Esperamos nuestras cartas.
Nos miramos para recordarnos que es un juego.
Siempre hacemos eso.
Solo después vemos qué nos toca.
Y claro, volvemos entonces a ser dos contrincantes en un juego.
Siempre hacemos eso, también.
Pero claro… antes de eso esperamos nuestras cartas.
Lo repito porque aunque no lo parezca, ese es siempre el momento clave.
La situación en que nos recordamos que esto es un juego, me refiero.
Eso es lo más importante, decía.
Con todo, debo reconocer que antes, detestaba este momento.
La sola idea del juego, de hecho, ya me molestaba.
Y no es que no esperara turnos o no siguiera reglas o no recibiese
cartas.
Siempre he hecho esas cosas, digamos.
Me refiero más bien a rechazar la idea de que esto no tenía un fin
trascendente.
Y que las cartas, en definitiva, no venían a transformar más que un momento
mínimo e insignificante.
Eso sentía, lo admito, en ese entonces.
Pero claro… el tiempo pasa y aquí estoy valorando justamente ese
momento.
El momento en que nos miramos y recordamos que es un juego, por supuesto.
Al despertarnos, tal vez, o hasta al afeitarnos, mientras nos miramos
al espejo.
Y es que esas son, en definitiva, tus cartas.
Eso es lo que esperabas.
Luego solo el turno, la apuesta y el resultado.
Después barajamos de nuevo.
Y nos miramos, por supuesto, para recordarnos que es un juego.
Esa es la clave, recuérdalo.
Las apuestas nunca son, después de todo, demasiado altas.
Esa es la clave, recuérdalo.
Las apuestas nunca son, después de todo, demasiado altas.
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