Él hablaba, entusiasmado.
-Ocurría como con el experimento de la rana muerta -me dijo-. No sé si lo conoces. A mí por lo menos me lo enseñaron en el colegio, lo hicimos en el laboratorio…
Yo no conocía el experimento así que le hice un gesto, simplemente, para que continuase.
-Lo que ocurrió fue que la profesora llevó una rana muerta -siguió-. Una rana pequeña, en todo caso, así que todos nos agolpábamos para ver bien qué ocurría. Luego nos explicó algo y sacó una especie de batería eléctrica y dos láminas pequeñas, de metal. Después con una pinza hizo contacto con el cuerpo de la rana y todos pudimos ver cómo se movía… sus patas, al menos, parecía que quería correr, aunque estaba de espaldas… ¿de verdad nunca hicieron ese experimento?
-Para nada, nunca tuvimos laboratorio y solo recuerdo que una vez llevamos corazones de pollo y ni siquiera me acuerdo para qué…
-Pues ese es el punto .me dijo-. O sea, esa es la manera en que operan los recuerdos, en que se activan, por eso te contaba lo de la rana muerta… Me refiero a que daba lo mismo que estuviera viva, solo había que poner electricidad en el sitio adecuado…
-¿Adecuado para qué? -pregunté, algo molesto-. ¿Acaso no te parece una especie de tortura…?
-¿Tortura? -dijo riendo-, ¿como para obtener una confesión…? ¿Has pensado qué podría confesar una rana muerta?
No contesté.
-Igual no te hablaba de la rana -agregó, suavizando el tono-. O sea, no era lo central, al menos.
-Yo tampoco lo hacía -le dije después de un rato.
Él me miró extrañado, sin comprender.
Justo entonces, se apagó la luz.
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