domingo, 9 de febrero de 2020

Tres veces al peluquero, en un mes.


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Fue tres veces al peluquero en menos de un mes. En la última oportunidad, para evitar pensar en un nuevo corte, decidió raparse. Pidió que no le dejaran rastro de cabello, y hasta compró un producto que era para proteger -y dar brillo, de paso-, al cuero cabelludo. Córteme al cero, fue su única instrucción. Que quede la piel lisa.

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El peluquero se sorprendió, pero hizo lo solicitado sin comentar nada. Manejo hábilmente la navaja y se esmeró en realizar lo que el hombre le pedía. Cuando terminó le acercó un espejo al hombre, para que pudiese observar como quedó su nuca. La cicatriz no se le nota tanto, comentó el peluquero, mientras se la mostraba en el espejo. Luego de cobrar el dinero y despedir al hombre se felicitó a sí mismo, por lo que había realizado.

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Como el hombre vivía solo no debía darle explicaciones a nadie. Tras entrar al departamento fue directo al baño y observó su cabeza. Tenía casi cuarenta años y era la primera vez que observaba realmente cómo era. Debajo de la piel hay hueso y luego cerebro y otras cosas, se dijo. Se sintió un poco como un objeto mientras observaba su cabeza. Era casi como una disección. Como si no se tratara de alguien observándose a sí mismo.

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Recibió el llamado pasada la media noche. El hombre que llamaba le contó que se había afeitado completamente la cabeza. Le costó trabajo, sin embargo, comprender bien para qué lo llamaba. Luego entendió que el hombre quería recordar cómo se había hecho una cicatriz. Parecía muy antigua estaba en la parte trasera de la cabeza. Debía haber sido una herida grande. Seis centímetros, más o menos, fue lo que dijo aquel hombre. Lo pensó mientras hablaban, pero no lo recordó. Así se lo dijo. El hombre, por cierto, era su hermano y habían vivido más de veinte años juntos. Cuando la llamada se cortó, pensó en la posibilidad de tener también una cicatriz, e incluso la buscó por unos minutos, hurgando entre su pelo.

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Llamó a familiares y hasta a una ex pareja para preguntarles por la cicatriz. No recordaba dónde se la había hecho. Estaba seguro que debía ser algo de hace más de quince o veinte años. Se notaba que le habían puesto puntos de sutura y no había sido algo menor. Nadie supo decirle nada. Por lo mismo, casi no durmió esa noche pensando en aquello. Incluso tuvo la idea -una breve imagen, en principio-, de abrir nuevamente aquella cicatriz. Buscar algo filoso y cortar la piel, justo sobre ella. Hacerlo y recordar entonces, mientras fluyera la sangre, cómo se había realizado aquella herida. La primera herida, por supuesto. La que había olvidado. Después de todo, si no lo hacía iba a ser como dejar a medias una historia. Mi propia historia, se dijo, mientras se sentaba en la cama, sin final porque no hay principio.


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