viernes, 7 de noviembre de 2025

Los lugares en la mesa.



Cuelgan los brazos, porque pesan.

No se caen porque van sujetos a los hombros.

La columna nos mantiene erguidos y las piernas vienen a soportar el peso de casi todo lo demás.

Es simple, si te fijas.

Aunque bien sabemos que falta algo.

Y de ese, me han dicho, es preferible no hablar.



El primero que me lo dijo fue un abuelo.

Lo encontré caído en el piso un día que iba a la feria.

Era como un fruto que hubiese caído de un árbol.

Como había caído de frente se había quebrado la nariz y no dejaba de sangrar.

Uno tiende a venirse abajo, fue lo que me dijo, cuando lo subían a la ambulancia.

Uno se resiste, casi siempre, pero ya ves.



Esa misma tarde, recuerdo, nos sentamos a la mesa en casa de mis padres.

Creo que uno de la familia cumplía años, o algo así.

Cada uno en el puesto de siempre, sin dudarlo en lo más mínimo.

Mientras comía, me di cuenta que en la manga de mi camisa tenía manchas de sangre.

Del hombre que había caído, un poco más temprano.

Pensé que debía contar aquello como una anécdota, pero luego decidí que no.

Observé a todos, recuerdo, mientras decidía.

Igual no hay significado especial en esa historia, me dije.

Luego, solo por joder, intenté cambiarme de lugar.

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