había dicho que pasara, sonriendo, dándole a entender que todo estaba bien.

Debe estar tranquila, le dijo, luego de un rato.

No es necesario que vuelvan.

lunes, 3 de febrero de 2025

En el sur leyendo a Knausgard.


Estoy en el sur leyendo a Knausgard.

Con poca luz, hacia el final de la tarde, pues no hay luz eléctrica y el sol ya se va.

Ya cerca del final me detengo un poco cuando Kanusgard señala que no hay nadie que no comprenda su propio mundo.

Me detengo porque vislumbro de qué forma esa afirmación puede ser una conclusión a partir de lo que él mismo ha escrito.

Y claro, me detengo también para relacionarla con lo que yo mismo vivo y observo fuera de ese libro.

Está comenzando a hacer frío.

Me pongo un gorro.

Vuelvo al libro de Knausgard.

Leo con dificultad debido a la escasez de luz.

Alguien que entiende poco, explica, un niño por ejemplo, se mueve simplemente en un mundo menos amplio que aquellos que mucho entienden.

Luego agrega que lo de entender mucho, siempre ha estado relacionado con el entendimiento de los límites de la misma comprensión. Es decir, el reconocmineto de que el mundo más allá de esos límites (de todo lo que uno no entiende), no solo existe, sino que además es más grande que el mundo que tenemos dentro.

Hago una pausa.

Dejo el libro a un lado y camino un poco para alejar el frío.

Ya ha oscurecido, por cierto.

Entonces, mientras busco algunas ramas para encender el fuego, pienso que de alguna forma lo dicho por Knausgard da pie para diferenciar el concepto de entendimiento con el de comprensión a partir de la idea de mundo.

Sé que no apuntaba a eso el fragmento, pero me acerca a pensar que si bien entendemos el mundo en sí -el espacio en que existimos, digamos, hasta los bordes que llegamos-; comprender es saber que hay otro fuera de este primer entendimiento.

Es decir, no comprendemos al hacer propio un conocimiento o un entendimiento, sino que comprendemos a partir del reconocimiento de la falta de entendimiento, de aceptar más bien el no acceso al entendimiento de algo que existe más allá.

Y claro, de ahí a entender la comprensión casi como un acto de fe, no hay mucha distancia.

De hecho, podríamos desde ya ir quitándole el "casi".

Termino de pensar esto prácticamente al mismo tiempo que se enciende el fuego.

Me acerco a él para alejar el frío.

Todo está bien, pienso ahora.

Y el espacio que entiendo se llena de sombras.

Sombras amables, aclaro.

Como la voz de Knausgard.

domingo, 2 de febrero de 2025

Monos sin esqueleto.


I.

Ella me dijo que soñó con monos sin esqueleto.

Durante un tiempo, me refiero, de forma reiterada.

Por entonces todavía era una niña y le costaba describir lo que soñaba.

Eran como alfombras de mono, explicaba en ese entonces, pero estaban vivas.

Fue entonces que escuchó a sus padres describir su sueño a otros adultos y uno de ellos lanzó la frase.

Tal vez sueña con monos sin esqueleto, fue lo que dijo aquel adulto.

Y ella sintió que aquella frase describía de forma exacta aquello con lo que soñaba.



II.

A pesar de lo que uno podría imaginar, ella cuenta que no le generaban miedo aquellos sueños.

Ni siquiera la primera vez, según sus palabras, ya que ella veía que los monos estaban vivos.

Cuando le pido que me explique ella señala que se refiere a que esos seres no están agonizando ni sufriendo.

-No es que perdiesen o les arrebataran el esqueleto -me dice-. Eran monos sin esqueleto, nada más. Y aceptaban su nateraleza igual que lo hacemos todos.

-Entiendo -le digo.

Aunque en realidad no sé.



III.

Tras escuchar su historia me quedo pensando en la frase esa de "aceptar la naturaleza". 

No como una opción, me refiero, ni como un camino que tomamos a partir de nuestra voluntad, sino más bien como la forma de existir que viene dada por defecto.

Como si vivir fuese aguantar por un tiempo lo que al final acaba con nosotros.

Aunque ese aguantar, ciertamente, fuese menos malo de como suena.

Eso al menos es lo que diría uno de esos monos sin esqueleto, desde los sueños de esa niña.

Y el tiempo en que aguantamos alcanzara para reír, soñar, sufrir y ser amados.

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