lunes, 26 de mayo de 2025

Alguien habla en nuestro nombre.


I.

Alguien habla en nuestro nombre.

Yo lo sé desde hace un tiempo,
pero no me preocupo.

De hecho, descanso mi voz
mientras lo dejo hablar.

No digo que sea la reacción correcta,
pero en mi caso, al menos, es la que elijo.

Así, me voy enterando de las cosas que dice
porque otros dicen que las digo.

Y a veces pienso, incluso, tras oírlas,
que tiene más razón que yo.


II.

Alguien habla en nuestro nombre.

Lo sé hace tanto tiempo que hoy apenas,
sé diferenciar su voz.

Probablemente imito su timbre, y sus pausas,
sin tener mayor consciencia.

Así, sin entenderlo, he ido anotando
las cosas que decía.

O que por mí decía, más bien.

No es grave, dijo una vez, por ejemplo,
simplemente hablamos de las cosas que hemos visto.

No me habla con imágenes, el ojo.


III.

Alguien habla en nuestro nombre.

En mi caso, me enteré justamente porque alguien,
que habla por ti,
me vino a contar qué sucedía.

No me preocupa en lo absoluto, le dije,
cuando terminó de contármelo.

Luego le pedí que se fuera,
y él accedió.

Entonces yo, para terminar,
escribí un par de frases que pensé,
podrían ayudarme a comprender
lo que antes no había comprendido.

Si te paras en el camino desaparece el camino
fue lo primero que escribí.

No amasas el pan, sino la masa.

domingo, 25 de mayo de 2025

En el hoy, por fin.


Me detengo en el hoy, por fin.

De una hoja en otra fue viajando esta frase hasta que aquí quedó.

Es cierto.

Me detengo en el hoy, por fin.

Eso me alegra, hasta cierto punto.

Además, si observas, ni siquiera es tarde.

Y es extraño, pero cuando llegas, sueles preguntarte cómo es que costó tanto.

Y por lo general, no sabes muy bien qué responder.

En cambio, te afirmas en otras frases que quedaron por ahí, como peldaños que no llevaron a ningún sitio.

No está hecha tu voz parta ser oída por ti mismo, dice una de esas frases.

Y claro, tampoco la palabra, te dices, debiese existir así.

Así y todo, me detengo en el hoy porque ir más allá, por el momento, me parece insensato.

Una vez, recuerdo, el hoy coincidió con un sueño, en la mismísima torre de Babel.

Justo en el momento del castigo, me refiero.

Fui testigo entonces que no hubo realmente confusión de lenguas.

Lo que ocurrió, realmente, es que dejamos de saber qué decirnos.

Tanto a los demás, en principio, como luego a nosotros mismos.

Y es por eso, en parte, pienso ahora, que comenzamos a andar detrás del hoy.

Y detrás del nosotros que existe en el hoy.

No ahora, claro, pues hoy me detuve ahí, eventualmente.

Es cierto.

Y me detengo un poco, entonces, antes de seguir.

sábado, 24 de mayo de 2025

Ya cerca de la orilla.



Ya cerca de la orilla, dicen que la fuerza vuelve y ya puedes llegar.

No es una distancia exacta, en todo caso, pues varía en cada caso.

Aparentemente es proporcional a la fe que tienes en ti mismo.

No digo, en todo caso, que sea buena (en sí misma) este tipo de fe.

Pero es la única, al menos, que puede salvarte.

Eso es lo te dicen.



Mienten.

No siempre, pero a veces creo que mienten.

Lo hago porque cuando aquello me ocurrió a mí, esto se solucionó más bien de otra forma.

No entraré en detalles, sin embargo, esta vez.

No lo haré, pero quiero dejar en claro que no dependió de la fe en mí, en lo absoluto.

Ese es mi testimonio.

Si hubiese sido por mí, yo me hubiese hundido como una piedra.



Otra cosa que pienso es que no hay orillas.

O si las hay, estas se encuentran siempre a la misma distancia de nosotros.

Esto lo pienso, por cierto, como parte de una teoría.

No muy elaborada, pero teoría al fin.

Esta teoría puede resumirse en que todo es un sucedáneo.

Sí, como los frascos esos con sucedáneo de jugo de limón.

Pues bien, mi teoría propone que hasta el limón original era el sucedáneo de algo que olvidamos.

No sé en todo caso si con esto me explico o los confundo.

O hago ambas cosas, tal vez.

Justo los dioses estaban aprendiendo a escuchar cuando dejamos de hablarles.

viernes, 23 de mayo de 2025

Un desierto en esa flor.


I.

Imagina un preso, al aire libre, pero en una celda.

Una celda típica, de esas con barrotes, solo que expuesta al sol.

No imagines lo anterior, por cierto, como parte de una tortura.

Imagina más bien un amanecer tibio, y el sol que comienza a aparecer y a iluminar el interior, poco a poco.

Imagina esa luz, me refiero, ingresando a la celda, tras los barrotes.

Ese es el primer paso.


II.

El segundo es, de cierta forma un cambio de posición.

El segundo paso, quiero decir.

Para esto, te pido que dejes de pensar en la luz que ingresa a la celda, entre los barrotes.

En cambio, piensa ahora –como yo-, en la luz que no traspasa la reja.

En esa luz que quedó de cierta forma adherida a los barrotes, sin atravesarlos.

La luz que quedó en el metal.

Y es que todos se olvidan de esa luz.

Y yo, por otro lado, digo que ahí, justamente, está la clave.


III.

Esta clave, por cierto, es también el tercer y último paso.

Detenerse en ella, quiero decir.

Saber que existe esa luz, en los barrotes.

Luego, simplemente, imagina que tú también eres similar.

No a la luz, en todo caso, sino al barrote.

¿Lo logras…?

Ahora mira.

Mira bien y no te confundas:

Floreció un desierto en esa flor.

jueves, 22 de mayo de 2025

Un hombre sin hornear.


No sé dónde exactamente.

Pero sé que lo encontraron en una excavación.

O más bien, lo encontraron mientras excavaban.

Lo que encontraron fue un hombre, pero no uno cualquiera.

Lo que encontraron excavando fue un hombre todavía sin hornear.

La masa madre, digamos de un hombre.

Le pusieron otro nombre, por supuesto, pero más o menos eso era.

En las noticias, quiero decir, le pusieron otro nombre.

Las imágenes eran confusas y borrosas.

Parecía un bulto, nada más, aquel hombre.

Un bulto pegajoso.

Así y todo, según dijeron, aquello era un hombre, igualmente.

O eso al menos entendí.

Era un hombre, solo que le faltaba ser horneado.

Tiene los componentes necesarios, explicaron los químicos.

Solo faltaba hornearlo y ponerlo en marcha.

Viendo al hombre sin hornear, sin embargo, yo me puse a pensar algunas cosas.

Nada trascendente, sino más bien un par de cosas prácticas.

¿Qué harán con ese hombre?, por ejemplo, me pregunté.

¿Terminarán, a fin de cuentas, haciéndolo funcionar?

Nada más decía la noticia, sin embargo.

Luego siguieron otras, de hecho, que eran más cercanas a lo habitual.

Robos, política… y hasta tres expertos hablando de un penal que al parecer no fue.

Es decir, taparon la excavación con esas cosas.

Cerraron el horno, digamos.

Eso hicieron.

Pero no lo supieron encender.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Te confundes.


De pequeño te confundes.

De grande también, por supuesto, pero de pequeño te confundes más.

La diferencia en todo caso es que de pequeño no sabes, aún, que te confundes.

Y todo para ti, es igual a una verdad.

Las palabras de tus padres, por ejemplo.

Aunque te molestes y las rebatas, crees en ellas.

Todo lo que te rodea, repito, te resulta verdadero.

Una vez, por ejemplo, planté semillas en el hielo.

De pequeño, me refiero.

Y esperé.

Otra vez, quise hacerme daño, para crecer.

Y hasta quise, una vez, ser sacerdote.

¡Bien podría hacer listas…!

Si hasta pensé por años que era más pequeño, el sol.

Mucho más pequeño, quiero decir.

Y que la vida, también era otra cosa.

Pero claro… pasa el tiempo.

Y las supuestas verdades se transforman en heridas.

Luego, si hay suerte, cicatrizan.

Así y todo, me pregunto en ocasiones:

¿Quién consuela al ojo que vio sin comprender?

¿Quién se apiada de él por ser testigo de algo que no supo?

Y es que es cierto: de pequeño te confundes.

Y luego, tristemente, ya parece que es tarde.

Y no sabes entonces qué hacer con la verdad, cuando llega.

Una luz que apenas la ves, se apaga.

martes, 20 de mayo de 2025

Olvidarás tu nombre, no los otros.


*

Olvidarás tu nombre, no los otros.

Te enseñaron así.

Tal vez fue lo correcto, no lo sé.

De todas formas, el final será el mismo.

Podrás nombrar el mundo y a los otros, pero olvidarás tu nombre.

Y responderás a aquel, que los otros te inventaron.


*

Hay consuelo, es cierto, pero no será el espejo.

No busques en él solución alguna.

El que aparece en él, bien sabes que no eres tú mismo.

Su derecha es tu izquierda y además no sabe más que tú.

Para ti, sigue siendo un libro no escrito.

O un signo, probablemente, que no sabes leer.


*

Ahora bien, si lo piensas…

Tal vez no sea tan malo olvidar tu nombre.

Después de todo, no fuiste tú quien te nombraste.

Es decir, olvidaste algo que adhirieron a ti.

Se te cayó un papel pegado en tu espalda.

Puede ser terrible, pero no exageres.

Ni Adán, siquiera, pudo nombrarse a sí mismo.


*

De todas formas, si insistes, debajo de una piedra debe estar.

Debajo de una piedra debe estar la palabra que te nombra.

No oculta, esta vez, sino esperando.

Sí.

Tu nombre como las sandalias de Teseo.

No te sirve, me refiero, si no sabes dónde ir.

No la busques mejor y sé sincero:

Todavía es algo que no sabes.

lunes, 19 de mayo de 2025

Elogio de la incompletitud.


I.

Soñé que no soñaba.

Que comía sin comer.

Y que vivía, bueno… así como vivimos.

Luego desperté.


II.

Sobre el velador, entonces, encontré una nota.

“El cuerpo es un lugar / La voz es una tumba”, estaba escrito en el papel.

Era un papel pequeño, como los que venían antaño en esas galletas de la fortuna.

Nunca supe –lo juro-, cómo llegó ahí.


III.

Ese mismo día, más tarde, escuché a dos personas conversar.

¿Te sabes el chiste del pollito que va a una fiesta disfrazado de huevo?, dijo uno.

, dijo el otro.

Y así, yo me quedé sin conocer aquel chiste.


IV.

Más tarde, esa noche, fui a comer a un restaurant.

Uno de paso, pequeño, y bastante económico.

De hecho, pienso ahora que no debí decir que era un restaurant.

Como sea, el punto es que alguien se atragantó en aquel lugar.

Se paró de su silla, ahogado, pidiendo ayuda.

Entonces otro tipo se acercó y le hizo esa maniobra para que expulsara lo que lo estaba ahogando.

Maniobra de Heimlich, creo que se llama.

De la boca del tipo salió entonces un trozo de carne y algo más, que cayó a mis pies.

Era una palabra, observé.

Pero no recuerdo cuál.

domingo, 18 de mayo de 2025

No fueron mías mis mentiras.


No fueron mías mis mentiras, nos dijo. Se los prometo. Lo que ocurre es que alguien habló por mí. Sí, es cierto… Alguien tomó mi voz sin mi permiso. Yo me resistí, pero luego ya no pude. Lo intenté, pero no pude. No me culpen. Además, nadie vino en mi ayuda. Grité incluso, pero no escucharon. O no estaban cerca, no sé. Así es cómo ocurrió. No lo pongan en duda. Me atacó un ladrón de verdades. O sea, no se llevó nada, en concreto, pero evitó que fuesen dichas. Y claro, lo que oyeron fueron las mentiras de ese otro. Vuelvo a prometérselos. Y es que poco después de haberlas dicho, ese alguien se alejó. Ni siquiera sé muy bien por qué. Podría inventar algo, pero lo cierto es que no sé. Tal vez se cansó de forcejear, o de no sentirse bien recibido. Sea como sea, lo importante es que se fue. Que liberó mi voz y hoy puedo ya explicarles. O sea, no sé bien cómo se fue, pero podría explicarlo, de saberlo. De igual forma, lo importante aquí no solo es excusarme, sino advertirles, más bien. No fueron mías mis mentiras, repitió. Mis intenciones siempre fueron limpias.

sábado, 17 de mayo de 2025

La construcción de la rueda.


I.

Pusieron su esperanza en la rueda.

Todo esto mientras la construían, quiero decir.

Y es que vieron en ella una posibilidad.

Algo más práctico, incluso, que el fuego.

Así, atentos, observaron su construcción.

Como si fuesen testigos del nacimiento del ídolo que debía habitar el templo.

Hablaron sobre ello.

Todos se mostraban orgullosos de su ingenio.

Trabajaron más.

Corrigieron, incluso, sus errores.

Solo entonces, la rueda estuvo terminada.

O eso fue lo que dijeron, al menos.


II.

Debía funcionar.

Llegó el tiempo en que la rueda debía funcionar.

Sin embargo, por desgracia, el terreno era inestable.

O así les pareció, al menos.

Trabajaron todos entonces, emparejando el suelo.

Unos sacaban piedras y guijarros.

Otros, hacían estudios sobre pendientes e inclinaciones.

Todo el trabajo parecía importante.

Necesario, incluso.

Todo, ahora, estaba listo para funcionar.


III.

Nunca giró, la rueda.

Todo era propicio, es cierto, pero nunca rodó.

Es más: ella fue, finalmente, lo único fijo.

Todo el universo, quiero decir, giró ante ella.

A su voluntad, es cierto, pero ella no logró moverse nunca.

Algo había, en su centro, que resultaba inamovible.

Todo giró, repito, menos la rueda.

Los hombres, ahora, se sentían derrotados.

Eso ocurre cuando inventamos la necesidad, dijo alguien.

Y todos lo miraron extrañados, como si hablase en otra lengua.

viernes, 16 de mayo de 2025

Dos asesinatos en mi barrio.


Hubo dos asesinatos en mi barrio.

En ellos, dos veces ocurrió que mataron al mismo tipo.

Lo identificaron cada vez, me refiero, tras hacer las pesquisas pertinentes.

Sé que suena extraño, pero así ocurrió.

No es que lo haya visto, pero de igual forma lo acepto sin dudar.

Y es que, si soy sincero, prefiero no darle vueltas al asunto.

En cambio, agradezco a la suerte por las consecuencias de esos hechos.

O por una de ellas, más bien:

Dos veces no fui yo.

Dos veces no fui el muerto, me refiero.


II.

Llegaron periodistas luego del segundo asesinato.

Llegaron antes, incluso, que la policía del lugar.

Yo los observé hacer preguntas, aunque no vi a nadie respondiéndoles.

Para no ser menos, cuando me preguntaron a mí, también guardé silencio.

Solo me inventé una teoría en la cual los mismos periodistas
pidieron prestado al muerto,
e hicieron algo así como una reconstitución de escena.

De más está decir que nadie, al parecer, me tomó en cuenta.

De hecho, no me volvieron a preguntar.


III.

Todo crimen es soñado, escuché decir a alguien, una vez.

De todas formas, no le escuché decir nada de dos crímenes.

Al parecer, la mayor dificultad se asocia con guardar aquello en la memoria.

Memorizar la muerte quiero decir.

No sé si has oído sobre aquello, pero a mí me parece bastante interesante.

Y cierto, por añadidura.

Respecto a mi barrio, por ejemplo, todo siguió igual luego de los dos asesinatos.

Eso observo yo.

No tiene el pájaro memoria del aire, dirá alguien, buscando concluir.

Pero errará el camino.

jueves, 15 de mayo de 2025

La corteza y el árbol, en su sitio.


No sé si hablaban entre sí, pero yo los escuchaba como si así fuese.

No ves sangrar al árbol si le quitas la corteza, dijo uno.

A veces, dijo otro, arrancas la corteza y ya no hay árbol.

Tras esto quise hablar, entre ellos, pero no se me ocurría qué decir.

La idea, ante todo, era parecer interesante.

Ese no es el problema, logré decirles, luego de un rato.

Entonces me observaron.

Ambos me miraron, quiero decir, y exactamente al mismo tiempo.

Pasó un minuto.

Luego otro.

No agregaron nada más.

Afuera del lugar, tras una ventana, se veía un árbol.

Parcialmente, digamos, pero los tres, al menos, hubiésemos podido verlo.

Se los indiqué.

El árbol, les dije, apuntándolo.

Ellos desviaron la vista, y observaron la ventana.

Apenas giraron la cabeza, al hacerlo.

Sus expresiones no reflejaban emoción alguna.

Tras la ventana, el árbol, especifiqué.

La situación era extraña.

Incómoda, incluso.

Para buscar alguna referencia, imaginé que los estaba presentando.

Nada resultaba, en realidad.

Con la corteza no basta, pensé entonces, en voz alta.

Tras decirlo, como era difícil mirar a los dos, al mismo tiempo, escogí observar el árbol.

Ellos entonces murmuraron algo, que no entendí.

Luego se voltearon, aparentemente indignados.

No se preocupe, dijo entonces un tercero, todos hablan, pero nadie sabe de qué hablan.

Yo asentí.

Poco después, los que hablaron primero, se fueron del lugar.

Afuera, el árbol, parecía seguir en su sitio.

miércoles, 14 de mayo de 2025

La posición de la almohada.


Cambias la posición de la almohada.

Varias veces, lo haces.

Te volteas.

Una y otra vez, te volteas.

Respiras hondo.

Todo esto, por supuesto, sin abrir los ojos.

No hace frío.

Afuera ladra un perro.

Evitas detenerte en las imágenes.

Frases cortas, solamente.

Como si eligieras las rutas que te alejan.

No sabes de qué, exactamente, pero te alejan.

Cambias la almohada por un cojín.

Luego vuelves a la almohada.

De igual forma, no te desesperas.

Buscas dejar un tiempo prudente entre cada acción.

Más imágenes.

Ideas breves.

A veces, incluso, te observas en ellas.

Como en el libro ese de Norah Lange.

¿No hace frío?

Probablemente esté mal dicho.

Pero todo, prácticamente, está mal dicho.

Cuentas.

Haces cuentas, me refiero.

O cálculos, más bien.

Intentas que las cifras solo sean números.

Las despojas.

Las cambias de lugar, en el fondo, como signos vacíos.

Todo es reubicar.

Números, almohadas, cojines… todo, a fin de cuentas.

Afuera el perro ladra, otra vez.

Una sola vez intentaste verlo, en la noche.

Estaba en la casa de un vecino, ladrando bajo un árbol.

El árbol, sin embargo, solo tenía ramas secas.

Le estás ladrando al árbol equivocado, pude haberle dicho.

Aunque claro, también podría habérmelo dicho a mí.

Todo es reubicar, a fin de cuentas.

Llevarse puesto y no llevarse.

Cambiar la posición de la almohada.

Ahora sí.

martes, 13 de mayo de 2025

Nunca estamos más cerca.


I.

Mentimos.

Nunca estamos más cerca de la muerte.

O sea, estamos cerca, pero siempre estamos a la misma distancia.

Ayer leía, por ejemplo, que a una enfermera se le cayó de los brazos un recién nacido.

No se explicaba bien la situación, pero lo cierto es que el bebé cayó y se rompió el cráneo.

Breve y triste argumento, lo reconozco, pero argumento al fin.

