I.
-Todo me deja cicatriz -me dijo-. Incluso cuando no hay corte.
-No te entiendo -dije yo.
-No hay que entender -señaló, cortante-. No es metáfora. Hablo de un problema que tengo en la piel. Es difícil de entender y a veces creen que exagero, pero hasta el viento me deja cicatriz. Hasta el frío.
-Ya -dije.
-¿Ya qué?
-Pues no sé… -seguí, algo nervioso-, ¿qué se podría decir al respecto?
II.
-¿Quieres verlas? -preguntó luego de un rato.
-¿Qué? -pregunté.
-Las cicatrices -me dijo.
Yo me lo pensé un poco pues apenas la conocía y no teníamos mucha confianza.
-Ok. -,dije.
Entonces se levanto una manga y me mostró el antebrazo.
-No veo cicatrices -le dije, después de observar-. O sea, al menos no las noto.
-Lo que pasa es que son tantas que no se ven -me dijo.
Como no supe qué decir fue ella misma quién agregó:
-¿Crees que eso es bueno?
III.
No supe qué contestar.
Pensé que iba a molestarse, pero finalmente sonrió y comentó como si no importarse:
-Nadie sabe decirlo.
-¿Qué cosa? -pregunté.
-Si algo es bueno o malo -me dijo-. Nadie sabe si no le ocurre a él mismo.
-Ya -dije yo.
Luego se bajó la manga y volvió a taparse el antebrazo.
-¿Tampoco quieres saberlo? -me preguntó entonces.
Lo pensé un poco antes de contestar.
-Lo cierto es que no -le dije-. No es necesario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario