I.
-Lo verdaderamente amable -dice A.-, lo que se puede amar… existe desde el principio…
-¿Y lo demás? -pregunta J.
-Lo demás está de paso -contesta A.
-¿Yo también estoy de paso? -pregunta J, algo afligido.
-Sí, todo lo demás está de paso -confirma A.-, como tú mismo.
II.
-No es cuestión que sea digno o no de amarse -intenta explicar A.-. Lo verdaderamente amable depende de la continuidad… de la permanencia de aquello más allá de tu propio sentimiento.
-No te entiendo -dice J.
-Aprender amar a aquello -continua A.-, es parte de aquello… de esa continuidad, de esa permanencia, me refiero…
-¿Quieres decir que el amor de alguien sería entonces parte de la continuidad de aquello? -pregunta J.
-No exactamente -lo corrige A.-. Es más bien un hito.
-¿Algo intrascendente entonces?
-No, intrascendente no -señala A.-. La permanencia de aquello no es nada si no tiene hitos dentro.
-No sé si entiendo bien lo que dices -admite J.
-Lo harás si quieres hacerlo -dice A.
III.
-Piénsalo así -dice A-. En el mejor de los casos estás llamado a ser eso. A ser un hito.
-¿Llamado a ser un hito…?
-Sí -continúa A.-. Al amar lo que existe desde el principio te conviertes en eso… y ese es el único acceso permitido, a fin de cuentas.
-¿Y entonces entro yo por aquel acceso? -pregunta J.
-No. Tú no entras -dice tajante A.-. Aquello que por un momento sientes es lo que entra. Ya sea que lo generes o que simplemente pase por ti… Esa es tu forma de cobrar sentido junto a aquello que es verdaderamente amable… o de dejar huella en aquello…
-Pero entonces… -intenta decir J.
-Entonces lo verdaderamente existe desde antes y ya está -lo interrumpe A.-. Dejémoslo así.
-¿Así a medio comprender? -reclama J.
-Así mismo… -le dice A., intentando cerrar el asunto-. No te aflijas… camino a la comprensión ya es harto.
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