sábado, 12 de octubre de 2024

Una máscara antigás.


En aquel entonces me compré una máscara antigás. Se la compré a un viejito que la vendía en un puesto agregado, al final de una feria, junto a una lámpara antigua, algún cenicero y un par de chaquetas viejas.

-Apenas tiene un par de usos -me dijo, cuando me vio observarla-. Está como nueva.

Entonces yo tomé la máscara y la examiné un poco. Observé sus correas, las partes metálicas u hasta la moví un poco para sentir su peso.

De todas formas, como nunca había visto una de cerca no sabía muy bien qué revisar.

Entonces, el viejito que la vendía me la pidió para enseñarme cómo se utilizaba, de donde debía ajustarse y hasta dar una advertencia.

-Tiene que doler un poco cuando se la ponga -me dijo-, que se sienta la presión, de otra forma no va a servir de nada.

Luego, como me propuso un precio módico terminé comprándola, sin pensar demasiado qué haría con ella.

-Guárdela en un lugar seco -me dijo, finalmente-, en una bolsa de papel o envuelta en tela. Y téngala siempre a mano.

Yo asentí sin tomarlo mucho en cuenta.

De hecho, debo reconocer que ni siquiera caí en cuenta en lo que dijo acerca que la había usado un par de veces.

Me sentí un poco culpable, debo reconocerlo, tanto por haber obviado su historia como por haber comprado, en principio, un objeto capaz de salvar mi vida, pero no la de mis semejantes.

Igual la guardé, por si acaso, tal como me fue recomendado.

Al igual que el hombre que me la vendió, me es posible decir hoy, que apenas la he usado un par de veces.

Aunque en esta oportunidad, aclaro, no se encuentra en venta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales