miércoles, 19 de noviembre de 2025

Me ofrecen ayuda, pero digo que no.


*

Me ofrecen ayuda, pero digo que no.

Automáticamente es que lo digo.

Sin detenerme a analizarlo, quiero decir.

De hecho, ahora que lo pienso,
ni siquiera sé para qué me estaban
ofreciendo ayuda.



*

Como soy amable para decir que no, nadie se molesta.

Tampoco hay insistencias ni menos explicaciones.

Por lo mismo, el ofrecimiento y la respuesta
se enlazan por un momento
y luego simplemente se dejan de lado.

Así y todo, me ocurre que,
tras aquel procedimiento,
no puedo evitar quedar intrigado.

En parte por la pregunta y en parte por la respuesta,
ciertamente,
pero también por el asunto ese que requiere ayuda
y yo no sé.



*

Para cambiar mis sensaciones decidí tomar medidas.

Y para que estas medidas fuesen serias, las convertí en promesas.

Así, ocurrió que decidí hacerme una promesa:
la próxima vez que me ofrecieran ayuda,
voy a aceptar gustoso.

Y luego, por supuesto, descubrir qué pasa.



*

Mierda.

Tras hacer la promesa que les contaba arriba,
no llegó nadie más a ofrecerme ayuda.

De vez en cuando algún saludo,
o un intercambio breve de palabras,
pero poco más.

Tal vez lo que me faltaba era resolución,
y la conseguí, finalmente, por mí mismo.

Dicha resolución, por cierto,
no sé bien dónde emplearla,
así que la cargo conmigo.

Nadie me ayuda a cargarla,
pero está bien.

Y es que igual diría que no,
sin pensarlo,
si es que la ofrecen.

Así nos enseñaron, al menos.

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