Lo que ocurre es siempre más o menos lo mismo.
Por ejemplo, te enganchas en algo o en alguien y luego te exigen que los llames padres.
Qué fastidio.
Intentan llenar de valor cualquier vínculo.
No te dejan ser huérfano.
Da lo mismo cuánto insistas.
No te dejan.
Se aferran a ti y te convencen que los necesitas.
Y claro, tú lo aceptas en principio y hasta puede que en ese inicio te produzcan gracia.
Luego, por supuesto, ves que no.
No es que aprendas algo muy profundo, pero de cierta forma es un avance.
Eso te dices, al menos, mientras comienzas a soltarte nuevamente.
Sin que se percaten, intentas soltarte.
Así, para distraerlos, eliges esta vez cavar un espacio frente a ellos, sin decirles para qué.
Extrañamente, de entre la tierra que has escarbado, emergen cosas que buscan retenerte.
Se aferran a ti, me refiero, como si fuesen dedos.
Nuevos vínculos, digamos, establecidos a la fuerza.
Qué fastidio, nuevamente, si lo piensas.
Y es que te impulsan a descifrar, a fin de cuentas, aquello que no debe ser cierto.
Y claro: no te dejan ser huérfano.
Te culpan incluso, en silencio, de querer dejar de serlo.
Así ocurre, aunque no quieras.
Me refiero a que aquello que ocurre, finalmente, es siempre más o menos lo mismo.
Engañoso, quiero decir.
Confuso…
De igual forma, terminas aturdido, aceptándolo.
Reaprendiendo ahora los nombres de tus padres.
Qué fastidio.
No te dejan ser huérfano.
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