miércoles, 30 de abril de 2025

Todos somos redondos.



Todos somos redondos.

O somos un círculo, más bien.

No juntos, en todo caso.

No todos a la vez.

Cada uno, quiero decir, es un círculo.

Disculpen si me complico.

Y es que juntos, a fin de cuentas, no sé bien qué cosa somos.

Eso siempre me complica, por cierto, y además no es mi tema.

Hablar de cada uno, en cambio, es algo que me acomoda más.

Supongo que es, a fin de cuentas, porque tengo la medida adecuada para eso.

Cómo sea.

Lo que venía a decir es que somos un círculo.

Cada uno de nosotros es un círculo.

Terminamos donde empezamos, quiero decir.

Y desde donde nos miren, pueden apreciar en nosotros los mismos bordes.

Piénsenlo un poco y verán que es así.

Verán que es cierto, me refiero.

En mi caso, pensaba que lo percibía simplemente de esa forma.

Pero tras pensarlo resultó que verdaderamente era cierto.

Fui lógico.

Busqué razones.

Incluso medí, cuando fue posible.

Desde nuestra superficie a nuestro centro, me dije, existe siempre la misma distancia.

Y claro, tras decirlo, lo comprobé.

Y resultó, nuevamente, ser cierto.

Somos círculos, comprobé.

Y no es que me cegara, porque me cuestioné varias cosas.

¿Será correcto decir “el centro del círculo” ?, me pregunté, por ejemplo.

¿Será proyectable, mi medida, en los otros?

Así, de pregunta en pregunta, fui rodando hacia la certeza.

Choqué con ella, digamos.

Y aquí estoy.

Debiese contárselo a alguien, me dije.

Sin duda.

martes, 29 de abril de 2025

La vaca ciega.



I.

Por lo general les vendan los ojos antes de matarlas.

Yo pensé que las angustiaba más, pero se supone que las tranquiliza.

O sea, no las tranquiliza exactamente, pero les evita ver otras cosas que terminan intranquilizándolas.

Da igual, en todo caso.

Da igual porque no quería hablar aquí de vacas vendadas sino más bien de vacas ciegas.

De hecho, solo de una vaca ciega.

Además, como es la única que he visto, termino determinándola.

O eso hago cuando la nombro, al menos:

La vaca ciega, digo entonces.

De eso les quiero hablar.


II.

Ante todo, quiero decir que fui yo quien descubrió que estaba ciega.

No lo cuento para darme méritos ni nada por el estilo.

De hecho, debo confesar que todo ocurrió más o menos de casualidad.

Simplemente la alumbré de frente una noche, con un foco muy potente.

Y entonces noté que no reaccionaba.

Sus ojos seguían fijos, en la nada.

Más lechosos que lo habitual.

Todo sin querer, pues yo simplemente había escuchado un ruido.

Y salí poco después a caminar fuera de casa.

Así comenzó todo.


III.

La noche era oscura, debería decir, para dar contexto.

Pero lo cierto es que no me interesa más contexto que la vaca ciega.

Único personaje, además, en la aventura que ha de llevarla a sitios que no puede diferenciar.

Así y todo, se deja llevar, sin problemas, y hasta parece que va atenta, olfateando la hierba.

Tal vez no sea tan ciega, me digo entonces, mientras la observo caminar.

¡Bendita vaca...!

Tal vez no sirva, ahora, como símbolo.

lunes, 28 de abril de 2025

Grabar a gente que graba ovnis. (Poco más)


Puedes verlo, me dijo.

Desde ese ovni están grabando.

Da lo mismo quién, aunque supongo que es alguien que está dentro de ese ovni.

Esa luz verdosa y suave que se observa en un costado, ¿la ves?

Pues esa es la forma en que lo hacen.

O sea, no la forma, pero es la huella que deja su mecanismo de grabación.

Ahora mira.

Sí, hacia allá, junto a ese edificio.

Cuenta tres pisos desde arriba hacia abajo.

La segunda ventana... ¿No te lo había dicho?

Ese es el hombre que está grabando al ovni.

Fíjate a dónde apunta con su celular.

Sí... está grabando al ovni desde el que también están grabando.

Es extraño, pero siempre ocurre así.

Me refiero a que si hay un ovni, siempre hay un hombre que lo está grabando.

Es como una máxima.

O al menos así se me presenta, cada vez.

No exagero...

Ni siquiera sé lo que es primero.

Yo simplemente corroboro lo que sé.

Es decir, si veo a uno, busco de inmediato al otro.

Y lo cierto es que siempre termino encontrándolo.

Por otro lado, no sé si se graban realmente el uno al otro.

O sea, sé que el hombre graba al ovni, pero no sé qué es lo que enfocan desde este último.

Una vez, de hecho, sentí que me estaba grabando a mí.

Y claro, como yo acostumbro grabar a la persona que está grabando ovnis, sentí que se formó (esa vez) algo así como un bucle.

Nada terrible ni angustioso, pero de todas formas un hecho singular.

Un bucle anecdótico, digamos.

Poco más.

domingo, 27 de abril de 2025

Cocina, pero no sabe para quién cocina.


I.

Cocina, pero no sabe para quién cocina.

Piensa que es grave y triste, pero yo le digo que es como todo.

Simplemente es como todo, le digo, un poco sin pensar.

Y claro, ella se molesta, pero al final me cree y dice que es cierto, pero que igualmente es triste.

Grave y triste como todo, me dice, recogiendo mis palabras.

No sabes consolar.


II.

A veces yo también cocino.

Un poco para que ella no cocine, pero también porque me gusta cocinar.

Cuando lo hago, ella sonríe y cada tanto me corrige.

Un error común, me dice, es que no calculas las porciones.

Yo acepto sus palabras y asiento levemente con la cabeza.

Probablemente, agrega, ni siquiera sepas con quién estás.


III.

Es cierto.

Pero la verdad es tan incómoda que yo sigo cocinando.

De hecho, me hago el desentendido, y busco hablar de otras cosas.

De cosas cualquiera, quiero decir.

De cosas que no duelan.

Pienso en deportes, por ejemplo; o en asuntos del trabajo o hasta imagino que soy parte de una novela negra.

Una de esas novelas nórdicas idealmente, donde el misterio es concreto y definido.

Tanto así que nos conforma descubrirlo, al final.

El hambre, mientras tanto, va y viene, me digo.

Pero claro… ni siquiera sé decir lo que es el hambre.

Y ella, ciertamente, no lo puede aclarar.

sábado, 26 de abril de 2025

Lo que dice.


*

Un conjunto que contiene a otro.

Todo, a fin de cuentas, funciona así.

Nada está fuera de un conjunto, me refiero, aunque queramos.

Nada ni nadie, aclaro.

Todo conjunto, además, está contenido y contiene a otro.

Digo esto, por cierto, para comenzar.


*

No hablo en todo caso, de conjuntos perfectos.

De hecho, la razón principal que un conjunto contenga a otro y luego sea contenido
es justamente esa imperfección.

En este sentido, sería un error pensar en esos conjuntos circulares o de contornos similares.

Menos aún de círculos concéntricos.

Y es que los conjuntos, más bien, se adaptan al contenido.

Piénsenlos, si quieren, como si fuesen piel.

Una piel y luego otra, en ese caso.

Y claro, cuando el contenido de un conjunto muere,
el conjunto mayor que lo contiene no se contagia de aquello.

Carga al conjunto muerto, simplemente.

Y por lo general, olvida que este existió.


*

Un conjunto que contiene a otro.

Es algo simple, si se acepta.

Es decir, es simple si asumimos que somos únicamente un elemento más.

Uno que además es parte de un grupo contenido por otro.

Y claro, solo falta entonces pensarnos como un continente responsable
del conjunto que albergamos.

En mi caso, al menos, cuando lo acepto así, las cosas calzan de mejor forma.

Y hasta se escucha, atrás de todo, una voz que dice:

viernes, 25 de abril de 2025

Vivimos las vidas de los otros.


“El sentido no es algo que recibimos,
sino algo que damos”
K. O. K.


I.

Vivimos las vidas de otros.

Eso es lo que ocurre.

Tal vez por falta de imaginación, lo hacemos, o por sentirnos más seguros.

No obstante, más allá de la razón, lo importante es aquí admitir al menos este punto.

Y reconocer, desde ahí, que poco construimos.

Sin sufrir, reconocerlo.

Y sin culpas.

No hay necesidad de desesperarse, tras el cálculo.

Y es que, de todas formas, no podemos ser más de lo que somos.

Mejor solucionarlo, en medio de la calma.


II.

Vivimos las vidas de otros.

Desde ahí, una solución que se me ocurre, es construir nuestro sentido, desde la vida de los otros.

No buscar en nosotros mismos, quiero decir.

Sino más bien transformar en lo posible la vida que no es nuestra.

Solo así, a fin de cuentas, viviremos otra vida.

Y será por fin, construida, por nosotros.


III.

Vivimos las vidas de los otros.

Suena mal, tal vez, pero yo lo considero una buena noticia.

De hecho, todo lo que es bueno puede parecer, en principio, una mala noticia.

Por lo mismo, sin poder cambiar los hechos, podemos al menos incidir en la forma en que esos hechos existen.

O la forma en que se dan, más bien, cerca de nosotros.

¡Qué oportunidad la nuestra!

jueves, 24 de abril de 2025

Me mandan a comprar y olvido qué.


“Y él, que no sabía su nombre, lo adivina y dice
que se llamaba Perceval el Gales,
y no sabe si dice verdad o no;
pero decía la verdad, aunque no lo sabía.”
Ch. de T.


Me mandan a comprar y olvidó qué.

Pero como estoy en la panadería, intento imaginarlo.

Observo qué productos tienen, descarto algunas cosas y cuento el dinero que llevo.

Entonces hago cálculos.

E infiero.

Por lo general estoy pensando en eso cuando me tocan el hombro para que pida de una vez.

Lo hacen de buena forma, en todo caso, pero siempre me sorprende.

A veces quién vende me llama por mi nombre.

Y claro, como no lo recuerdo, hasta mi nombre me confunde.

Después de todo son palabras, apenas, como cualquier otra.

Hay veces, incluso, que no he pedido nada, y me venden igualmente.

Eso lo recuerdo ahora, por cierto.

Apenas ahora, quiero decir.

Basta con extender la mano y ellos toman el dinero y luego me entregan una bolsa con lo que dicen que yo necesito.

Luego, claro está, regreso a casa.

Dejo la bolsa sobre la mesa y saco lo que haya traído dentro.

Entonces intento convencerme que eso, justamente, es lo que necesito.

Me gusta pensarlo así, aunque pocas veces funcione.

Podría detallar un poco esto, y mencionar algunas dificultades.

Errores de cálculo.

O incongruencias, más bien.

Por ejemplo, podría mencionar que en casa, suele sobrar pan.

Tal vez, me digo, ya no vive aquí la gente que recuerdo.

Y claro, una sensación parecida al hambre, vuelve a instalarse en esos casos.

En uno, me refiero, vuelve a instalarse.

Como si fuese otro estómago, el corazón.

Y de vez en cuando sonara.

Lo que pasa es que siempre decimos la verdad, aunque no sabemos, me digo.

O lo leo, tal vez, pues descubro está escrito sobre la mesa.

En voz alta, lo leo.

Probablemente lo escribí yo.

O alguien, al menos, como yo.

Un alguien con otro nombre, quiero decir, pero con necesidades similares.

Gente con varios estómagos, como las vacas.

Y que no saben, ciertamente, lo que son.

miércoles, 23 de abril de 2025

El punto de partida.


No.

No es este.

No es este el punto de partida.

Nunca es, de hecho.

Nunca lo es.

Las palabras, quiero decir.

Las palabras siempre llegan tarde.

Después del punto de partida, me refiero.

Es así:

Tarde nosotros, primero.

Tarde luego, las palabras.

Y la comprensión, si es que llega.


No.

Tampoco es este.

Tampoco es este el punto de partida.

Tal vez lo pensamos, pero no es.

Lo que pasa es otra cosa.

¿Y qué es lo que pasa?

Respondo:

Lo que pasa, creo yo, es que sobreestimamos la honestidad.

Eso y además pasa que no hay mérito.

No lo hay en reconocer la falta de comprensión, quiero decir.

Así lo pienso:

No es honestidad reconocer aquello.

Y claro, tampoco es aquello un punto de partida.

En lo absoluto no lo es, me digo.

No es el punto.


Si fuera otro, me dijo alguien, una vez.

Si fuera otro no sería yo quien diga esto.

De hecho, es probable que me dedicara a buscar a ese otro.

Con esto, sin embargo, no planteo que esa búsqueda
sea en modo alguno meritoria.

Eso al menos, no lo he dicho.

Y es que mi intención, a fin de cuentas, siempre ha sido otra.

Sencilla, pero otra.

Si es que llega.

martes, 22 de abril de 2025

Una que otra gota.


I.

Una que otra gota, me dijo, pero no lluvia.

De hecho, ni siquiera te mojabas, al caminar.

Se humedecía el piso y tal vez, sobre la ropa, podías ver residuos de agua.

Agua que formaba una pequeña piel brillante, sobre la tela.

Eso apenas, puedo aceptar.

Así y todo, convengamos en que no era lluvia.

Llámalo de otra forma, si quieres, y tal vez podamos conversar.

No es por capricho ni me interesa tampoco tener razón.

Después de todo, tú me conoces.

O te haces una idea, al menos.

Es decir… ya sabes como soy con la forma en que nombramos las cosas.

Me es importante, quiero decir.

Una que otra gota, entonces, pero no lluvia.

Luego hablamos, si quieres, de otras cosas.


II.

No digo que tú lo hagas.

Pero la gente se queja porque quiere.

Porque no se reconoce como el destinatario de sus propias quejas, me refiero.

Y en este caso, en particular, porque prefieren llamar lluvia a estas pocas gotas.

¡Qué falta de criterio!

Así es como pierden compostura las palabras.

Y claro… luego llaman amor, por ejemplo, a cualquier cosa.

No lo digo por ti, en todo caso.

Aunque a veces parece que no lo comprendieras.

Hoy, por ejemplo, quiero decir.

Una que otra gota…

lunes, 21 de abril de 2025

Visitamos la Tierra.

Probablemente vivamos en la psique de K. Dick.
Esto, por supuesto, si vivimos en algún sitio.
O. W.

I.

Visitamos la Tierra.

No muy seguido, pero la visitamos de igual modo.

Para ser más preciso, volvemos a visitarla en cuanto nos olvidamos de ella.

Luego, cuando volvemos, recordamos que ya la hemos visitado.

Entonces, más allá de decepcionarnos, lo cierto es que el recuerdo nos sorprende.

Tanto nos sorprende, de hecho, que queremos decírselo a alguien más.

No importa a quién, pero decírselo.

Supongo que, a ustedes, esto también les ha pasado.


II.

Visitamos la Tierra.

Y cuando lo hacemos, entre otras cosas, ocurre que escribimos notas.

O eso es, al menos, lo que yo hago.

Son notas para recordarme, en el fondo, que ya he venido.

Breves notas, entonces.

A veces, dudo de la letra, pues entre viaje y viaje supongo que la letra me ha cambiado.

No tanto, por supuesto, pero lo suficiente para provocar algunas dudas.

Pequeñas, es cierto, pero dudas al fin.


III.

Visitamos la Tierra.

Son visitas breves, pero a veces sentimos como si se tratase de una vida.

Y lloramos, incluso, cuando debemos regresar.

Esta vez, sin embargo, he leído mis notas y me he detenido un momento.

No voy a morir, me he dicho.

Luego cerré los ojos.

Y sin saberlo, esta vez, no mentí.

domingo, 20 de abril de 2025

Al pie de la escalera.


Bolsas al pie de la escalera.

Al menos cinco.

Bolsas plásticas, por cierto.

Irregulares todas, tanto en tamaño, como en carga.

Unas cuantas personas las observan.

Si tuvieran basura probablemente estuvieran anudadas, dice alguien.

Los otros asienten.

Luego, como si fuese parte de su tarea, también comentan algo.

Cuando paso por ahí me preguntan si son mías y yo digo que no.

Ellos se extrañan pues nadie sabe de quién son.

Eso me cuentan, al menos.

Poco después, me entero que hay varias teorías, pero ninguna me parece muy probable.

Incluso hay uno que asegura que, dentro de la más grande, vio moverse algo.

De paso, me preguntan si percibo en ellas algún olor especial.

Yo me acerco a olerlas, pero me detienen.

Puede ser peligroso, me dicen.

Yo asiento, y retrocedo unos pasos.

Entonces acuerdan que uno de nosotros debe llamar a alguien para que venga a ver.

Algunos proponen que llamemos a bomberos, otros a investigaciones o incluso a la policía.

No recuerdo qué deciden, pero escucho a uno hablando por teléfono.

Son cinco bolsas al pie de la escalera, oigo decir.

No tienen buena apariencia.

Mientras habla, como la situación me parece absurda, decido irme del lugar.

Ellos me miran, molestos.

Son cinco personas, observo, junto a cinco bolsas irregulares.

Mis vecinos.

Nadie sabe qué es lo que tienen dentro.

sábado, 19 de abril de 2025

No es engaño.


I.

Es más difícil salir del agua caliente que del agua tibia.

Salir por propia voluntad, quiero decir.

Si quieren pruébenlo y verán que es cierto.

El engaño es ajeno a mis propósitos.


