domingo, 8 de junio de 2025

Tranquila.


I.

Quédate tranquila.

Si caen las estrellas no lo harán en esta dirección.

Nada cae, de hecho, en esta dirección.

Puedes comprobarlo tú misma.

Mira los registros.

Pregúntale a cualquiera que consideres experto en estos temas.

Te aseguro que estarán de acuerdo.

Revisa los informes.

Comprueba los cálculos.

Las probabilidades de que ocurra son cercanas a cero.

No caerán, las estrellas.

O no caerán, al menos, sobre nosotros.

Todo está lejos de nosotros.

Y además, somos tan pequeños…


II.

A veces no se intuye, pero es así.

Lo digo pensando tanto en las estrellas,
como en aquello de ser pequeños.

Lo intuimos mal.

Pensamos todo con las dimensiones equivocadas.

Y claro, tal vez por eso tenemos miedo.

O lo teníamos, antaño.

Hoy ya olvidé lo que perdí.


III.

Quédate tranquila.

No sirve de nada otra reacción.

Y es que esas estrellas, probablemente ni siquiera existen.

No ahora, al menos.

No hoy.

Dejaron de ser, hace bastante tiempo.

Y no pueden caer, por supuesto, desde entonces.

Menos aún sobre nosotros.

Piénsalo así.

Tranquilízate.

Si algo caerá seremos nosotros y no nos daremos cuenta.

No nos dolerá, probablemente.

De hecho, ni siquiera sabremos que caímos.

Será como dormir, un poco.

Olvidaremos nombres y momentos.

Y su duele –un poquito-, olvidaremos qué dolió.

sábado, 7 de junio de 2025

Todos ladran.


I.

Ladran.

Todos ladran.

Todos ladran, menos los perros.

No se sorprendan.

Conténganse.

No aúllen por la sorpresa.

Ocurre simplemente que las cosas han cambiado.

Tenía que ocurrir y ocurrió.

La ciudad es más oscura, pero al menos es nuestra.

Sigue siendo nuestra.

Eso es lo que ocurre.


II.

No avanzamos en la ciudad oscura.

Parece grave, pero en realidad tampoco avanzábamos cuando hubo luz.

No es un cambio, entonces.

Lo que ocurre simplemente es que no se avanza en una ciudad.

Cambias de sitio, tal vez, pero eso es todo.

Duermes en un sitio o en otro, pero despiertas siempre de la misma forma.

Despiertas en la ciudad, digamos.

Siempre en ella.

Lo aceptas.

Tienes que aceptarlo.

No logras salir, además, aunque lo intentes.


III.

Huesos.

Demasiados huesos.

Casi todos los que ves van por la calle cargando huesos.

Probablemente los quieran enterrar.

No es tan fácil, en la ciudad.

Menos aún si está a oscuras.

Por eso, tal vez, todos cargan con los huesos.

De un lado a otro, como si no pudiesen dejarlos.

Como si los tuviese a cargo, quiero decir.

O como si fuesen suyos.


IV.

Ladran.

En medio de la oscuridad, ladran.

No aúllan.

Parecen molestos.

No entre ellos, pero igualmente están molestos.

Todos ellos, percibo, están molestos.

Probablemente sientan que fueron engañados, me digo.

Y probablemente –concluyo-, tengan razón.

viernes, 6 de junio de 2025

Los platos rotos.


I.
Su bisabuela, según contó, había asistido a esta atracción cuando era joven, en Tivoli. Creo que se llamaba “La cocina de la risa” o algo así. El lugar -que formaba parta de una feria de entretenimientos relativamente tradicional-, simulaba ser una cocina tradicional, aunque de dimensiones mayores, y cada persona podía pagar por entrar ahí y romper algunos platos. Arrojarlos contra el suelo, quiero decir, o contra las paredes. El dinero que pagaban, en definitiva, les permitía hacerlo. Sin máximos, según entiendo. Aunque supongo que existía un número limitado de platos que dejaban al alcance y que renovaban cada vez.


II.
Tras escuchar la historia, busqué en internet sobre aquella atracción. No encontré nada, en realidad, aunque eso no impide que haya sido cierto. Después de todo, pienso, hasta el día de hoy resultaría ser una atracción interesante. De hecho, si invierto y hago el negocio alguna vez, estoy seguro que me iría tan bien que podría incluso abrir una segunda cocina. Una en la que dejaría los platos rotos de la otra y cobraría a aquellos que quisieran intentar recomponerlos. Probablemente serían menos, es cierto, pero estoy seguro que contaría con algunos clientes. Y uno, como potencial administrador de atracciones y entretenimientos, debe pensar en todos.

jueves, 5 de junio de 2025

Costumbres extrañas (IV)


No sé qué podría decirles, pero lo cierto es que ella les hablaba a los pasteles antes de comerlos.

O les hablaba mientras los comía, más bien.

Lo hacía con un tono amistoso, aunque sus palabras no siempre iban a la par.

Digo esto porque la escuché, por cierto, aunque sobre aquello que oí hablaré más tarde.

Antes, aclararé que ella les hablaba exclusivamente a los pasteles.

Y era estricta.

En este sentido, no les dirigía la palabra a los queques ni bizcochos, por ejemplo.

Solo a pasteles que cumplieran con los requisitos básicos:

Tener crema y/o relleno.

Trozos de torta de cumpleaños, por ejemplo.

Pasteles para bautizos o grandes tortas de bodas.

O eso fue al menos lo que pude observar.

Nunca lo comenté con nadie, pero siempre la observaba.

De hecho, para saber lo que les decía, dejé varias veces mi celular grabando junto a ella, y luego me alejaba para no incomodar.

Fue así que descubrí, por cierto, aquello que les decía.

Frases cortas, secas, algo violentas incluso.

No amenazas, sino factos.

Esto les sucede por no morirse, la escuché decir una vez.

No eres tú si estás relleno de una cosa ajena, la oí decir en otra.

Luego (o mientras tanto), simplemente los comía.

Sin expresióin alguna.

Una costumbre extraña, como pueden ver.

Así era.

miércoles, 4 de junio de 2025

De vez en cuando.


No soy el mensaje.

Tampoco el mensajero.

Solo digo cosas, de vez en cuando.

Observo.

Mientras estoy de paso, observo.

Un tipo, por ejemplo, en una estación de tren.

Él tampoco es un mensaje, por cierto.

Por lo mismo, no lo descifro.

No lo traduzco ni menos lo comparto.

Es un tipo, simplemente.

Me limito a observarlo y ver que tiene una maleta sus pies.

Una maleta triste, diría alguien, pero yo no.

No me gusta avanzar con adjetivos.

Yo diría que tiene una maleta a sus pies, como si fuese un perro.

Luego, claro está, recordaría que no soy el mensaje.

Así, mientras dejo al tipo esperando el tren, yo subiría a otro que suele dejarme en cualquier sitio.

Esto parece terrible, a veces, pero en el fondo no es grave.

Casi nada es grave, en el fondo.

Tal vez lo sería si fuese un mensajero, pero no lo soy.

No debo llegar a un sitio en particular, quiero decir.

Yo solo estoy de paso.

Ni mensaje ni mensajero, es lo que soy.

Ni adjetivos ni trenes, es lo que necesito.

Apenas algo en el paisaje.

Cosas que nombrar y agrupar en algún sitio.

Pocas cosas, me bastan.

Les recuerdo que estoy de paso.

Es cierto.

Solo digo cosas, de vez en cuando.

martes, 3 de junio de 2025

Un coleccionista de puertas.


Leo un artículo sobre coleccionistas extraños.

Un artículo breve, no muy detallado, en el que se menciona, entre otros, a un coleccionista de puertas.

Luego, como me queda dando vueltas todo aquello, me pongo a investigar.

No encuentro mucho.

Hay un húngaro que al parecer tenía una pequeña colección y también una bodega gigante, repleta de puertas distintas, en una ciudad checa que no es Praga.

No sé a cuál coleccionista, sin embargo, hace referencia el artículo.

Por lo mismo, me quedo simplemente pensando en puertas y en la forma en que se podrían coleccionar.

Imagino pasillos, por ejemplo, llenos de puertas que se abren y se cierran.

Y a alguien que camina entre ellas, por supuesto, atravesándolas continuamente, y regresando al mismo lugar.

Así, observo en mi imaginación, al coleccionista.

Pienso si tienen llaves, aquellas puertas.

Si fueron instaladas o no, con cerrojo.

A eso me refiero.

Y hasta converso un poco con él, mientras pienso que podría componerse una sinfonía, golpeando en varias puertas, tras descubrir la nota que en ellas se reproduce.

Puertas, me digo.

Puertas concretas, no puertas como símbolos ni símbolos que sean puertas.

¿Será posible que exista esa colección?

Vuelvo entonces sobre el artículo y pensó que sí, que existe.

Y descubro, de paso, para qué.

lunes, 2 de junio de 2025

Los verdaderos arquitectos (Roma).


I.
Los verdaderos arquitectos, como los del cuento de Bradbury, confiesan haber construido sobre grietas, suelos inestables y fallas sísmicas. Más aún, confiesan haber propiciado las grandes guerras. Todo con el fin, digamos, no solo de destruir sus propias creaciones, sino también para mantener vivos sus planes y dar a luz sus nuevos proyectos. Nuevas ciudades sobre las ruinas de antiguas ciudades, parecen decir, mientras curvan ellos mismos el bucle en que vivimos. Ese es el plan de los grandes arquitectos. Y esa es, por tanto, una premisa sobre la que se edifica el mundo.


II.
Grandes arquitectos. Grandes y verdaderos arquitectos. No dioses, precisamente, pero operarios eficaces tras la ausencia de Ellos. La vida es simple, parecen decirnos. Rocas sobre rocas, ciudades sobre ciudades y palabras sobre palabras. Ustedes nos dicen si enterramos o cremamos el cuerpo. Esa es la única elección. No es fértil, la tierra, como dicen. Es apta, simplemente, o no apta.


III.
Los verdaderos arquitectos, como los del cuento de Bradbury, se ocultan a simple vista. Nos hablan, incluso, desde los podios más altos que encuentran. Nada temen, en el fondo, porque todo ya está hecho. El recomienzo incluso está ya planificado. Construcción y destrucción, quiero decir. Todo ya está hecho y de igual forma, poco importa. Nacen y mueren las ciudades y el corazón es un músculo. Roma.

domingo, 1 de junio de 2025

El periscopio.


Estoy en mi cuarto, ordenando, cuando descubro un periscopio.

No me refiero a que encontré uno por el cuál observar, colgando desde lo alto, sino que encontré el otro extremo del periscopio.

Aquel que sobresale sobre el agua, en las películas de submarinos, para observar la superficie.

¡Qué mierda…!, me dije.

Y comprendí de inmediato que estaba siendo observado.

¡Quizá desde cuándo, estaba siendo observado…!

Descubrir esto me molestó, en principio.

Incluso me indignó.

No detallaré las razones, pero pueden ustedes imaginarlas si lo sienten necesario.

Luego, sin embargo, mientras observaba el periscopio, me invadió una tristeza profunda.

Una decepción, más bien.

Y hasta una vergüenza.

Ha pasado un tiempo desde aquello, pero aún se me hace difícil de explicar, pues lo que me entristeció no fue que me observaran, sino más bien descubrir que era yo quien estaba en la superficie.

Y es que me cuesta reconocerlo, pero hasta entonces siempre había pensado que era yo quien vivía en las profundidades.

Que era yo, digamos, quien tripulaba mi propio submarino y que desde él observaba un mundo más ligero, más frágil, que existía en la superficie…

¡Qué mierda…!, volví a decir.

Y tras escucharme decir esto –en plena superficie-, todo se volvió todavía más decepcionante y vergonzoso.

Nunca fui Nemo, pensé.

Mi historia es ligera, como todas.

Flota, simplemente, como la mierda en el agua.

Y claro, seguí así por un buen rato hasta que encontré una solución.

O creí encontrarla… no sé bien.

Lo cierto es que reuní mis cosas y antes de irme comencé a patear el periscopio.

En eso estoy, por cierto, desde hace unos cuántos días.

Apenas lo destruya me largo… directo a la profundidad.

No creo haber nacido, para esto.

sábado, 31 de mayo de 2025

Empujar el árbol.


I.

Empujaba el árbol, para moverlo, y ver si así caían sus frutos.

Por desgracia, no se aseguró que el árbol efectivamente tuviese frutos.

Lo intentó mover con fuerza, es cierto, y trabajó arduamente… eso se lo doy.

Pero le faltó, digamos, cierto tipo de comprensión.

Es decir, supo hacer lo que hacía, pero no supo algo más.

Algo previo, incluso, y sin duda más importante.

Le ocurrió como a todos, a fin de cuentas.

Y hasta pudo ser peor.


II.

Digo esto pues he sabido de otros casos.

Mismo ímpetu, misma fuerza y mismos objetivos, quiero decir.

Todo igual, pero en esas ocasiones no solo el árbol no tenía frutos.

Es decir, además de no tener frutos, aquello que empujaban ni siquiera era un árbol.

Aun así, gastaron su fuerza en ello y no se puede volver atrás.

Nunca se puede volver atrás.

Esforzarse en ello, me refiero, sería nuevamente equivocarse de árbol.


III.

Con todo, me gustaría aclarar que valoro el intento de intentar mover el árbol.

Y es que es mejor que nada, pensamos.

En este sentido, sin bien sabemos que los frutos caen por sí solos, puedo comprender que nos sintamos culpables de simplemente esperar.

Y aceptar la gracia.

Es indigno, nos decimos.

Y no tenemos, por si fuera poco, hambre de verdad.

viernes, 30 de mayo de 2025

Hogueras.


Brujas encendiendo hogueras.

Así, las vi, sobre el monte.

Siete brujas y siete hogueras.

Coordinadamente, las encendían.

Arrastraban palos, ramas y otras cosas.

Cosas inflamables, supongo.

Así las vi.

Sobre el monte.

Querían quemar algo, supongo, pero entonces no sabía qué.

Vi el proceso simplemente y luego las llamas.

Entonces, cada hoguera se encendió y se elevó a lo alto.

Sus llamas, quiero decir.

Parecían querer quemar algo que estaba sobre ellas.

O alcanzarlo, más bien.

Eran hogueras vivas, altas y fuertes.

Siete hogueras.

Existiendo en forma vertical, pues prácticamente no había viento.

Siete hogueras más o menos de las mismas proporciones.

No sé por qué me acerqué a ellas.

O al monte, más bien.

Estaba lejos y las hogueras no durarían tanto, pero me acerqué igualmente.

Caminé con cuidado, pues estaba oscuro.

Me pareció que una bruja, mientras me acercaba, se fijó en mí.

Le comentó incluso algo a las otras.

Me fijé en ellas, mientras avanzaba.

Volví a contarlas.

Ahora eran seis.

Seis hogueras y seis brujas, quiero decir.

Poco después fueron cinco.

No es que las hogueras se apagasen o las brujas se fueran.

Era como si enfocase mejor, simplemente, y corrigiera mientras avanzaba.

Tras pensar esto fueron cuatro.

Seguí.

Cuando empecé a subir el monte ya eran tres.

Luego las perdí de vista.

Justo entonces, algunas rocas pasaron cerca de mí.

Alguien las arrojaba, desde arriba.

Fallaron todas, salvo una, que me dio en la frente.

Me hizo un corte, pequeño.

Lo supe, porque un hilo de sangre comenzó a bajar por mi rostro.

Nada grave, en todo caso.

Me limpié.

Mientras me acercaba escuchaba voces.

Me pareció distinguir dos.

Cree que está acá, dijo una, con tono burlesco.

Nunca se trae puesto, dijo la otra.

Di unos pasos más y me pareció que ahora hablaban más bajo.

Me detuve para escuchar mejor.

Ahora era como una sola voz, mezclada.

Una sola hoguera, supuse.

Presté atención.

Es como todos, la escuché decir entonces, pero no sabe.

Y yo fui.

jueves, 29 de mayo de 2025

No es que me preocupe.


“¿No le parece infantil
preocuparse por el destino
de un hombre?”
L. I.

No es que me preocupe, me dijo. O sea, tanto como preocuparme, no. No es la palabra, quiero decir. No lo es porque cuando uno se preocupa busca enlazar esa preocupación con una acción. Con algo que resuelva esa preocupación, me refiero. Y entonces uno le da vueltas a esa posible acción y la busca y rebusca y eso es preocuparse, en el fondo. Ir en busca de algo, pero sin saber cómo ir. Y claro… preocuparse entonces es no ir. O de cierta forma es no ir. Sí, suena extraño, pero es así. Preocuparse es el nombre que toma esa desesperación de no saber cómo ir hacia eso que supuestamente te estás dirigiendo. O eso creo yo, al menos. Por eso digo que no es que me preocupe. Digo esto porque en mi caso, según entiendo, ni siquiera llego a eso. Yo hago otra cosa, me refiero, no preocuparme. Sí, definitivamente es otra cosa. Yo soy de los que va todo el tiempo. Soy del grupo de los que saben cómo ir, pero desconocemos a dónde. Eso lo inventamos en la marcha. Puede ser buscar monedas o señales o hasta invasores alienígenas. Igual lo vamos viendo mientras andamos. Lo extraño es que a veces encuentras, pero sigues, pues en el fondo no buscas. No te preocupas, quiero decir, por encontrar algo. Y claro, tu destino se forma de esa forma, aunque suene mal. Eso me dijo.

miércoles, 28 de mayo de 2025

Ganas de ignorar todo.


I.

No sé bien.

Mirar de otra forma, supongo.

Sin saber.

Sin nada previo, me refiero, antes de mirar.

Sí, eso es lo que quiero.

Algo así como ganas de ignorar todo.

No de haberlo olvidado sino de ignorarlo, realmente.

Que sea imposible buscar en uno, los significados.

Eso quiero decir.

Ganas de ignorar todo.


II.

Una vez, por ejemplo, se supone que me mordió un perro.

Digo se supone porque lo cierto es que nunca supe qué me mordió.

O sea, vi lo que me mordió, pero ignoraba qué es lo que era.

Y claro, mis padres, esa vez, dijeron que se trataba de un perro.

No es que lo vieran, en todo caso, pero eso es lo que dijeron.

Yo era pequeño y no discutí y además ignoraba que pudiese hacerlo.

Me refiero a que no podía negar que fuese un perro.

Así que acepté que fue un perro, en definitiva, aquello que me mordió.


III.

Sigo sin saber bien.

No hablo del perro, por supuesto, sino de qué desear.

Y es que tal vez me vendría bien otra mordida de algo que ignoro.

Sentir la pureza de la ignorancia, quiero decir, sin importar el coste.

Sí… eso es lo que quiero.

Aunque mi carne se entierre en mis dientes, es lo que quiero.

Y no saber para qué.

martes, 27 de mayo de 2025

Soñar con etruscos.



No sé qué significa soñar con etruscos.

No sé qué significa, pero lo cierto es que me ocurre de vez en cuando.

De los sueños recuerdo poco, pero tengo la certeza de que se trata de etruscos.

No sé mucho sobre ellos, en todo caso, pero mantengo igualmente la certeza.

Una mañana, apenas desperté, anoté algunas palabras que recordaba del sueño.

Supongo que las escribí mal, pero fonéticamente al menos, las registré.

Luego, investigué en unos cuantos sitios y resultó que efectivamente, esas palabras pertenecían al antigua idioma etrusco.

Una de ellas, incluso, resultó ser un improperio, que podría traducirse como “estúpido hijo de buey”.

Fue así que, tras haber descubierto esto, concluí que aquello se traducía además en algo bueno y algo malo.

Lo bueno, me dije, es que he comprobado que efectivamente sueño con etruscos.

Lo malo, sin embargo, fue que esas palabras me las decían bastante seguido en el sueño.

Etruscos culiaos, pensé entonces.

Y claro, comencé luego a investigar sobre otros improperios etruscos para devolverles el trato en un sueño futuro, pero lo cierto es que no encontré nada.

Nada salvo unas frases griegas un tanto despectivas, referidas a los etruscos; y algún verso de Catulo, pero nada más.

Etruscos culiaos.

No sé qué significa qué significa soñar con ellos, pero no me voy a dejar insultar.

Tengo que acordarme para cuando el sueño se repita.

Parece absurdo, pero no voy a dejarlo pasar.

¡Sueños que no significan…!

¡A quién se le ocurre fabricarnos esos sueños…!

Etruscos culiaos.

lunes, 26 de mayo de 2025

Alguien habla en nuestro nombre.


I.

Alguien habla en nuestro nombre.

Yo lo sé desde hace un tiempo,
pero no me preocupo.

De hecho, descanso mi voz
mientras lo dejo hablar.

No digo que sea la reacción correcta,
pero en mi caso, al menos, es la que elijo.

Así, me voy enterando de las cosas que dice
porque otros dicen que las digo.

Y a veces pienso, incluso, tras oírlas,
que tiene más razón que yo.


II.

Alguien habla en nuestro nombre.

Lo sé hace tanto tiempo que hoy apenas,
sé diferenciar su voz.

Probablemente imito su timbre, y sus pausas,
sin tener mayor consciencia.

Así, sin entenderlo, he ido anotando
las cosas que decía.

O que por mí decía, más bien.

