lunes, 10 de febrero de 2020

Confesiones de un cazafantasmas.


Sí, cacé fantasmas.

Aprendí a ser bueno en eso.

Era un trabajo solicitado y pagaban bien.

Se veía difícil, pero lo cierto es que no tenías riesgos.

Lo único complejo era qué hacer con los fantasmas.

Luego de cazarlos, me refiero.

Al principio nosotros optamos por guardarlos en frascos.

En todos lados te topabas con ellos.

Una novia que tuve abrió uno una vez, pensando que era mermelada.

Se asustó tanto que no volvimos a vernos.

Fue entonces que tratamos de ordenarnos.

Contratamos a un tipo que pasaba el día ordenando bibliotecas, para poder hacerlo.

Él mismo construyó anaqueles y creó sistemas de clasificación.

Pero claro, nosotros seguíamos trayendo fantasmas y todo estaba en constante crecimiento.

Siempre que te fijabas en él lo veías moviéndose, entre los frascos.

Hacía etiquetas, nos preguntaba datos, se pasaba el día organizando aquello.

Supongo que de cierta forma fue contando sus historias.

De hecho, a los tres años, ya había escrito un pequeño archivo para cada frasco.

Nombre del fantasma, características básicas, posibles razones de su comportamiento.

Casi todo era inventado, por supuesto.

Nosotros apenas sabíamos qué decirle.

Era el fantasma de una abuela, le contábamos, por ejemplo, se aparecía en la cocina, revolviendo una olla...

Luego él anotaba, agregaba otras cosas y creaba las fichas.

Mientras lo hacía, intentaba mirar dentro de cada frasco, como para comprobar los hechos.

Funcionó más o menos bien el trabajo, en aquel tiempo.

El trabajo de todos, me refiero.

Fue entonces que, como sabrán, comenzaron los problemas.

Nos acusaron por farsantes, por asociación ilícita y por evadir impuestos.

Parte de ello era correcto.

Disolvimos el grupo.

Ninguno fue a la cárcel, pero terminamos sin dinero.

El que organizaba los frascos se quedó con los archivos, los otros que cazaban se quedaron con las herramientas y yo, como vivía en el lugar, terminé quedándome con los frascos.

De vez en cuando tomo alguno e intento mirar dentro.

Algunos se ven tristes, pero supongo que ellos también me ven triste, cuando los observo.

No voy a soltarlos, les digo.

Creo que ellos entienden.

Se me pasa el día en eso.

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