I.
F. le tenía miedo a la nieve.
O sea, no a la nieve en sí, sino al caer de la nieve.
Me refiero a que temía que la nieve cubriese todo y no dejase de caer.
Es decir, le temía a la desaparición bajo la nieve.
O en otras palabras: temía que alguien pudiese contemplar la nieve, decir que es hermosa, y no saber que F., o un mundo entero de Fs., había quedado sepultado bajo ella.
Por eso F. le tenía miedo a la nieve.
II.
¡Mentira…!
Exclama F.
¡Nunca le he temido a la nieve!
Eso grita mientras interrumpe la escritura que caía sobre él.
De hecho, no hay por qué temerle a la nieve… explica.
La nieve deja de ser nieve y se convierte en agua sucia.
Eso es simplemente lo que ocurre.
Como me mira mientras habla me siento obligado a decir algo más.
Decir que la nieve no se ensucia por sí misma, por ejemplo, o algo en esa línea.
En vez de aquello, elijo decir que cada cual desconoce sus miedos
O ansía desconocerlos.
Eso suena (tal vez) un poco más acertado.
III.
F. le tenía miedo a la nieve.
Le tenía y le sigue teniendo, por cierto.
Se la sacude de encima apenas la siente caer.
No tiene consciencia del porqué, ni tampoco le importa.
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