El abuelo de J. era inventor.
Eso al menos cuenta J.
La acompaño a buscar información en el registro de
patentes.
A mí me quiere pagar para escribir una mini biografía
de su abuelo y subirla a Wikipedia.
La paga son cuatro litros de cerveza artesanal.
Negra.
Tras varias visitas descubrimos que ingreso tres
patentes.
La primera es de una especie de canal metálico en
forma de Y para recibir agua lluvia.
La segunda es de una especie de polea desmontable de
doble cubo.
La tercera –y esta es la que más llama mi atención-
es un mecanismo para procedimientos de
resultado desconocido.
Los dibujos de este último invento incluyen
cadenas, engranajes y una serie de pequeñas piezas que generan fuerzas de rotación –cito desde la
descripción del mecanismo-, afines a procesos
sistematizados no específicos y aplicaciones
desconocidas.
J., me advierte entonces que incluya en la
biografía de su abuelo la formación de una Escuela
de ingenios aplicados, para enriquecer
la información y fundamentar, de esta forma, la inclusión de su abuelo en la ya
mencionada enciclopedia virtual.
Por último, me facilita algunas fechas y datos de
familia de su abuelo, así como una serie de anécdotas para complementar la
pequeña biografía.
Esto ocurrió, por cierto, hace unas seis semanas.
Durante ese tiempo, he abordado la tarea unas
cuántas veces sin éxito alguno, salvo por la creación de unos relatos breves en
los que parezco robar –y utilizar mediocremente, si soy sincero-, un personaje
de Roald Dahl.
De hecho, en uno de esos relatos me he tomado la
libertad de dibujar al abuelo de J. junto a su mecanismo para procedimientos de resultado desconocido, y se lo he
enviado a J., mientras intento escribir -sin éxito-, el texto para Wikipedia.
A raíz de lo anterior, y lejos de reconocer mi
esfuerzo, J. se muestra cada vez más molesta, diciéndome que mi escritura no
sabe llegar a ningún punto funcional, y que no sirvo siquiera para hacer un
texto básico con una utilidad concreta.
-¿Estás segura? –le pregunto.
-Sí –me dice ella.
Entonces yo lo pienso y admito, finalmente, que
tiene razón.
Aunque claro, esto lo hago no sin cierto orgullo, como
si mis textos sin utilidad ni función concreta fuesen también un invento que
debiese ser patentado.
-¿Me adelantas dos litros de la paga? –le pido a J., tras
esa conversación.
Pero ella no contesta.
(Dejo constancia que su silencio es el culpable
del mal final, para este texto).
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