domingo, 23 de febrero de 2020

Una rana, en Vietnam.


I.

Tenía veinte años cuando lo enviaron a Vietnam.

Pero antes de irse decidió dos cosas.

Casarse con una vecina con quien tenía, desde pequeño, un irregular romance.

Y llevarse escondida una rana, a Vietnam, entre sus ropas.

Tanto la primera como la segunda acción las decidió luego de tener una breve conversación con la oficina en que lo reclutaron.

Por un lado, le recomendaron casarse antes de irse, pues existían otro tipo de privilegios para los soldados casados y podía optarse incluso, a bonos en la remuneración, seguro familiar y otro tipo de pensiones.

Por otro lado, le advirtieron que estaba prohibido llevarse cualquier tipo de cosa a escondidas de sus superiores, en su próximo viaje a Vietnam, mucho menos una cosa viva.

-¿Una cosa viva? -preguntó él.

-Por ejemplo un ratón, una serpiente o una rana… -le dijeron-. La indicación se refiere a eso. Una especie de mascota. Una pertenencia viva.

Poco después de esa conversación se casó y -sin saber bien por qué lo hacía-, consiguió dos días antes del viaje atrapar una rana, que decidió llevar a escondidas.


II.

La rana era pequeña y no muy ruidosa. En principio cosió un bolsillo secreto en su pantalón donde ocultó la rana y ya en Vietnam construyó un compartimiento especial para llevarla en su cinturón y hasta usaba una pequeña cantimplora, para guardarla.

Con el paso de los días sus compañeros de pelotón descubrieron que ocultaba la rana, pero no parecía algo de importancia. Después de todo había otros que escondían dientes de oro, trozos de cabello y hasta orejas, que por lo general habían recolectado en batalla.

Pasaron así seis meses. La rana -que nunca tuvo nombre, por cierto-, no creció demasiado, obedecía a su dueño y se alimentaba de cualquier insecto que le ofrecían. Durante esos meses, hubo varias bajas en el pelotón, aunque él -el dueño de la rana-, solo recibió una herida en una pierna, que lo mantuvo una semana lejos de la batalla.

Escribió una carta a su esposa durante esos meses. Y recibió dos. Ni la que envió ni las que recibió decían algo importante. Lo cierto, es que él pensaba más en la rana que en su esposa. De hecho, en sus sueños, era su rana la que estaba presente, mientras que el rostro de su esposa, se le había olvidado casi por completo.


III.

Poco antes de abandonar Vietnam, recibió una medalla por regresar a buscar provisiones a un refugio que había sido tomado por los vietnamitas. Lo autorizó su superior, quien lo envió principalmente para que hiciese explotar una caja con municiones que había quedado en el lugar. El mismo superior le enseñó cómo poner un detonador y hacerlo funcionar a cierta distancia, para que la posibilidad de resultar herido fuese mínima.

Lamentablemente, por no poner mucha atención -pues el dueño de la rana solo pensaba en la posibilidad de recuperar a su rana que había quedado en el antiguo refugio-, instaló de mala forma el detonador, y, si bien logró producir la explosión, recibió una gran cantidad de esquirlas en todo el cuerpo, pudiendo regresar apenas donde sus compañeros, quienes lo trataron como un héroe.

Él, en tanto, más allá de sus heridas, se lamentaba por no haber podido recuperar la rana, pero decidió utilizar el método de olvido, que le habían recomendado poner en práctica ante la perdida de compañeros u otras personas cercanas.


IV.

Regresó a Estados Unidos con secuelas en la movilidad de una de sus piernas y uno de sus brazos. Colgó la medalla en casa y durante algunas semanas estuvo constantemente acompañado de familiares y amigos que iban a visitarlo y le preguntaban por lo sucedido.

Tuvo problemas para volver a tener sexo con su esposa aunque finalmente lo consiguió, tras un par de visitas médicas. Tras unos meses ella quedó embarazada, pero perdió el bebé, luego de unas semanas.

Cuando le contaron a él sobre la pérdida, no podía evitar asimilar la imagen del bebé con la de la rana perdida, por lo que trató de no pensar, simplemente, en aquel asunto.

Su esposa no dejó nunca de preguntarle qué le ocurría, desde que había vuelto de la guerra, pues lo notaba muy cambiado desde su regreso.

Él, sin embargo, nunca respondió nada concreto. Y tampoco le contó, sobre la rana.


V.

Hubo otro embarazo y otra pérdida. Luego se separaron.

El trabajaba esporádicamente en el taller mecánico de un amigo y asistía a una terapia, cada dos meses, con médicos del ejército.

Le dieron pastillas e incluso le ofrecieron internarse, durante algún tiempo, en un hospital militar, aunque él rechazó ese último ofrecimiento.

Un día, poco después que amaneciera, unos vecinos declaran haberlo visto irse de su casa, cargando un bolso, aunque ninguno sabía, realmente, a donde fue.

Pasaron los años, pero él nunca regresó a su casa, y ni siquiera su familia volvió a saber de él.

Yo, en tanto, imagino un final para su historia, y elijo pensar que hizo lo correcto.

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