Mis sueños son pequeños, me dijo. Una vez soñé con ballenas, por ejemplo, y ni siquiera logré abarcar a una. Me refiero a qué demoré un montón en comprender que soñaba con ballenas, pues el encuadre del sueño no cubría lo suficiente. No salía en la cámara, digamos, ni siquiera una ballena. No completa, al menos. O sea, apenas se veían pasar parte de los cuerpos, bajo el agua. Así, ocurrió que no supe con qué soñaba hasta casi despertar. De hecho, fue recién entonces cuando comprendí de qué se trataba todo aquello y hasta descubrí que no era solo una ballena, sino al menos tres, con las que soñaba. Lo supe porque fui fijándome en detalles. O sea, no detalles, pero sí partes. Tonos de piel, movimientos, ojos… ya saben a qué me refiero. Toda una serie de fragmentos, en definitiva, que fui armando poco a poco hasta hacerme un panorama más o menos completo. Tres ballenas, me dije entonces. Posiblemente cuatro, pero al menos tres. Estoy soñando con tres ballenas. Una de ellas incluso emitía una vibración extraña. Supuse que era el canto ese del que muchos hablan, aunque en realidad no lo sé. Y es que tampoco hay muy buen audio, en mis sueños. O sea, son pequeños en todo sentido. Como grabaciones de escaso presupuesto. Reales, eso sí, sin efectos agregados ni ejercicios de montaje. Y claro… por eso los prefiero, en el fondo. Por eso los cuento y hablo de ellos con orgullo, a pesar que son pequeños. Y por eso también (más o menos), es porque ahora, a fin de cuentas, te lo estoy contando a ti.
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