viernes, 14 de febrero de 2020

Planchar sus camisas.


Se demoraba poco más de dos horas, todas las semanas, en planchar sus camisas.

Elegía hacerlo los domingos, por la mañana, antes de cocinar.

Generalmente planchaba siete. Una para cada día.

Por lo general, planchaba también dos pares de pantalones.

De todas formas, él sentía que solo planchaba las camisas.

Mientras lo hacía no pensaba en nada más.

Se fijaba en los pliegues, en mantener la temperatura adecuada, en el cuidado de cuellos y puños.

Eso para él era como no pensar.

Tal vez por eso le gustaba planchar sus camisas.

Tenía la misma rutina desde hacía diez años.

Antes ni siquiera hubiese imaginado que sería capaz de planchar.

Una vez su hijo -se ven dos o tres veces al mes-, bromeó diciéndole que planchaba para no tener que ir a una iglesia.

Después de todo, a su edad había muchos que comenzaban a hacerlo, o que volvían a ir.

Él pensó en aquello y se dijo a sí mismo que prefería planchar camisas.

Era más honesto incluso, hacerlo así, después de tantos años.

De esta forma, cuando muriese -él pensaba que le quedaban cerca de diez o doce años-, se presentaría incrédulo ante Dios, pero sin una sola arruga.

Casi siempre es cuestión de presencia, se dijo, mientras planchaba la última camisa.

Casi siempre es cuestión de presencia, se dijo, mientras planchaba la última camisa.

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