I.
Si hubiese tenido solo una hoja
para desarrollar su obra,
dicha hoja habría estado siempre en blanco.
Y es que todo lo que habría hecho
serían bocetos,
ensayos,
proyecciones.
Cientos de ellos,
pero nunca tocar la hoja.
Nunca ensuciarla, digamos.
No lo planeó así,
pero así se habría dado, ciertamente.
Día a día.
Mes a mes.
Año a año.
La hoja en blanco, sobre la mesa,
hasta quién sabe cuándo.
II.
No es que fuesen malos
sus ensayos.
Tampoco es que actuase con desdén,
o le faltase energía.
De hecho, es probable que trabajara más
que todos nosotros.
Pero el problema es que,
como les decía,
de haber tenido solo una hoja,
esta habría quedado en blanco.
Sobre una mesa,
envejeciendo igual
como envejecemos todos.
Eso habría pasado.
Si alguien dice otra cosa
será simple desconocimiento.
Muérdase la lengua,
el lector,
si quería opinar,
o cuestionar algo.
III.
Probablemente habría muerto
sin tocar la hoja.
Si el tiempo fuese deprisa
(y él tuviese solo una hoja)
eso es lo que habría pasado.
Todo en torno a él,
sin embargo,
serían signos.
Cuatro mil bocetos, digamos,
en torno a una hoja.
Eso es lo que habría sido,
de haber sido ya el tiempo.
Día a día.
Mes a mes.
Año a año.
Que comprenda el que quiera comprender.
Y que entre al corazón
lo que acostumbramos rechazar.
El temor de perderse y no saber.
El amor por uno mismo.
El desengaño.
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