Mentimos.


II.

Tengo un vecino que pasó ya los cien años.

Todavía camina, aunque es lento y tiembla bastante.

Da unos pasos en el jardín y sale a la puerta de la casa.

Los que lo ven lo saludan, pero creo que él ya no reconoce a nadie.

Esto lo hace, por cierto, aproximadamente una vez a la semana.

Lo ayuda a salir y a entrar una hija suya que ya es abuela.

Muchos sonríen cuando lo ven y luego hacen comentarios.

Yo no le encuentro ninguna gracia.


III.

Mentimos.

Nunca estamos más cerca de la muerte.

Por ejemplo, el bebé que se rompió el cráneo sobrevivió, luego de la caída.

Todavía no se sabe si quedará con daños, pero la gente se alegra.

Luego, por supuesto, comentan sobre la enfermera y lo que debe ocurrir con ella.

Se entretienen hablando de eso, por algún rato.

No digo que este mal, por cierto, solo describo lo que hacen.

Mentimos.

lunes, 12 de mayo de 2025

Dónde empezar.


No sé por dónde empezar.

Pero empiezo.

Una y otra vez empiezo.

Desde el lugar en que me encuentro, lo hago.

Probablemente tarde, pero lo hago.

Y es que antes le doy vueltas, por supuesto.

Y me demoro.

La excusa más común es que algo se me escapa.

También me angustio, por cierto, como todos.

De igual forma, si me preguntan, termino por decir que me confundo.

Eso hago, al menos, cuando logro resumir.

Y ocultar lo necesario.

Sea como sea, la excusa es cierta.

Incompleta, tal vez, pero cierta.

Por ejemplo, me confundo buscando un lugar especial para partir.

Y luego, claro está, ocurre que nunca ese lugar es aquel en que me encuentro.

Siempre pasa así.

Nada tiene de especial el lugar en que me encuentro.

Eso me digo, al menos, y se me olvida entonces que siempre estoy en el lugar en que me encuentro.

Eso aturde, por cierto, y molesta.

Daña, incluso.

No llegar a nuevas conclusiones, me refiero.

Y no llegar sin tener cigarros que encender, es siempre algo difícil.

Es demasiado honesto como para ser fácil.

Es como estar sobrio para ver directamente el mundo.

Y fingir entonces que sabemos, sin saber.

Y claro, es por eso finalmente que se hace difícil comenzar.

Cada vez, me refiero.

Sin respuestas a los qués ni para qués.

Pero comenzar.

Generalmente solo y cada vez más viejo.

Y otra vez el primer paso.

domingo, 11 de mayo de 2025

No era un frío real.


No era un frío real. O al menos ella, cuando recuerda aquel día, afirma que no lo sentía. De todas formas, tampoco es que sintiese otra temperatura en particular. Era como si el frío, simplemente no se registrase. No se registrase en ella, quiero decir. Siguiendo esta idea, comentó días después que aquello le pareció más bien una no-sensación. Un no-registro. O, en otras palabras: la ausencia de cualquier tipo de sensación térmica.

-No era frío, pero tampoco era otra cosa –me dijo.

Pensé un momento en sus palabras.

-¿Era nada? –pregunté luego, intentando entender-. ¿Era nada o percibías algo a pesar de todo?

-Percibía la ausencia de algo –dijo entonces-. Pero no algo fuera de mí… Es decir, percibía que no podía percibir, o comprendía que no podía hacerlo, más bien… y eso hacía que el significado de lo que no era parte mía perdiese de su pronto su significado, su realidad…

-¿El frío, por ejemplo? –pregunté ahora.

-Puede ser-aceptó, tras pensarlo un poco-. Puede ser, pero lo cierto es que no es frío si no lo percibes. Más bien es algo que deja de ser parte de la realidad… que deja de ser registrado…

Seguimos hablando así durante un rato. De aquello que registras, me refiero, y de aquello que dejas de registrar. Y también de las razones a las que no tenemos acceso cuando dejamos de registrar algo que hasta entonces formó parte de la realidad.

-Lo triste es que probablemente a todos nos ocurra como al frío –me dijo esa vez, antes de despedirnos-. Dejaremos de ser registrados, quiero decir...

Yo asentí.

No entendía mucho, pero asentí.

Entonces, en silencio, sentí como si una parte de mí se desvaneciera.

No es real, me dije entonces, cerrando los ojos.

No es real.

Simplemente me ocurre como al frío, concluí.

Un no-registro.

sábado, 10 de mayo de 2025

No sabes si son como tú.


I.

No sabes si son como tú.

O tal vez, si lo sabes, supongo que no quieres reconocerlo.

No digo que te creas especial, ni superior ni nada de eso.

Esto no se trata –aclaro-, de un ataque.

Es más, pienso que es solo inseguridad, de cierta forma.

La expresión de una duda razonable, digamos.

Una pregunta que surge, en el fondo, porque sabes menos de ti que de los otros.

Y eso es normal, te digo, y hasta podríamos decir que está bien.

O prácticamente bien, al menos.

No mentirse, me refiero.

No vestirse con frases hechas y pasearse desnudo.

Esto no se trata – aclaro-, de un ataque.


II.

Está bien.

Piensa que está bien.

Yo lo hago, al menos, y quedo tranquilo.

De hecho, tiene incluso un lado positivo.

Y no me refiero simplemente al no saber, sino al hecho mismo de ser igual o ser distinto.

Reconocer que poco importa, quiero decir.

E intuir, de paso, que es imposible saberlo.

No saber si son como tú, me refiero.

Ni querer, ahora, saberlo.

Después de todo, puedes perder el tiempo de otras formas.

Eso hemos aprendido, con el tiempo.

Perderlo sin hacer daño, esta vez.

Sin resentimiento y sin buscar venganza.

Sobre todo, sin buscar venganza.

Además –recuerda-, no puedes vengarte de aquellos que no son como tú.

Y esto no es, en modo alguno, un ataque.

viernes, 9 de mayo de 2025

Leña verde.


“Es lo más terrible de nuestros cuerpos.
Son tan visibles, tan visibles.”
J. F.

Ella reclama. Vocifera. La escucho maldecir, incluso, aunque no comprendo a quién. Cada cierto tiempo lo hace. Una vez al mes, calculo, en promedio. A mí no me molesta, en todo caso, pero sí me llama la atención. Son quejas, simplemente, a fin de cuentas. Eso me digo, cuando ocurre. No hay de qué asustarse. Eso me digo mientras pienso que yo también podría hacer lo que hace ella y tal vez me iría bien. Tal vez sirva para compensar otras cosas. A veces, cuando la escucho, imagino que ella es un trozo de madera que intenta arder. O sea, no sé si intenta arder, pero al menos está al fuego y es algo así como un leño que se mete dentro y que luego alega porque ni siquiera se consume. Porque de cierta forma es leña verde todavía y solo arroja humo, y no sirve siquiera para encender una llama. Sí, ella es leña verde, me digo. El corazón de ella no ha dejado de ser leña verde y no enciende y eso la molesta. Llena de humo el lugar y cuesta respirar un poco, mientras grita, pero eso es todo. No terminará ocurriendo nada grave, quiero decir. Desgaste, simplemente, y eso siempre ocurre. No puedo evitarse, el desgaste. Es evidente, digamos, aunque incómodo de ver. Humo, a fin de cuentas. Poco más.

jueves, 8 de mayo de 2025

Un oso hiberna dentro de mí.


Un oso hiberna dentro de mí.

No sé bien desde cuándo.

Lo malo no es que hiberne en todo caso.

Ni tampoco que esté ahí.

Lo malo es que ocupa, prácticamente, todo el espacio.

Así, sin interior disponible, me veo confinado a la superficie.

A estar sobre la piel.

A ser expulsado de mí mismo.

Y a vivir, en definitiva, en permanente contacto con aquello que no soy.

En los bordes, me refiero.

Y en las líneas donde acabo.

Visto así, por cierto, es peligroso.

Sí, es cierto: sin duda es peligroso.

Pueden verlo, si desean.

Pueden comprobarlo.

Y es que todo es frágil en esta situación.

Entiéndanlo de esta forma, si quieren:

Si resbalo un poco me caigo de mí.

Y no hacia dentro, precisamente.

Y es que ahí no hay, hoy por hoy, espacio.

O sea, lo hay, pero está ocupado por un oso.

El oso que hiberna, del que contaba en un inicio.

El oso tendido allá dentro.

El oso que apenas se mueve.

Si yo hasta pensé que estaba muerto, cuando lo vi.

Otro cadáver dentro, me dije.

Pero claro, justo entonces me percaté que el oso estaba respirando.

Respiraba apenas, es cierto, pero eso es lo que hacía.

Era como si dentro del oso hubiese también otro oso que estaba respirando.

Y dentro de ese, quién sabe…

Yo, al menos, desde mi superficie, nada sabía.

O casi nada, más bien.

Un oso hiberna dentro de mí, dije entonces.

Pero nunca supe a quién.

Un oso hiberna dentro de mí, repetí.

miércoles, 7 de mayo de 2025

Pájaros cansados.


Esa mañana los vi.

Hasta entonces, me habían hablado sobre ellos, pero no lo creía.

Por lo mismo, ni siquiera había intentado verlos.

Vuelan temprano, me dijeron, casi de madrugada.

Una bandada de pájaros cansados.

Veinte pájaros al menos.

Vuelan siempre desde el mismo sitio al otro.

La misma trayectoria, me dijeron.

Y claro, yo dudé y pregunté que cómo sabían que estaban cansados.

Ellos, entonces, se miraron entre sí y luego me dijeron que yo sabría.

Que era algo que se sabía al verlos.

No les creí, por cierto, cuando lo dijeron.

Pensé que bromeaban.

Por eso pasó el tiempo y solo meses después –y de casualidad-, descubrí que era cierto.

Vi los pájaros cansados, quiero decir.

No los busqué, pero los vi.

Ocurrió así:

Salí de casa para ir al trabajo y me desvié un poco.

No sé bien por qué, pero lo hice.

Tal vez fue porque salí unos minutos antes y eso me confundió.

No pensaba en los pájaros, estoy seguro, pero los vi de igual forma.

No los buscaba, quiero decir.

Pero fue entonces que los observé volar, cansados, de un lugar a otro.

Y claro, recordé entonces que me lo habían anunciado.

Pájaros cansados.

Casi de madrugada.

Justo en ese sitio.

Yo los observé entonces y hasta me acerqué unos pasos.

Ellos también me observaron.

A mí y a otros que comenzaban a pasar por ahí.

Cansados.

Pájaros cansados, me dije.

Y esperé.

martes, 6 de mayo de 2025

Doce silencios.


Silencios.

Doce silencios.

Todos en fila, unos tras otros.

Tan seguidos que no se distingue, entre ellos, ninguna transición.

Todos por el mismo eje.

Todos indistintos y en la misma dirección.


Silencios.

Doce silencios.

Afuera hay ruido, pero aquí hay silencios.

Siempre en plural pues no sobreviven solos.

Lo intentan, a veces, pero terminan cediendo.

Dejan de ser, quiero decir.

Y es que solos, de pronto, salen a flote.

Desesperados.

Como niños que han aguantado la respiración, bajo el agua.

Y ya no son.


Silencios.

Doce silencios.

Como velas consumiéndose iluminan los silencios.

Arrojan sombras.

Tiemblan ante aquellos que se acercan.

Parecen débiles, incluso, pero no lo son.

Ese es el truco, a veces.

Aguardar tranquilos como una trampa.

Como cazadores ante la presa.

Como un espejo escondido.

De esa forma actúan.

Doce silencios que ahogaron a un grito.

Doce silencios ocultaron a dios.


Silencios.

Doce silencios.

Ahora no, pero podrás verlos.

Doce silencios como doce vidas.

Como doce vidas blancas.

Vidas pequeñas, me refiero.

De esas que nada dejan.

De esas vidas que no supieron qué decir.

Vidas que flotan como trozos de madera en un estanque.

Indistintas.

Y que un día pasan frente a ti.


Silencios.

Inclina tu cabeza ante ellos.

Doce reyes mudos.

Ellos sabrán, qué es lo mejor.

lunes, 5 de mayo de 2025

Carne y madera.


*
Al final, el animal se transforma en carne y el árbol en madera.

Ese es, más o menos, el resumen.

En el caso de la carne, sin embargo, esta apenas puede conservarse.

Y es conveniente consumirla prácticamente de inmediato.

Así es, casi siempre, como ocurre.

El proceso es claro en estos casos.


*
El animal en carne y el árbol en madera.

De esta forma lo aprendemos.

Como si se tratase de recursos en un juego de mesa.

Si pensamos en el hombre, no obstante, esto se complica.

Y es que ni en carne ni en madera se transforma el hombre.

¿En qué se transforma entonces?

¿Puede considerarse el hombre como un recurso?


*
¿En qué se transforma el hombre?

Eso es lo que yo digo.

Disculpen si incomoda la pregunta, pero no sé decirlo de otra forma.

Además, supongo que es válido plantearlo así.

Más incómodo sería –pienso yo-, asegurar que dejamos de ser y que no nos transformamos.

No quiero ser rotundo en eso.

No transformo mi ignorancia en mi certeza.

Aunque tentado estoy.


*
Procesos.

Al final es todo cuestión de procesos.

No exactos, en su totalidad, pero al menos con etapas distinguibles.

El principio, el medio y el final.

Carne y madera, a fin de cuentas.

Viento.

domingo, 4 de mayo de 2025

No estoy diciendo eso.


I.

No.

No estoy diciendo eso.

Lo que digo es más simple.

Simple y además se puede decir de varias formas.

Por ejemplo, puedo expresarlo así:

“Un elefante cabe dentro de otro elefante”.

Puedo plantearlo así, quiero decir.

Nada me lo impide.

Decirlo de esa forma, como si fuese una premisa.

Luego explicarlo, tal vez, pero no ponerlo en duda.

Un elefante dentro de otro elefante.

Solo uno, me refiero.

Idealmente el mismo, por cuestión de espacio.

Y luego, hago una pausa para que puedas pensar.

Y trasladar nombres y todas esas cosas.

La pausa es necesaria, casi siempre.

Tú eliges, sin embargo, para qué la usas.


II.

Debo confesar algo.

A veces, en el tiempo de la pausa, comienzo a cuestionarme a mí mismo.

O no a mí, exactamente, pero sí a la rigidez (y mala forma) en que suelo expresar algunas cosas.

No se trata, en todo caso, que el elefante ya no quepa en el elefante.

Eso está fuera de dudas.

Pero lo cierto es que comienzo a pensar que, si van apretados, de pronto caben dos.

Esto es un ejemplo, por supuesto, pero ilustra lo que ocurre.

No en mí, exactamente, pues esto es más bien cuestión de tiempo.