II.

Otra cosa que no es engaño:

Los hombres tienen un camino y las cosas tienen un uso.

Probablemente ya lo he dicho, pero no ha dejado de ser cierto.

En este sentido, casi, podríamos decir que se trata de una verdad.

Cuando escribo uno, aclaro, no hago referencia a cantidad.

Eso también es cierto.


III.

La primera vez que leí a Soseki, fue de pura casualidad.

También era la primera vez que visitaba unas termas y alguien había dejado olvidado aquel libro.

Lo leí con poca fe, esa vez, sin saber de quién se trataba.

Luego de leerlo, dejé el libro sobre una roca.

Llovió esa noche, recuerdo.

Me gustaría pensar que la existencia física del libro, resistió.


IV.

Al final, me dije, todo es cuestión de voluntades.

No engañar, me refiero.

Y hasta sobrevivir.

Las cosas, sin embargo, sobreviven con otras reglas.

Un texto, por ejemplo, puede hacerlo sin presentar una unidad.

Se mantiene en pie, precariamente, hasta que cae.

Y entonces uno es quien decide cuándo y de qué forma salir de él.

Como si fuese agua tibia o caliente, me refiero.

viernes, 18 de abril de 2025

Aburrirse como ostra.


Me gusta esa frase:

Aburrirse como ostra.

De hecho, desde que la conozco, la vislumbro casi como una meta.

O más bien, como un propósito a seguir.

Sí, es cierto.

Sueño con aburrirme como ostra.

No aburrirme como yo, sino como ostra.

Aburrirme siendo otro, me refiero.

Un otro inmóvil, bajo el agua, y, por si fuera poco, adherido a alguna roca.

Piénselo un poco.

No es en lo absoluto un mal panorama.

Una vez, antaño, en una iglesia abandonada, lo escribí en una banca de madera:

“Oh Dios, permíteme aburrirme como ostra”.

Sí, eso fue lo que escribí.

Estaba borracho, es cierto, y lo hice un poco por joder.

Pero dicen que la intención es lo que cuenta.

Y mi intención, claro está, era simplemente aburrirme como ostra.

Sin perla y sin fe, pensaba entonces.

Sin perla, aburrirme, quiero decir.

Eso es lo que pedía.

Algo difícil, si se piensa, pero no tan especial.

Es decir, no obtendría de ello, objetivamente, ningún beneficio.

Y no suponía, en otras palabras, costo alguno.

Así y todo, aquello que pedí no me fue concedido.

No pude aburrirme como ostra, quiero decir.

Igualmente, en todo caso, hice el intento varias veces, y fracasé.

Nadie escapa a su destino.

jueves, 17 de abril de 2025

No sé quién le enseñó.


I.

No sé quién le enseñó, pero desde hace unos días mi perro camina en dos patas.

No digo que lo haga todo el tiempo, por supuesto, pero de vez en cuando lo veo pararse en dos patas y dar unos pasos, como si estuviese practicando para algo.

Me refiero a que no intenta hacerme alguna gracia, sino que da pasos por su cuenta.

Le cuesta equilibrarse, sin duda, pero yo diría que progresa poco a poco.

Primero ponerse en pie, luego un par de pasos, y ahora podría decirse que está adquiriendo un estilo propio.

Ayer, incluso, intentó subir en dos patas las escaleras, aunque apenas llegó al cuarto escalón.


II.

Grabé un video de mi perro y lo subí a internet.

Por lo general no uso redes, pero quise ver qué opinaban los demás.

De todas formas, no entendí los comentarios que escribieron.

Algunos hablaban de crueldad y otro decían que no debía bromear con esas cosas.

Extrañamente, viendo el video, me percaté que el rostro de mi perro también había cambiado.

Se veía más humano, de cierta forma, y hasta un poco envejecido.

Entonces fui a verlo, para corroborar esa impresión, y lo encontré en dos patas, apoyado contra uno de mis libreros y rasguñando –con sus patas delanteras-, un libro de Knausgard.


III.

Para evitar problemas bajé de internet el video de mi perro.

Incluso compré una especie de arnés que le impide ahora pararse en dos patas.

Mientras se lo ponía, parecía molesto, pero intenté explicarle que debemos, ante todo aceptar nuestra naturaleza.

Desde entonces, permanece arisco, gruñendo en un rincón del patio.

Se ha negado a comer y me muestra los dientes, cuando me acerco, pero estoy seguro que se le va a pasar.

Es una etapa, simplemente.

Así somos.

miércoles, 16 de abril de 2025

Ella dice que ve vibrar las cosas.


I.

Ella dice que ve vibrar las cosas.

Que las observa por varios minutos, concentrada, hasta que percibe aquellas vibraciones.

Piedras, lápices, objetos… cualquier cosa, en realidad.

No todo vibra igual, me explica.

Según sus ejemplos, entiendo que esas vibraciones no coinciden en frecuencia ni en dirección ni en intensidad.

De todas formas, no tiene teorías al respecto.

Solo constato el hecho, concluye.

Y no dejo de sorprenderme, ante él.


II.

Cuando alguien muere también vibra, me dice un día.

O comienza a vibrar, más bien.

Nunca lo hace antes.

Antes late.

Pulsa.

Como de dentro hacia fuera, pero poquito.

Yo la observo, mientras me habla.

Ha abierto la mano y la ha cerrado, mientras me explica.

Ha muerto su padre hace unos meses y ella estuvo ahí cuando murió.

Supongo que habla de eso, de cierta forma.

Que esa es su fuente, quiero decir.

Cuando alguien muere, dice ahora, ese alguien comienza a vibrar.

Esto es porque se convierte en cosa, probablemente.

Y deja entonces de ser alguien.


III.

La luna vibra, me dice un día.

Vibra la luna, pero el sol no.

El sol pulsa.

La tierra, en ocasiones, también pulsa.

¿Y yo?, le pregunto.

Tú intentas vibrar, me contesta.

No sé por qué, pero te esfuerzas por vibrar.

Probablemente quieras acercarte a las cosas, pero en realidad no sé.

Entonces me observa.

En silencio, me observa.

Y yo digo:

martes, 15 de abril de 2025

La escena de los leprosos.


La que más recuerdo es la escena de los leprosos. Esa que comienza cuando le dicen al rey que es peor castigo para la reina Isolda ser entregada a ellos, que morir en la hoguera. Así, para convencerlo, le describen al rey su condición, y enfatizan la constante repugnancia que ha de sufrir Isolda entregándose a cada uno de los cien leprosos que requerirán de ella continuamente, pues la enfermedad los exacerba, según dicen, y aumenta su apetito sexual. Entonces el rey, tras pensarlo un poco, acepta de buena gana ese nuevo castigo, sobre todo tras escuchar a la propia reina quien ruega por la muerte en el fuego antes de ese otro destino recién sugerido. A continuación, por cierto, cuando los leprosos se llevan a la reina, llega el momento que realmente me impacta: Tristán, junto a algún otro caballero, intercepta a los leprosos y los amenaza para que le entreguen a Isolda. Se trata del mismo Tristán contra el que todos los otros caballeros de la corte, temerosos, se han negado a combatir. Sin embargo, esta vez, los leprosos están dispuesto a pelear por el derecho a poseer a la reina. Poco les importa su vida, pero es algo por lo que vale la pena luchar. Algo que disminuiría la afrenta de ser quiénes son. Algo justo, entonces, y por eso luchan.

Lamentablemente, Isolda es rescatada por Tristán, y vence de esta forma la podredumbre del amor, por sobre la podredumbre de la carne. Fantasía sobre fantasía y poco más.

Eso es lo que más recuerdo.

lunes, 14 de abril de 2025

Me castigaron una vez.


Me castigaron una vez.

No recuerdo por qué.

De hecho, ni siquiera estoy seguro que me hayan castigado.

Mis recuerdos, en este sentido, son confusos.

De todas formas, si me castigaron, supongo que lo merecía.

Por lo mismo, dejo en claro que lo acepto, sin reparos.

Nunca he evadido mis responsabilidades.

Incluso siento culpa, hasta cierto punto, cuando pienso en ello.

Y es que tal vez, me digo, hice algo verdaderamente malo.

Tan malo que incluso lo olvidé.

O que me obligué a olvidarlo.

Sí, por eso deben de haberme castigado.

Los castigos no se dan porque sí, después de todo.

Lo que quiero decir es que si no son merecidos, dejan de ser castigo.

Y simplemente es daño.

He pensado sobre esto varias veces.

Sobre si duele más, me refiero, el daño o el castigo.

Nunca llego a conclusiones, en todo caso.

Las hago parecer, pero lo cierto es que no son.

Y claro, esto también podría ser la razón para el castigo.

O una razón más, al menos.

Por otro lado, si lo hicieron, estoy seguro que fue solo una vez.

De eso sí -aunque no sé por qué-, me siento más seguro. 195

Un castigo a modo de correctivo, me digo entonces.

Eso percibo que sé.

Y que el castigo, me parece, dura todavía.

domingo, 13 de abril de 2025

El reflejo de las luces de neón.


Las letras hechas con luces de neón se reflejan sobre el agua.

Pero en el agua, ciertamente, nada dicen.

Uno intenta leerlas, entonces, pero se mueven todo el tiempo y el reflejo se dispersa, como si se tratase de luces en polvo.

O parecidas, tal vez, a peces fosforescentes.

Más tarde, en todo caso, las luces de neón también se apagan.

O son apagadas, más bien, por otras gentes.

Entonces, la oscuridad aprovecha un par de horas para vagar por la ciudad.

Para recorrer calles y agua y adoquines hasta que el amanecer la desvanece.

Hay bicicletas, por cierto, abandonadas por toda la ciudad.

Y a veces la oscuridad se monta en ellas, para conducir a ciegas.

Si hay hombres, a esta hora, ellos casi no son hombres.

Son como bultos, simplemente, apilados en un muelle.

Esto vemos, ahora, pues ha comenzado a amanecer.

Todo está frío en la ciudad y hay tal cantidad de nubes que, desde fuera, no podrían vernos.

Y es extraño, pero el amanecer en la ciudad parece ser una pregunta.

Una que nadie responde, ciertamente.

Sobre el agua, un ahogado no comprende qué pasó.

Su cuerpo flota hasta llegar a una orilla.

Es como las luces de neón, me digo, que en el agua nada dicen.

Sí, eso es: como el reflejo de las luces de neón.

sábado, 12 de abril de 2025

Una mandarina.


Me dijeron que pensara en algo que no pudiese matarnos y yo pensé en una mandarina. Pequeña, redonda, madura y todavía sin pelar. No debía decir en qué estaba pensado, pero tenía que imaginarlo durante al menos un par de minutos. Esa era la instrucción que me habían dado, y yo la seguí tal cual me la dijeron. Luego, me pidieron que recordara aquello en que había pensado y que lo volviera algo así como un amuleto. Uno secreto, por cierto. Una especie de objeto imaginario al que pudiese volver cuando lo sintiese necesario. Cuando estuviese en medio de cosas que sí pueden matarnos y tuviese algunas dudas. Porque la mayoría del mundo, me advirtieron, estaba formado por ese tipo de cosas… aunque no necesariamente busquen matarnos todo el tiempo.

-Lo bueno de que hayas elegido una mandarina -me dijeron entonces, adivinando mi elección-, es que puedes recordar el olor si estás confuso, o el sabor… sin necesidad de visualizarla totalmente.

-Igual el sabor no me gusta tanto -señalé, todavía sorprendido-. Pero el olor sí... Lo que pasa es que no como mandarinas…

Hablamos un rato más luego de esto. O me dieron otras lecciones más bien. Todas ellas asociadas a aprender a vivir entre aquellas cosas que podían matarnos. Poco a poco o de una vez, me dijeron. Pero la muerte es la misma.

