Observamos la lagartija cuando sube por el árbol y se pone bajo la luz del sol.
Ella, creo, no nos observa.
Calculo que debemos estar a unos tres o cuatro metros de distancia, aunque en nuestro caso estamos a la sombra. Bajo las ramas de otro árbol que está cerca.
No decimos nada, pero estamos atentos.
La observamos subir unos pasos, detenerse y acomodarse en la corteza.
Deben pasar varios minutos así, prácticamente sin cambios, hasta que el ángulo en que llega la luz lleva a la lagartija a moverse hacia el lado del tronco que no podemos ver, desde nuestro sitio.
Igualmente, seguimos observando el árbol, como si este fuera transparente y ella todavía estuviese a la vista.
-¿Sabemos que está ahí, cierto? –me preguntan en voz baja.
-Debiese estar ahí, al menos –digo yo.
Luego nos quedamos en silencio, aunque seguimos atentos.
-¿Qué hará cuando no hay sol? –me preguntan ahora.
Yo estoy por responder que siempre hay sol, pero al final confieso que no sé.
-Tal vez duerma –digo-. O busque refugio.
-¿Refugio?
-Claro… Para protegerse de los depredadores, supongo…
Otro silencio.
-Una vez leí que en los espacios urbanos las lagartijas grandes se comen a las más pequeñas –comento.
No me responden.
Poco después, la luz del sol, cesó.
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