I.
Mientras armaba otro cigarro, el viejo me dijo que en esa caleta, en el sector más alejado, lleno de piedras, salían niños a jugar de noche.
Tres o cuatro niños, casi siempre, aunque de vez en cuando se veía a un quinto, que se sentaba lejos de los otros, sin participar.
Salen de las rocas y vuelven a las rocas, dijo el viejo.
A veces se acercan y llegan hasta los botes, pero nunca se suben y nadie les dice nada.
Puedes escuchar lo que dicen… pero son cosas que se olvidan luego.
Puedes acercarte y verlo tú mismo.
No intentes recordar nada, concluyó.
II.
Me acerqué a las rocas durante esa tarde, cerca del ocaso.
Las rocas estaban más lejos, por cierto, de lo que parecía en un inicio.
Ya antes de llegar logré ver a un primer niño.
Era una forma borrosa, en un inicio, pero cuando apareció el segundo ya se apreciaba claramente que jugaban a algo.
Recogían algo, entre las rocas, y comparaban luego.
Lo mismo hacía la otra pareja de niños que apareció después.
Correteaban entre ellos, a veces parecía que se escondían, o que tiraban pequeñas piedras, en una dirección.
Por el lugar donde me encontraba, no veía el lugar donde tiraban las piedras, pero algo me llevó a pensar que se las tiraban a un niño que no participaba, como había contado el viejo.
Escuchaba sus voces.
Hacían un sonido molesto, como de pájaros viejos.
Me alejé del lugar cuando me observaron directamente y dejaron de jugar.
Probablemente lanzaron gritos, para que me fuera.
Así, finalmente, yo regresé a casa y ellos regresaron a las rocas.
Han pasado meses desde aquello.
A veces en las noches, ya lejos del lugar, vuelvo a escuchar sus voces, como pequeñas amenazas.
No son cosas que se olvidan luego, como dijo el viejo.
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