-La única protección -repitieron, antes de irse-, es rodearnos de aquello que no puede darnos muerte.

Y claro, yo los escuché e intenté comprender su mensaje.

No obstante, protegerse me pareció también una forma de morir, así que busqué otros métodos.

viernes, 11 de abril de 2025

Y qué.


I.

Sé prudente.

No al vivir.

No al creer.

Pero sé prudente.

Sobre todo si hay lluvia, debes serlo.

Yo no lo sabía y ya ves.

Ahora escucha:

Los ladridos de ese perro, en la distancia, parecen carcajadas.

Nada dice, pero puedes pensar que sí.

Para no seguir consejos, por ejemplo, sé prudente.


II.

El olor a gas al llegar a casa.

Yo abro la puerta, lo huelo y pienso que es el olor de Dios.

No el olor propio, por supuesto, pues Dios tampoco tiene olor, como el gas.

Pero las ideas que se tienen sobre él le otorgan ese aroma, supongo.

La muerte un poco más cerca, dice alguien.

Una vez, de pequeño, encendí un fósforo a escondidas en una iglesia.

No había olor esa vez.

No a gas, por lo menos.

Pero uno nunca sabe.


III.

Ella alega que cuando no sabe de qué hablo, le da hambre.

Yo le digo, entonces que no es cierto.

Que probablemente se confunde.

Que el hambre siempre es propia, a fin de cuentas.

Se lo digo al llegar a casa, cuando la encuentro tendida, en el suelo.

En medio del olor a gas.

Entonces me molesto, pues no sé si me ignora o simplemente está dormida.

Sé prudente, me digo.

Debes serlo.

Aunque nadie sepa realmente, de qué hablas.

jueves, 10 de abril de 2025

Una caja con cucharas.


I.

Encontré una caja llena de cucharas.

Una caja de madera, detallo, con cucharas de metal.

Las cucharas, por cierto, no eran de ningún metal en especial, simplemente eran cucharas metálicas.

No tenían un valor especial, quiero decir.

Solo cucharas, nada más.

Cucharas de distinto tamaño y formas, observé, aunque ninguna era lo suficientemente especial como para diferenciarla y guardarla en mi memoria.

Frente a ellas, entonces -y sin saber por qué-, me dediqué a contarlas.

No recuerdo ahora el número exacto, pero supongo que me tranquilizó en ese momento saber cuántas eran.

Por último, volví a meterlas en la caja, esta vez agrupadas por tamaño.

Y dejé la caja, recuerdo, en el mismo lugar en que la encontré.


II.

Pasó el tiempo.

Años después, en una casa que arrendé en vacaciones, encontré también una caja con cucharas.

Yo ya era otro, pensaba, y solo entonces recordé a aquel yo que había encontrado, antiguamente, la otra caja.

Ese otro las contó en aquel momento, y las agrupó por tamaños, me dije.

Y claro, como yo pensaba que era otro, me negué a contarlas y a ordenarlas y dejé esa caja, también, en el mismo lugar que la encontré.

Me sentía tentado, por supuesto, de contarlas y agruparlas y hacer lo de antaño, pero me contuve.

Ahora -nuevamente años después-, tengo miedo de encontrarme otra vez con una caja como esas.

Y es que no sé, si soy sincero, qué es lo que ante ella, debería hacer.

miércoles, 9 de abril de 2025

En su sueño la seguía un león.


Ella me contó que en su sueño la seguía un león. No para atacarla en todo caso, sino que iba tras ella como le ocurría al caballero ese, en el libro de Chretien de Troyes. Yvain, creo que se llamaba, el caballero. Cómo sea, el punto es que en el sueño, según decía, el león se comportaba amablemente y no se alejaba de su lado. No como una mascota en todo caso, sino más bien como un compañero. O como un servidor, creo que dijo. Es decir, guardando cierta distancia y solo acercándose cuando era necesario.

-¿Y cuándo era necesario? –le pregunté.

Ella lo pensó un poco y luego me explicó que el león se acercaba cuando el entorno parecía amenazante. No por algo concreto en todo caso, me explicó (no por algo que ella estuviese viendo, quiero decir), pero al parecer el león captaba algo y al acercarse impedía que esa otra cosa amenazante se acercara.

-¿No pasaba algo más en el sueño? –quise saber.

-No que yo recuerde –me dijo-. Solo caminaba por distintos sitios y el león iba cerca, nada más. Lo extraño fue que al despertar sentí como si el león ese hubiese estado también en otros sueños, solo que un poco más lejos.

-Fue un buen sueño entonces –le dije, a modo de conclusión.

Ella me miró molesta.

-Para nada –señaló, con un gesto de desprecio-. ¡Nunca entiendes nada…!

martes, 8 de abril de 2025

Algo le trasplantaron esa vez.


Algo le trasplantaron esa vez, pero no recuerdo qué.

Debe haber sido algo importante en todo caso porque estuvo como dos meses internado.

Nosotros viajábamos a verlo, aunque como yo era muy pequeño no me dejaban entrar y estar con él directamente.

Con el paso de los días, además, la situación empeoró, y se esperaba incluso que él muriese de un momento a otro.

Fue por problemas de compatibilidad, me parece, pues decían que el cuerpo rechazaba aquello que le habían trasplantado.

Afortunadamente, algo pasó que permitió una nueva operación y un nuevo trasplante.

Y esta vez las cosas resultaron mejor.

Tanto que él fue dado de alta y volvió a tener lo que habitualmente se llama “una vida normal”.

Fue entonces que yo volví a verlo, en algunas comidas familiares.

Él se mostraba afectuoso, como siempre, pero yo sabía que algo en él había cambiado.

Podía notarlo cuando él se acercaba, y creo que él también sabía que yo lo percibía.

Es difícil de explicar, pero no era solo que tuviese algo que antes no era de él.

Tal vez, me dije, es por aquello que le han sacado.

De todas formas, todos comentaban que él se veía bien, y pronto olvidaron lo del trasplante.

Años después, sin embargo, cuando se fue de casa y desapareció de un momento a otro, yo lo asocié directamente con lo sucedido en su operación.

De todas formas, ya no era el mismo, me dije.

Años después, encontraron un cuerpo que mi madre y mis tías debieron ir a identificar, pero no terminaron reconociéndolo.

Aparte de eso, nunca volvimos a saber de él.

lunes, 7 de abril de 2025

Sin pesadillas.


Un día, mientras hablaba conmigo, ella descubrió que había dejado de tener pesadillas. Yo nada tenía que ver en el asunto, por supuesto, pero dio la casualidad de que se percató de ello una tarde en que hablábamos de otras cosas. Recuerdo que de pronto cambió su expresión y tras quedarse en silencio un rato dijo en voz alta que ya no tenía pesadillas. Lo dijo lento, como si estuviese haciendo cálculos y aquella frase fuese una especie de conclusión.

-Puede que hace más de un año que no tenga… -agregó-, es extraño como no lo había notado… me causaron angustia durante años…

Mientras decía esto, por cierto, me pareció que lucía decepcionada. Incluso triste. Yo la miraba y pensaba que tal vez necesitaba sustituir esa angustia perdida por otra nueva. Y que estaba buscando encontrarla en algún sitio.

-¿Y te angustia haber perdido esas otras angustias? –le pregunté entonces.

Ella me observó, todavía sin entender.

-Las pesadillas… -intenté explicar-, o lo que te causaban… ¿acaso no es bueno que se hayan ido?

Ella pareció pensarlo un poco.

También percibí que estaba algo molesta, pero lo ocultaba.

-No las superé… -dijo entonces-. No las vencí. Se fueron y ni siquiera me di cuenta… Quiero decir que pensé que estaría más feliz, o al menos más aliviada cuando eso sucediera…

Hizo una pausa.

Me miró directamente.

-Ahora vas a decir que nunca fueron el problema –me dijo.

Y claro, yo asentí.

Ni siquiera pensando en ella, pero asentí.

-Lo que pasa es que somos muy pequeñitos como para hablar tanto de nosotros –le dije-. Es como si habláramos de nada.

Nos miramos otro rato, sin atrevernos a decir nada.

Y claro, lo cierto es que quisiera acordarme de algo más para cerrar la historia, pero no puedo.

De hecho, solo sé que el mundo siguió tal cual, luego de aquello.

Como si no estuviéramos ahí.

domingo, 6 de abril de 2025

Alguien lo dijo.


“No habita el corazón, sino la boca”
Chretien de Troyes


Alguien lo dijo.

No yo.

Fuera de mí, alguien lo dijo.

La boca de alguien, lo nombró.

Y claro, entonces yo lo reproduje y hasta intenté enseñarlo.

Eso hago, ciertamente, porque soy profe.

O no sé si soy profe, pero al menos trabajo de eso.

Y no soy, claro está, ninguna otra cosa.

Siempre ocurre así, además.

Y se evidencia todavía más, cuando lo digo.

Así y todo, cuando ocurre, me resulta extraño.

Extraño y hasta cierto punto incompleto.

Es así:

Cruzar el puente de lo que soy siempre me deja al mismo lado.

Al mismo costado de mí mismo, me refiero.

Y claro, yo entonces ordeno lo que ocurre como si fuese una lección.

Y reescribo lo que entiendo (y lo que no), para transmitirlo a quien me escuche.

El puente de lo que creo que soy, digo entonces.

Y me corrijo.

Digo eso, por cierto, y luego observo la sala para ver si alguien ha escuchado.

Pero no.

Casi todo está vacío.

Dos alumnos, apenas, allá atrás.

Ni siquiera se ven sanos.

Probablemente un par de esquizofrénicos, me digo.

Creen que no los distingo.

Deben pensar que la sala está llena.

Nadie observa.

Yo escucho.

Alguien lo dijo, claro, pero no sabría decir quién.

Y no importa.

Sus palabras, después de todo, solo se forman en la boca.

Habitan ahí, digamos, y se asoman solo a saludar.

También a un lado del puente, como uno.

Todas siempre en un único lado.

Así es, ciertamente.

Hago una pausa.

Respiro hondo.

Hoy no hay lección, digo entonces.

Poco después, me arrepiento:

La lección de hoy es que no hay lección, corrijo.

Luego callo.

Y es que al principio y al final, como dicen, siempre está el silencio.

Alguien que calla; alguien que dice; alguien que calla.

Otra lección perdida, como ven.

Pero otra lección, al fin y al cabo.

sábado, 5 de abril de 2025

Sueños no tripulados.


Es cierto. Así mismito es. No voy en mis sueños. No los dirijo ni los cargo y tampoco me cargan ellos. Puedo asegurarlo: No voy en ellos de forma alguna. Digo que son míos, es cierto, pero lo digo simplemente porque a los demás les perteneces todavía menos. Y por eso, además, digo que son no tripulados. Sé que decirlo así lleva al error de pensar que los manejo a distancia, pero aclaro que no es así. Y es que, en modo alguno, afecto sus trayectorias. No me tienen en cuenta, digamos. A veces, en ellos, puede aparecer alguien similar a mí, pero no soy yo. Y si lo soy, es un yo totalmente distinto al que verdaderamente soy. Un yo distinto. Distante y distinto. De otro peso. Como los huesos huecos de los pájaros. Sí. Así mismito es. Representaciones, pero nada vivo, me refiero. Nada vivo viaja en mis sueños. Ya lo dije, y lo reitero: no son tripulados. Y es que no son drones, en modo alguno. Se parecen, de cierta forma, pero no lo son. Este error, de hecho, viene de entender los sueños como si fuesen emociones. No lo son, es cierto, pero a veces los pensamos así. Y por eso, tal vez, nos confundimos. Pero las emociones no son drones. Así mismito díganlo. Las emociones no son drones. Es obvio, pero igual lo digo. No enviamos drones para amar, por ejemplo. Las emociones son tripuladas. O debiesen, al menos, ser tripuladas. Un sueño no, digo yo, pero es normal que erremos, al pensarlos. No estoy ahí, les digo. Y nada siento, cuando lo digo. Así mismito es. Si quieren, pueden comprobarlo.

viernes, 4 de abril de 2025

Eso me complica.


De los demás, poco. Sus mentiras tal vez. Eso me complica. No las mentiras en sí, sino más bien no saberlas. No reconocerlas como aquello que son, quiero decir. Sí. Sin duda, es complicado. Y eso que no lo digo por mí, en todo caso. Después de todo yo me apaño bien entre ellas. El problema al que apunto es repetirlas luego, sin saberlas. Y hacerlas de esa forma, mis mentiras. Mis propias mentiras. Sí. Propias. Eso es. Que las mentiras de los otros se conviertan en mis mentiras, quiero decir. Eso me complica. No lo digo en todo caso pensando en mis palabras, únicamente. Las mentiras van ciertamente más allá de eso. Lo digo pensando, por ejemplo, en aquello que vemos. O en lo que veo yo, en este caso. Y es que me preocupa dejar de verlo como es, por no reconocer como mentiras las mentiras de los otros. Lo mismo pasa, por cierto, si pienso en las otras formas en que percibimos lo externo. En las distintas formas en que lo percibimos para luego transformarlo en algo nuestro. Puedes pensar en el mundo o hasta en uno mismo, en un espejo. Mentirnos porque mienten los demás, simplemente. Y porque no nos damos cuenta. Eso me complica.

jueves, 3 de abril de 2025

Moscas en la boca.


I.

Decidió abrir su boca y dejarla así, abierta.

Al menos hasta que al interior de ella, se metiera una mosca.

Una o varias, pero en realidad basta con una, señaló.

Parece mentira, pero les juro que es cierto.

Nunca conocí sus razones, pero fui testigo de aquello.

Supongo, en todo caso, que ella quería explorar una sensación nueva.

Para lograrlo, fue hasta un basural que quedaba en las afueras de la ciudad.

Me pidió que la acompañara, luego de ver una película, y por el camino me contó su plan.

El plan, por cierto, era tan básico que creo que ya lo dije.

De todas formas, lo repito:

Ir hasta el basural, abrir la boca y esperar que entrase la mosca.

Y claro, yo debía acompañarla y grabar ese proceso.

Sin entender para qué.


II.

La acompañé por la misma razón que la acompañaba siempre.

Una razón tan obvia, que creo innecesario nombrarla.

Esa vez, ella manejó todo el camino sin hablar del asunto de las moscas.

En cambio, me habló de un viaje que quería hacer y de la herencia que recibiría tras la muerte de una tía y que le permitiría cambiar de vida.

Cuando llegamos al lugar ya atardecía.

Nos adentramos un poco y elegimos el lugar donde grabaríamos.

Había todavía suficiente luz y las moscas eran abundantes, sin duda.

Pensé que sería más difícil, pero ella se agachó un poco, abrió la boca y esperó.

De vez en cuando la cerraba un poco para tragar saliva.

No pasaron diez minutos antes que entrara en ella una mosca.

Ella siguió con la boca abierta hasta que luego las moscas fueron dos.

Entonces cerró la boca, atrapándolas en ella.

Yo le hice un gesto que indicaba que la grabación estaba bien.

Subimos al auto.

Ella seguía con la boca cerrada.

Manejé yo, de regreso.

No me gustaba hacerlo y ni siquiera tenía licencia, pero ella me lo pidió con un gesto.

Ella revisó la grabación mientras volvíamos a la ciudad.

Nunca más abrió la boca.

O sea, nunca más hasta que llegamos a su casa.

Estacioné fuera, bajamos y comprendí que debía despedirme.

Nos miramos a los ojos.

Recuerdo haber pensado que las moscas saldrían de los suyos, como lágrimas.

No fue así.

Sonrió sin abrir la boca y me extendió una mano, a modo de despedida.

Yo le tendí la mía.

Luego la observé entrar, encender las luces y después nunca más volví a verla.

Supe, sin embargo, que tiempo después recibió la herencia de su tía y se fue a Noruega.

Nunca entendí, realmente, para qué.

miércoles, 2 de abril de 2025

Se juntaban a comer ensaladas.


Se juntaban a comer ensaladas.

Cada jueves a la misma hora, luego del trabajo.

Habían intentado hacerlo otros días, pero al final siempre, mientras comían, descubrían que era jueves.

Se reían diciendo que no sabían por qué.

Era tan extraño como simple.

Las ensaladas, además, no eran rebuscadas ni sofisticadas.

No preparaban nada gourmet, quiero decir.

Verduras de estación, simplemente.

Servidas sin un orden específico en grandes platos de vidrio.

Y siempre en abundancia.

Podría extenderme en teorías sobre las razones de estos actos, pero elegiré decirlo de una vez, para evitar malentendidos:

Lo de las ensaladas había surgido como una forma extraña de sentir que estaban cambiando su vida.

Lo expreso así, por cierto, luego de escucharlos hablar en varias ocasiones, sobre aquello.

En este sentido, aclaro, no es mi interpretación, en lo absoluto.

Son sus observaciones, simplemente, alineadas por mí.

El cambio que buscaban, sin embargo, nunca me quedó muy claro.

En principio era un cambio que querían realizar juntos, aunque luego cada uno lo distanció del otro.

El tipo de cambio, quiero decir, fue lo que se distanció.

Es decir, siguieron comiendo ensaladas juntos, pero aquello comenzó a ser percibido de distinta forma por cada uno.

De hecho, ahora hablan conmigo -de ese tema, al menos-, únicamente por separado.

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