Estábamos en silencio, algo alejados. Uno en cada punta de la mesa, como en esas películas en las que dan de comer a gente adinerada.
Aunque claro, nuestra mesa no era muy grande.
Yo estaba viendo algo en mi celular y ella parecía estar recordando algo.
-Un cuadro no terminado de Vermeer -dijo entonces, de improviso-. ¿Cuánto crees que vale?
-¿Qué cosa? -dije yo, sin entender aún de lo que hablaba.
-Un cuadro no terminado de Vermeer -repitió-. ¿Cuánto crees que vale…? Vamos. Di una cifra.
Yo dejé el celular a un lado y me lo pensé un rato.
-Depende -dije entonces.
-¿Depende de qué?
-Depende de qué tan terminado esté -señalé.
Ella se lo pensó un poco.
-¿Piensas que mientras más terminado esté más vale? -me preguntó.
Yo asentí.
-No creo que afecte demasiado -dijo entonces-. De hecho, es probable que incluso pueda valer más…
-¿Más? -pregunté.
-Sí, más -dijo ella-. Además, tampoco hay cómo saber qué tan acabado está…
-¿Y si estuviera apenas comenzado? -dije yo, interrumpiéndola.
Ella me observó, como si no comprendiese de qué hablaba.
-Eso no puede saberse -se limitó a decir, con un tono cortante.
Luego de esto, ambos nos quedamos en silencio un buen rato.
-¿Y sabes tú cuánto puede valer un cuadro no comenzado de Vermeer? -le pregunté entonces.
Ella volvió a observarme, en silencio.
En uno de sus ojos, me pareció, comenzó a dibujarse algo extraño.
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