“Y después saludaremos
y ya está.
Todo el mundo irá a dormir
medio muerto de la risa.”
W. S.
Primero no lo comentas con nadie.
Simplemente fue una sonrisa, apenas un ruidito, antes de acostarse.
Ni siquiera sabes bien por qué.
Y claro, como te acuestas solo tampoco hay testigos no nadie con quién hablar sobre aquello.
Sin embargo, en la siguiente noche, ocurre también lo mismo.
Y luego en otra, por supuesto.
Nunca con patrones comunes.
Me refiero a que puedes haber vito una película, cocinado algo o simplemente después de la ducha.
En definitiva, no sabes de donde ha venido eso que ahora ya es francamente una risita.
Y es que no hay una alegría extra o un beneficio evidente previo o posterior a aquello.
Puede que lo comentes como una anécdota o puede también que no.
Lo que sí ocurre es que luego de la décima noche y de una risa un tanto más evidente (puede que con una carcajada incluso), comiences un poco a preocuparte del asunto.
Averiguas un poco por internet para buscar consejos.
Cambias un poco la alimentación.
Te tomas -ya al mes-, alguna pastilla.
Incluso, le preguntas al pasar a tus parientes por casos de demencia en la familia.
Entonces, como nada de lo anterior ha logrado tranquilizarte, decides ir al médico.
Agendas una hora para el sábado.
Y así, un par de horas antes piensas en cómo contarás lo que sucede.
¿Cuál es el problema?
¿Desde cuándo ocurre?
¿Existen otros síntomas?
Y sobre todo: ¿Qué es lo que quieres?
Así, respondiendo, ocurre que te tientas de risa, nuevamente, aunque esta vez la controlas.
O más bien puedes decidir si controlarla o no.
Si contenerla y preocuparte o simplemente dejarla fluir.
O si entrar a la consulta ahora que han dicho tu nombre, o volver sonriendo a casa.
…
¿Qué decides?
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