-Hoy estoy alegre, pero puede que mañana esté
triste, -me dijo-. Debieses aprovechar.
-¿Aprovecharme de tu alegría? -pregunté.
-No. Aprovecharte de mí, que estoy alegre. Ya sabes
como soy cuando estoy triste. Nunca es algo bueno…
-Pues a mí me gustas triste… -la interrumpí-. O no sé
si triste, ahora que lo pienso… supongo que no sé distinguirlo bien…
-Pero, ¿te das cuenta que ahora estoy alegre? -preguntó-.
¿Se nota mi alegría…?
-Claro… O sea, se nota porque la dices, porque la
llevas contigo y la anuncias, como algo que no te perteneciera del todo, o que no
usas muy a menudo…
-¿Cómo qué…? No te entiendo.
-No sé bien… -intenté explicar-, como una prenda,
tal vez… como si dijeras: mira, hoy me puse el vestido rojo… ese que no uso
casi nunca…
-¿Y eso está mal?
-No. No está mal… es solo que muestras la alegría
como un accesorio, mientras que la tristeza no la distingues…
-¿Cuando estoy triste estoy desnuda…? -dijo riendo.
-Puede ser… -dije yo, riendo también.
Ella se acercó y volvió a recostarse junto a mí, en
la cama.
-Entonces por lo mismo debieses aprovecharte… -dijo
entonces.
-¿Aprovecharme de ti cuando estás vestida en vez de
cuando estás desnuda?
-Claro… es la oportunidad para desnudarme… y se esa
forma, además, me quedo un poco más aquí…
-¿Un poco más en casa…?
-Por supuesto: con mi vestido rojo me puedo ir a
cualquier sitio… desnuda casi nadie sale de casa, ¿no crees?
-No sé que creer -dije entonces, mientras desabrochaba
su ropa-. Supongo que todos estamos de paso…
-Así es… -dijo ella, riendo-. Todos de paso y la
vida en otra parte…
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