No es grave, dijo una vez, por ejemplo,
simplemente hablamos de las cosas que hemos visto.

No me habla con imágenes, el ojo.


III.

Alguien habla en nuestro nombre.

En mi caso, me enteré justamente porque alguien,
que habla por ti,
me vino a contar qué sucedía.

No me preocupa en lo absoluto, le dije,
cuando terminó de contármelo.

Luego le pedí que se fuera,
y él accedió.

Entonces yo, para terminar,
escribí un par de frases que pensé,
podrían ayudarme a comprender
lo que antes no había comprendido.

Si te paras en el camino desaparece el camino
fue lo primero que escribí.

No amasas el pan, sino la masa.

domingo, 25 de mayo de 2025

En el hoy, por fin.


Me detengo en el hoy, por fin.

De una hoja en otra fue viajando esta frase hasta que aquí quedó.

Es cierto.

Me detengo en el hoy, por fin.

Eso me alegra, hasta cierto punto.

Además, si observas, ni siquiera es tarde.

Y es extraño, pero cuando llegas, sueles preguntarte cómo es que costó tanto.

Y por lo general, no sabes muy bien qué responder.

En cambio, te afirmas en otras frases que quedaron por ahí, como peldaños que no llevaron a ningún sitio.

No está hecha tu voz parta ser oída por ti mismo, dice una de esas frases.

Y claro, tampoco la palabra, te dices, debiese existir así.

Así y todo, me detengo en el hoy porque ir más allá, por el momento, me parece insensato.

Una vez, recuerdo, el hoy coincidió con un sueño, en la mismísima torre de Babel.

Justo en el momento del castigo, me refiero.

Fui testigo entonces que no hubo realmente confusión de lenguas.

Lo que ocurrió, realmente, es que dejamos de saber qué decirnos.

Tanto a los demás, en principio, como luego a nosotros mismos.

Y es por eso, en parte, pienso ahora, que comenzamos a andar detrás del hoy.

Y detrás del nosotros que existe en el hoy.

No ahora, claro, pues hoy me detuve ahí, eventualmente.

Es cierto.

Y me detengo un poco, entonces, antes de seguir.

sábado, 24 de mayo de 2025

Ya cerca de la orilla.



Ya cerca de la orilla, dicen que la fuerza vuelve y ya puedes llegar.

No es una distancia exacta, en todo caso, pues varía en cada caso.

Aparentemente es proporcional a la fe que tienes en ti mismo.

No digo, en todo caso, que sea buena (en sí misma) este tipo de fe.

Pero es la única, al menos, que puede salvarte.

Eso es lo te dicen.



Mienten.

No siempre, pero a veces creo que mienten.

Lo hago porque cuando aquello me ocurrió a mí, esto se solucionó más bien de otra forma.

No entraré en detalles, sin embargo, esta vez.

No lo haré, pero quiero dejar en claro que no dependió de la fe en mí, en lo absoluto.

Ese es mi testimonio.

Si hubiese sido por mí, yo me hubiese hundido como una piedra.



Otra cosa que pienso es que no hay orillas.

O si las hay, estas se encuentran siempre a la misma distancia de nosotros.

Esto lo pienso, por cierto, como parte de una teoría.

No muy elaborada, pero teoría al fin.

Esta teoría puede resumirse en que todo es un sucedáneo.

Sí, como los frascos esos con sucedáneo de jugo de limón.

Pues bien, mi teoría propone que hasta el limón original era el sucedáneo de algo que olvidamos.

No sé en todo caso si con esto me explico o los confundo.

O hago ambas cosas, tal vez.

Justo los dioses estaban aprendiendo a escuchar cuando dejamos de hablarles.

viernes, 23 de mayo de 2025

Un desierto en esa flor.


I.

Imagina un preso, al aire libre, pero en una celda.

Una celda típica, de esas con barrotes, solo que expuesta al sol.

No imagines lo anterior, por cierto, como parte de una tortura.

Imagina más bien un amanecer tibio, y el sol que comienza a aparecer y a iluminar el interior, poco a poco.

Imagina esa luz, me refiero, ingresando a la celda, tras los barrotes.

Ese es el primer paso.


II.

El segundo es, de cierta forma un cambio de posición.

El segundo paso, quiero decir.

Para esto, te pido que dejes de pensar en la luz que ingresa a la celda, entre los barrotes.

En cambio, piensa ahora –como yo-, en la luz que no traspasa la reja.

En esa luz que quedó de cierta forma adherida a los barrotes, sin atravesarlos.

La luz que quedó en el metal.

Y es que todos se olvidan de esa luz.

Y yo, por otro lado, digo que ahí, justamente, está la clave.


III.

Esta clave, por cierto, es también el tercer y último paso.

Detenerse en ella, quiero decir.

Saber que existe esa luz, en los barrotes.

Luego, simplemente, imagina que tú también eres similar.

No a la luz, en todo caso, sino al barrote.

¿Lo logras…?

Ahora mira.

Mira bien y no te confundas:

Floreció un desierto en esa flor.

jueves, 22 de mayo de 2025

Un hombre sin hornear.


No sé dónde exactamente.

Pero sé que lo encontraron en una excavación.

O más bien, lo encontraron mientras excavaban.

Lo que encontraron fue un hombre, pero no uno cualquiera.

Lo que encontraron excavando fue un hombre todavía sin hornear.

La masa madre, digamos de un hombre.

Le pusieron otro nombre, por supuesto, pero más o menos eso era.

