I.
-¿Sabes ya lo que quiere? -me pregunta, en medio de la conversación.
-¿A qué te refieres? -digo yo.
-Solo puedes decir que conoces a una persona si sabes lo que quiere -dice ahora-, ¿sabes ya lo que quiere?
-Pues no me interesa decir que conozco a nadie -le aclaro-. ¿Para qué puede servir eso?
-Entonces no sabes -lanza él con tono seco.
-Igual no puede saberse -agrego yo, luego de un rato.
A partir de aquello nos quedamos en silencio.
Un largo rato, nos quedamos en silencio.
Ninguno de los dos muestra interés en alargar la conversación.
II.
-Y entonces, ¿se pelearon?
Yo lo observo sin comprender.
-Después de lo que me cuentas, ¿se pelearon?
-¿Por qué habríamos de pelearnos? -pregunto.
-Pues no sé -me dice-, me preció que ese era el tono…
-¿Qué tono? -interrumpo.
-Nada, mejor olvídalo -dice.
-¿Que olvide qué? -insisto.
Él me observa, con una expresión de desagrado.
Yo le devuelvo la mirada.
Finalmente, uno de los dos, debe haber lanzado el primer golpe.
III.
-¿Y entendiste entonces qué es lo que quería? -me pregunta.
-¡¿Cómo mierda podría entender qué es lo que quería?! -alego-, eso no suele saberlo ni uno mismo.
-Ya -dice él, cediendo un poco-. Igual no es para tanto.
Yo lo observo.
Finalmente, valorando su actitud, cedo yo también.
Probablemente sea cierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario