“Aprendí a perderme en la respiración
tan despreocupadamente
que a veces tuve la sensación, no de
respirar,
sino de ser respirado, por extraño que
parezca”.
B. H.
El maestro me dijo que bebiera para dejar de
pensar.
Yo lo escuchaba y sentía que entendía, pero luego
me di cuenta que no.
En este sentido, me hizo beber hasta que fui capaz
de olvidar que estaba bebiendo.
En el intertanto, tuve dos episodios graves de
intoxicación y pasaron tres años.
Solo entonces, una noche en la que yo ya había
olvidado incluso que él era mi maestro, fue que comenzó el verdadero
entrenamiento.
Quebró los vasos en que bebíamos y dijo que ya era
suficiente.
Ahora estás
listo, me dijo.
Luego me explicó que habíamos seguido el camino correcto.
No solo has
olvidado para qué comenzaste a beber.
Olvidaste
también que estabas bebiendo.
Y anulaste la
distancia que existía entre tu ser y tu pensamiento.
Sonaba a que me estaba hueveando, pero reposé sus
palabras y me di cuenta que era verdad.
Solo entonces recordé que él era mi maestro.
Y claro, solo entonces comprendí que había llegado
al estado ese que tanto había anhelado:
Como cuando tengo
hambre y duermo cuando tengo sueño, me dije.
Esa noche, por lo demás, fue la última en que vi a
mi maestro.
No sé si intuyó lo que iba a pasar, pero lo cierto
es que se fue sin despedirse.
Yo lo vi irse y luego me tendí de espaldas, mirando
el cielo.
Estaba despejado y se veían las estrellas.
Pero claro, no era solo que se veían, sino que se
mostraban y hasta que estaban en mí,
de cierta forma.
La sensación era tan real que asustaba.
Tanto que uno llegaba a llorar, ahí, bajo las
estrellas.
Y fue entonces, que la cobardía pudo más en mí.
Y es que lo que pasó, en resumen, es que me dio
miedo esa sabiduría.
Y dudé de ella, claro.
Me excusé diciendo que si aceptaba esa sabiduría,
debería renunciar a demasiadas cosas.
Y hasta me mentí pensando que, de cierta forma, esas
cosas me necesitaban.
Eso fue lo que hice.
Me dije que esa era la verdad, pero era también la
soledad absoluta.
Una soledad distinta, es cierto, pero soledad al
fin y al cabo.
Todo eso… y una pérdida total de esperanza.
Eso me dije.
Con todo, he aprendido que la verdad, es algo que
no se maneja.
Y esa sabiduría, lamentablemente, no es algo a lo
que uno puede escoger renunciar.
Aplazas apenas, si tienes suerte.
Yo lo hice, de hecho, pero la suerte se me acaba.
Por lo mismo, intento resumir solo a cosas
concretas, aquello que ha ocurrido.
El maestro
murió hace cinco años, sería un buen ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario