-Víctor Hugo señaló el mal, pero no indicó el remedio… -me dijo,
mientras me acercaba el azúcar.
-Gracias -dije yo, dejándola a un lado.
-¿No tomas con azúcar?
-No... Tampoco endulzante -contesté, adelantándome-. Me gusta así.
-Igual ya es más de lo que la mayoría hace… -dijo
entonces.
Yo estaba revolviendo el café con la cuchara, tratando
de entender de qué hablaba, pero como no agregaba nada debí decir algo.
-¿Habla de Víctor Hugo, cierto…?
-Claro… de Víctor Hugo -agregó-. Siempre hablo de
Víctor Hugo cuando comienzo a hablar con alguien…
-Ya -dije yo, mientras sorbía el café.
-¿Le gusta…? -preguntó.
-Sí -dije yo-. Es amargo, pero me gusta así…
-¿Quiere decir que le gusta porque es amargo?
-Sí… -dije yo-. Tal vez lo expliqué mal… pero sí.
-No… está bien decirlo así… -se disculpó-. En
realidad no quería corregirlo, es solo que me sorprendí un poco…
-Está bien, no se preocupe… -dije yo.
Dejó pasar unos segundos.
-Noventa y tres, ¿la leyó? -pregunto
entonces.
-¿Noventa y tres…?
-Sí… Noventa y tres, de Víctor Hugo… -se
explicó-. Es lo más amargo que él escribió, me parece… terrible y amargo…
-¿Es la de la revolución…? -pregunté.
-No la definiría así -me dijo-, pero es esa…
-Es que la leí hace mucho… -me disculpé-. Debo reconocer que no la
recuerdo muy bien… Creo que la leí para complementar un trabajo de universidad relacionado
con el concepto de poder, o algo así…
-Debe ser esa… -siguió-. Pero si no recuerda no
importa… incluso si finge que no recuerda…
-No finjo… de verdad que no recuerdo y…
-No importa -me interrumpió, cortante-. Se excuse o
no, no tendré como saberlo… dejémoslo así.
-¿Qué lo deje así…? ¿No le importa si le digo la
verdad o miento?
-La verdad y la mentira… el bien y el mal, incluso…
no tienen diferencia cuando no puede encontrarse el remedio…
-Pero entonces el mal que señaló Víctor Hugo, según
usted…
-Entonces nada -dijo él, levantándose del lugar-.
Si quiere puede tomarse otro café e irse después… ya hablamos lo suficiente.
Iba a agregar algo más, pero vi cómo se iba rápidamente
del lugar y me quedé solo, frente a la mesa.
Terminé mi café y luego me preparé otro, más amargo
incluso, para el camino.
Segundos después, escribí un número trece en una servilleta que dejé sobre la mesa… y me fui tranquilo, en definitiva, de aquel lugar.
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