En las noticias, quiero decir, le pusieron otro nombre.

Las imágenes eran confusas y borrosas.

Parecía un bulto, nada más, aquel hombre.

Un bulto pegajoso.

Así y todo, según dijeron, aquello era un hombre, igualmente.

O eso al menos entendí.

Era un hombre, solo que le faltaba ser horneado.

Tiene los componentes necesarios, explicaron los químicos.

Solo faltaba hornearlo y ponerlo en marcha.

Viendo al hombre sin hornear, sin embargo, yo me puse a pensar algunas cosas.

Nada trascendente, sino más bien un par de cosas prácticas.

¿Qué harán con ese hombre?, por ejemplo, me pregunté.

¿Terminarán, a fin de cuentas, haciéndolo funcionar?

Nada más decía la noticia, sin embargo.

Luego siguieron otras, de hecho, que eran más cercanas a lo habitual.

Robos, política… y hasta tres expertos hablando de un penal que al parecer no fue.

Es decir, taparon la excavación con esas cosas.

Cerraron el horno, digamos.

Eso hicieron.

Pero no lo supieron encender.

miércoles, 21 de mayo de 2025

Te confundes.


De pequeño te confundes.

De grande también, por supuesto, pero de pequeño te confundes más.

La diferencia en todo caso es que de pequeño no sabes, aún, que te confundes.

Y todo para ti, es igual a una verdad.

Las palabras de tus padres, por ejemplo.

Aunque te molestes y las rebatas, crees en ellas.

Todo lo que te rodea, repito, te resulta verdadero.

Una vez, por ejemplo, planté semillas en el hielo.

De pequeño, me refiero.

Y esperé.

Otra vez, quise hacerme daño, para crecer.

Y hasta quise, una vez, ser sacerdote.

¡Bien podría hacer listas…!

Si hasta pensé por años que era más pequeño, el sol.

Mucho más pequeño, quiero decir.

Y que la vida, también era otra cosa.

Pero claro… pasa el tiempo.

Y las supuestas verdades se transforman en heridas.

Luego, si hay suerte, cicatrizan.

Así y todo, me pregunto en ocasiones:

¿Quién consuela al ojo que vio sin comprender?

¿Quién se apiada de él por ser testigo de algo que no supo?

Y es que es cierto: de pequeño te confundes.

Y luego, tristemente, ya parece que es tarde.

Y no sabes entonces qué hacer con la verdad, cuando llega.

Una luz que apenas la ves, se apaga.

martes, 20 de mayo de 2025

Olvidarás tu nombre, no los otros.


*

Olvidarás tu nombre, no los otros.

Te enseñaron así.

Tal vez fue lo correcto, no lo sé.

De todas formas, el final será el mismo.

Podrás nombrar el mundo y a los otros, pero olvidarás tu nombre.

Y responderás a aquel, que los otros te inventaron.


*

Hay consuelo, es cierto, pero no será el espejo.

No busques en él solución alguna.

El que aparece en él, bien sabes que no eres tú mismo.

Su derecha es tu izquierda y además no sabe más que tú.

Para ti, sigue siendo un libro no escrito.

O un signo, probablemente, que no sabes leer.


*

Ahora bien, si lo piensas…

Tal vez no sea tan malo olvidar tu nombre.

Después de todo, no fuiste tú quien te nombraste.

Es decir, olvidaste algo que adhirieron a ti.

Se te cayó un papel pegado en tu espalda.

Puede ser terrible, pero no exageres.

Ni Adán, siquiera, pudo nombrarse a sí mismo.


*

De todas formas, si insistes, debajo de una piedra debe estar.

Debajo de una piedra debe estar la palabra que te nombra.

No oculta, esta vez, sino esperando.

Sí.

Tu nombre como las sandalias de Teseo.

No te sirve, me refiero, si no sabes dónde ir.

No la busques mejor y sé sincero:

Todavía es algo que no sabes.

lunes, 19 de mayo de 2025

Elogio de la incompletitud.


I.

Soñé que no soñaba.

Que comía sin comer.

Y que vivía, bueno… así como vivimos.

Luego desperté.


II.

Sobre el velador, entonces, encontré una nota.

“El cuerpo es un lugar / La voz es una tumba”, estaba escrito en el papel.

Era un papel pequeño, como los que venían antaño en esas galletas de la fortuna.

Nunca supe –lo juro-, cómo llegó ahí.


III.

Ese mismo día, más tarde, escuché a dos personas conversar.

¿Te sabes el chiste del pollito que va a una fiesta disfrazado de huevo?, dijo uno.

, dijo el otro.

Y así, yo me quedé sin conocer aquel chiste.


IV.

Más tarde, esa noche, fui a comer a un restaurant.

Uno de paso, pequeño, y bastante económico.

De hecho, pienso ahora que no debí decir que era un restaurant.

Como sea, el punto es que alguien se atragantó en aquel lugar.

Se paró de su silla, ahogado, pidiendo ayuda.

Entonces otro tipo se acercó y le hizo esa maniobra para que expulsara lo que lo estaba ahogando.

Maniobra de Heimlich, creo que se llama.

De la boca del tipo salió entonces un trozo de carne y algo más, que cayó a mis pies.

Era una palabra, observé.

Pero no recuerdo cuál.

domingo, 18 de mayo de 2025

No fueron mías mis mentiras.


No fueron mías mis mentiras, nos dijo. Se los prometo. Lo que ocurre es que alguien habló por mí. Sí, es cierto… Alguien tomó mi voz sin mi permiso. Yo me resistí, pero luego ya no pude. Lo intenté, pero no pude. No me culpen. Además, nadie vino en mi ayuda. Grité incluso, pero no escucharon. O no estaban cerca, no sé. Así es cómo ocurrió. No lo pongan en duda. Me atacó un ladrón de verdades. O sea, no se llevó nada, en concreto, pero evitó que fuesen dichas. Y claro, lo que oyeron fueron las mentiras de ese otro. Vuelvo a prometérselos. Y es que poco después de haberlas dicho, ese alguien se alejó. Ni siquiera sé muy bien por qué. Podría inventar algo, pero lo cierto es que no sé. Tal vez se cansó de forcejear, o de no sentirse bien recibido. Sea como sea, lo importante es que se fue. Que liberó mi voz y hoy puedo ya explicarles. O sea, no sé bien cómo se fue, pero podría explicarlo, de saberlo. De igual forma, lo importante aquí no solo es excusarme, sino advertirles, más bien. No fueron mías mis mentiras, repitió. Mis intenciones siempre fueron limpias.

sábado, 17 de mayo de 2025

La construcción de la rueda.


I.

Pusieron su esperanza en la rueda.

Todo esto mientras la construían, quiero decir.

Y es que vieron en ella una posibilidad.

Algo más práctico, incluso, que el fuego.

Así, atentos, observaron su construcción.

Como si fuesen testigos del nacimiento del ídolo que debía habitar el templo.

Hablaron sobre ello.

Todos se mostraban orgullosos de su ingenio.

Trabajaron más.

Corrigieron, incluso, sus errores.

Solo entonces, la rueda estuvo terminada.

O eso fue lo que dijeron, al menos.


II.

Debía funcionar.

Llegó el tiempo en que la rueda debía funcionar.

Sin embargo, por desgracia, el terreno era inestable.

O así les pareció, al menos.

Trabajaron todos entonces, emparejando el suelo.

Unos sacaban piedras y guijarros.

Otros, hacían estudios sobre pendientes e inclinaciones.

Todo el trabajo parecía importante.

Necesario, incluso.

Todo, ahora, estaba listo para funcionar.


III.

Nunca giró, la rueda.

Todo era propicio, es cierto, pero nunca rodó.

Es más: ella fue, finalmente, lo único fijo.

Todo el universo, quiero decir, giró ante ella.

A su voluntad, es cierto, pero ella no logró moverse nunca.

Algo había, en su centro, que resultaba inamovible.

Todo giró, repito, menos la rueda.

Los hombres, ahora, se sentían derrotados.

Eso ocurre cuando inventamos la necesidad, dijo alguien.

Y todos lo miraron extrañados, como si hablase en otra lengua.

viernes, 16 de mayo de 2025

Dos asesinatos en mi barrio.


Hubo dos asesinatos en mi barrio.

En ellos, dos veces ocurrió que mataron al mismo tipo.

Lo identificaron cada vez, me refiero, tras hacer las pesquisas pertinentes.

Sé que suena extraño, pero así ocurrió.

No es que lo haya visto, pero de igual forma lo acepto sin dudar.

Y es que, si soy sincero, prefiero no darle vueltas al asunto.

En cambio, agradezco a la suerte por las consecuencias de esos hechos.

O por una de ellas, más bien:

Dos veces no fui yo.

Dos veces no fui el muerto, me refiero.


II.

Llegaron periodistas luego del segundo asesinato.

Llegaron antes, incluso, que la policía del lugar.

Yo los observé hacer preguntas, aunque no vi a nadie respondiéndoles.

Para no ser menos, cuando me preguntaron a mí, también guardé silencio.

Solo me inventé una teoría en la cual los mismos periodistas
pidieron prestado al muerto,
e hicieron algo así como una reconstitución de escena.

De más está decir que nadie, al parecer, me tomó en cuenta.

De hecho, no me volvieron a preguntar.


III.

Todo crimen es soñado, escuché decir a alguien, una vez.

De todas formas, no le escuché decir nada de dos crímenes.

Al parecer, la mayor dificultad se asocia con guardar aquello en la memoria.

Memorizar la muerte quiero decir.

No sé si has oído sobre aquello, pero a mí me parece bastante interesante.

Y cierto, por añadidura.

Respecto a mi barrio, por ejemplo, todo siguió igual luego de los dos asesinatos.

Eso observo yo.

No tiene el pájaro memoria del aire, dirá alguien, buscando concluir.

Pero errará el camino.

jueves, 15 de mayo de 2025

La corteza y el árbol, en su sitio.


No sé si hablaban entre sí, pero yo los escuchaba como si así fuese.

No ves sangrar al árbol si le quitas la corteza, dijo uno.

A veces, dijo otro, arrancas la corteza y ya no hay árbol.

Tras esto quise hablar, entre ellos, pero no se me ocurría qué decir.

La idea, ante todo, era parecer interesante.

Ese no es el problema, logré decirles, luego de un rato.

Entonces me observaron.

Ambos me miraron, quiero decir, y exactamente al mismo tiempo.

Pasó un minuto.

Luego otro.

No agregaron nada más.

Afuera del lugar, tras una ventana, se veía un árbol.

Parcialmente, digamos, pero los tres, al menos, hubiésemos podido verlo.

Se los indiqué.

El árbol, les dije, apuntándolo.

Ellos desviaron la vista, y observaron la ventana.

Apenas giraron la cabeza, al hacerlo.

Sus expresiones no reflejaban emoción alguna.

Tras la ventana, el árbol, especifiqué.

La situación era extraña.

Incómoda, incluso.

Para buscar alguna referencia, imaginé que los estaba presentando.

Nada resultaba, en realidad.

Con la corteza no basta, pensé entonces, en voz alta.

Tras decirlo, como era difícil mirar a los dos, al mismo tiempo, escogí observar el árbol.

Ellos entonces murmuraron algo, que no entendí.

Luego se voltearon, aparentemente indignados.

No se preocupe, dijo entonces un tercero, todos hablan, pero nadie sabe de qué hablan.

Yo asentí.

Poco después, los que hablaron primero, se fueron del lugar.

Afuera, el árbol, parecía seguir en su sitio.

miércoles, 14 de mayo de 2025

La posición de la almohada.


Cambias la posición de la almohada.

Varias veces, lo haces.

Te volteas.

Una y otra vez, te volteas.

Respiras hondo.

Todo esto, por supuesto, sin abrir los ojos.

No hace frío.

Afuera ladra un perro.

Evitas detenerte en las imágenes.

Frases cortas, solamente.

Como si eligieras las rutas que te alejan.

No sabes de qué, exactamente, pero te alejan.

Cambias la almohada por un cojín.

Luego vuelves a la almohada.

De igual forma, no te desesperas.

Buscas dejar un tiempo prudente entre cada acción.

Más imágenes.

Ideas breves.

A veces, incluso, te observas en ellas.

Como en el libro ese de Norah Lange.

¿No hace frío?

Probablemente esté mal dicho.

Pero todo, prácticamente, está mal dicho.

Cuentas.

Haces cuentas, me refiero.

O cálculos, más bien.

Intentas que las cifras solo sean números.

Las despojas.

Las cambias de lugar, en el fondo, como signos vacíos.

Todo es reubicar.

Números, almohadas, cojines… todo, a fin de cuentas.

Afuera el perro ladra, otra vez.

Una sola vez intentaste verlo, en la noche.

Estaba en la casa de un vecino, ladrando bajo un árbol.

El árbol, sin embargo, solo tenía ramas secas.

Le estás ladrando al árbol equivocado, pude haberle dicho.

Aunque claro, también podría habérmelo dicho a mí.

Todo es reubicar, a fin de cuentas.

Llevarse puesto y no llevarse.

Cambiar la posición de la almohada.

Ahora sí.

martes, 13 de mayo de 2025

Nunca estamos más cerca.


I.

Mentimos.

Nunca estamos más cerca de la muerte.

O sea, estamos cerca, pero siempre estamos a la misma distancia.

Ayer leía, por ejemplo, que a una enfermera se le cayó de los brazos un recién nacido.

No se explicaba bien la situación, pero lo cierto es que el bebé cayó y se rompió el cráneo.

Breve y triste argumento, lo reconozco, pero argumento al fin.

Mentimos.


II.

Tengo un vecino que pasó ya los cien años.

Todavía camina, aunque es lento y tiembla bastante.

Da unos pasos en el jardín y sale a la puerta de la casa.

Los que lo ven lo saludan, pero creo que él ya no reconoce a nadie.

Esto lo hace, por cierto, aproximadamente una vez a la semana.

Lo ayuda a salir y a entrar una hija suya que ya es abuela.

Muchos sonríen cuando lo ven y luego hacen comentarios.

Yo no le encuentro ninguna gracia.


III.

Mentimos.

Nunca estamos más cerca de la muerte.

Por ejemplo, el bebé que se rompió el cráneo sobrevivió, luego de la caída.

Todavía no se sabe si quedará con daños, pero la gente se alegra.

Luego, por supuesto, comentan sobre la enfermera y lo que debe ocurrir con ella.

Se entretienen hablando de eso, por algún rato.

No digo que este mal, por cierto, solo describo lo que hacen.

Mentimos.

lunes, 12 de mayo de 2025

Dónde empezar.


No sé por dónde empezar.

Pero empiezo.

Una y otra vez empiezo.

Desde el lugar en que me encuentro, lo hago.

Probablemente tarde, pero lo hago.

Y es que antes le doy vueltas, por supuesto.

Y me demoro.

La excusa más común es que algo se me escapa.

También me angustio, por cierto, como todos.

De igual forma, si me preguntan, termino por decir que me confundo.

Eso hago, al menos, cuando logro resumir.

Y ocultar lo necesario.

Sea como sea, la excusa es cierta.

Incompleta, tal vez, pero cierta.

Por ejemplo, me confundo buscando un lugar especial para partir.

Y luego, claro está, ocurre que nunca ese lugar es aquel en que me encuentro.

Siempre pasa así.

Nada tiene de especial el lugar en que me encuentro.

Eso me digo, al menos, y se me olvida entonces que siempre estoy en el lugar en que me encuentro.

Eso aturde, por cierto, y molesta.

Daña, incluso.

No llegar a nuevas conclusiones, me refiero.

Y no llegar sin tener cigarros que encender, es siempre algo difícil.

Es demasiado honesto como para ser fácil.

Es como estar sobrio para ver directamente el mundo.

Y fingir entonces que sabemos, sin saber.

Y claro, es por eso finalmente que se hace difícil comenzar.

Cada vez, me refiero.

Sin respuestas a los qués ni para qués.

Pero comenzar.

Generalmente solo y cada vez más viejo.

Y otra vez el primer paso.

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