Ella gana un viaje para ir a las cataratas del
Niágara.
La premian en su trabajo, junto a otra compañera,
quien se enferma a última hora.
Por lo mismo, ella termina realizando sola aquel
viaje.
El vuelo tiene apenas una escala y en general
resulta agradable.
También le resulta agradable el último trayecto en
bus, hasta un hotel, cerca del lugar.
La ventana de su habitación no da hacia las
cataratas, pero desde el restaurant pueden verse, a la distancia.
Ella se saca una foto y la envía a sus compañeras,
junto con breves comentarios.
Ese mismo día, en la noche, descubre el minibar.
Abre una pequeña botella de vodka y se la bebe de
inmediato.
Luego ve televisión y lleva hasta la cama las otras
pequeñas botellas.
Entonces ella mira su habitación y la tele y la
cama y las botellas.
Y claro… siente que algo no encaja.
Un poco como Gulliver, tal vez, por los tamaños de
las botellas.
La cama además, le pareció, tenía una forma
irregular.
Descorchó una pequeña botella de vino con un
sacacorchos que parecía un cortauñas de bebé.
Luego destapó cuidadosamente una de champán, aunque
el corcho apenas saltó.
Por último, dormitó un poco sobre la cama.
Mientras estaba ahí, tendida, pensó por qué habían
elegido, como premio, la visita a las cataratas del Niágara.
Después de todo, el lugar no tenía relación alguna
con su trabajo y nadie había comentado nada especial, al respecto.
Incluso, semidormida, estimó la posibilidad que no
estuviese realmente ahí, junto a aquellas cataratas, y que las botellitas y la
cama y hasta el pequeño sacacorchos, fueran una especie de engaño, de su
percepción.
Entonces, intentó recordar que le habían parecido,
desde el restaurant, las famosas cataratas.
Solamente es
agua cayendo, se dijo.
Esas no son
las verdaderas cataratas.
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