No de lugar, quiero decir.

Y el tiempo en que ocurre es siempre un “mientras”.

Y claro… suele ser entonces cuando el otro interrumpe y quiere decir algo.

Algo fruto de su comprensión, quiero decir.

Pero el final del texto no lo deja.

viernes, 2 de mayo de 2025

Un hombre con un martillo.


I.

Dicen que solo ve clavos, un hombre con un martillo.

Yo digo que ellos mienten.

No con mala intención, por cierto, pero de todas formas mienten.

Y es que, probablemente, nunca han tenido en sus manos un martillo.

Y creen que la visión del hombre, además, es cosa fácil de anticipar.

¡Cuánta confianza en las palabras que parecen simplificar el mundo…!

Cuánta inocencia, también.

Y cuánta ignorancia.


II.

Es cierto: no tengo yo grandes propuestas.

Aun así, podría aventurar algunas alternativas.

No por hacerlo, simplemente, sino más bien organizar otras rutas.

Y claro, a partir de cada ruta, otras posibilidades.

Una propuesta:

Tal vez vea martillos el hombre con un martillo.

Otra propuesta:

Tal vez esté buscando soportes (o hasta paredes) y se haya olvidado del clavo.

Sea como sea, en todo caso, lo cierto es que no ve clavos, únicamente.

Y ocurre que ellos mienten.


III.

Vi una vez a un hombre con un martillo.

Ocurrió muy cerca de donde vivía.

Caminaba el hombre por la calle,
aparentemente enfurecido,
y cargaba el martillo como un arma.

Debe estar siguiendo a un clavo, dije entonces.

Yo bromeaba, por supuesto,
pero olvidé, más tarde, que lo hacía.

Horas después,
supe que habían detenido al hombre.

Extrañamente,
no encontraron nunca aquello 
que consideraban un arma.

Poco sé.


Poco sé.

Aunque me pregunten e insistan, poco sé.

Pensaba que sí, tiempo atrás, pero ahora sé que no.

Pensaba que sí sabía más, quiero decir.

Eso pensaba, pero no era.

Aquello me sorprendió, por cierto.

Y es que yo esperaba saber más.

Por ejemplo, una vez, quise anotar lo que sabía.

Pero bueno… lo cierto es que no llené una hoja.

Ni media, en realidad.

De todas formas, no saber,
no resultó ser, en modo alguno,
una tragedia.

Me refiero a que igual fue bueno descubrirlo.

Ya hasta reí un poquito, esa vez,
al ver lo que había escrito.

Menos peso, me dije entonces.

Ahora voy con menos peso.

Así, más liviano, comencé a levantar los hombros
ante cualquier pregunta que me hacían.

A veces, también sonreía.

Poco sé, me excusaba.

Incluso nada.

Las interacciones eran breves.

Y no saber me llenaba de alegría.

A pesar de lo anterior,
no he podido explicarme, todavía,
por qué la gente sigue preguntándome.

Tal vez, me digo,
ellos no quieren realmente las respuestas.

Sí, es eso…

Probablemente se conforman
con la honestidad del no saber.

Poco sé, les digo.

Y es cierto.

Entonces, nuestras miradas se cruzan,
libres de todo conocimiento.

Sin manchas, quiero decir.

Hermanos en la ignorancia.

No sabría qué confesar, si me torturan, digo ahora.

Poco sé.

jueves, 1 de mayo de 2025

Desapareció y no supo.



Desapareció y no supo.

Pobrecita.

Todo comenzó como una fiebre,
que no sintió.

Había llovido por esos días.

En uno de ellos, se perdió.

Así, perdida, le ocurrieron entonces
una serie de cosas.

Encontró, por ejemplo,
un almacén que aún tenía
un teléfono público.

También,
conoció a personas que no eran buenas.

Y hasta caminó en medio de una marcha
por el centro de Santiago.

Fue ahí, por cierto, que me acerqué a ella
y la escuché hablar.

Era temprano.

Hacía un poco de frío.

En el aire se sentía el aroma de un café,
y ella tenía olor a tostadas.

La escuché hablar.

Nadie la escuchaba, a simple vista, salvo yo.

Sin saberlo, sus palabras presagiaban
que pronto desaparecería.

Imaginé, incluso, que llevaba una pancarta
alusiva a aquello.

“Voy a desaparecer”, decía esa pancarta.

“Como el amor de Dios, voy a desaparecer”.

Pobrecita.

Su voz sonaba apenas.

Si existía,
existía como espuma.

Sus pasos, no cargaban ya
la totalidad de su peso.

Puse atención a sus palabras:

Dijo que los bomberos dirigían el agua
a la casa que aún no estaba en llamas.

También, habló de un dolor pequeño.

Y hasta contó que, en un sueño,
había tomado el té
con Anne Carson.

Pobrecita, pensé.

Va desaparecer y no sabe.

Quise decírselo, entonces,
pero ya no estaba ahí.

En el suelo,
donde ella había estado,
podía verse ahora una pancarta olvidada.

Pobrecita.

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