Íbamos a un funeral y ella manejaba.
Había muerto la madre de un colega y llegábamos un poco tarde… justo cuando el grupo de autos salía de la iglesia,
donde la habían velado.
Nosotros veníamos de una noche larga y con algo de
resaca.
Quizá por eso –y porque paramos a comprar agua
mineral-, se nos perdió la hilera de vehículos.
Ninguno de los dos tenía idea de cómo llegar y además
había mucho tránsito.
Fue entonces que vimos a un auto que iba lento y
que al parecer era el último de la fila y comenzamos a seguirlo.
El vehículo era pequeño y antiguo, y parecía
conducirlo una señora mayor, amiga de la difunta, pensamos.
Debemos haber seguido así unos diez minutos hasta que
nos percatamos que ese auto también iba perdido.
De hecho, nos fijamos que se paró en una acera y
nos bajamos detrás.
Del auto también se bajó una señora mayor, que llevaba
un vestido café.
-¿Usted también se perdió? –le preguntamos.
-Yo vivo acá –nos dijo, apuntando una casa.
Ella nos miraba y no sabíamos qué decir.
-Pensamos que iba al cementerio… -intentamos
explicar.
-No estoy tan vieja –contestó.
La situación era algo tensa.
Ella hablaba seriamente, y se veía molesta.
Volvimos a intentar explicar, pero creo que solo empeoramos las cosas.
Así, de pronto, nos lanzó una especie de maldición:
-Ustedes van a morir pronto –nos dijo-. Cada uno
por separado, pero pronto.
-Ya –le dijimos.
A la semana de ese incidente recuerdo que nos
separamos.
Así, podría decirse que no llegamos al espacio de
la muerte, pero tampoco al espacio de la vida.
Con todo, han pasado unos años y todavía no hemos
muerto.
Igual el tiempo es relativo, según dicen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario