La primera vez que vi un disco de vinilo estuve varias horas observándolo.
Me refiero a un vinilo girando, por supuesto, en un reproductor antiguo que era de mi tío.
No solo se trató de observar la aguja y su desplazamiento normal, sino que ocurrió que ese disco en particular, se saltaba cada vez que llegaba a cierto punto y entonces retrocedía un tramo, de aproximadamente un minuto, o poco más.
En un principio, por cierto, ni yo mismo supe por qué lo observaba.
Simplemente me quedé ahí, absorto, concentrado en el movimiento y sin pensar en nada concreto mientras el disco seguía girando.
Y es que lo que me interesaba no era la razón física del salto (eso más o menos lo había comprendido), sino que esperaba simplemente el término de aquel bucle: que ocurriese un salto distinto, digamos, uno que fuese hacia adelante al menos, y pudiese desembocar así en el término del disco.
O, dicho de otra forma, supongo que buscaba algo que, de una u otra manera, pudiese considerarse como un final.
Es decir -aclaro-, buscaba algo como un punto de llegada natural que permitiese considerar lo sucedido como una experiencia terminada, y que diese luego pie al inicio de otra cosa.
-¿Y? ¿Lo encontraste? -me preguntó alguien, leyendo por sobre mi hombro, justo cuando iba a terminar este texto.
-No lo sé -dije yo. De todas formas, aunque lo haya encontrado, sigo buscando.
Entonces, el alguien que había preguntado hizo una pausa.
Y luego de aquello -según recuerdo-, volvió a preguntar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario