lunes, 14 de octubre de 2024

Un buen lugar.


I.

Llegó al conserje a golpear mi puerta para recordarme que no se podían tener mascotas. Yo le abrí y le dije que no era necesario, que lo recordaba muy bien y que llevaba viviendo en aquel departamento casi un año y no tenía ni pensaba tener mascota alguna.

-De todas formas, lamento informarle que debe deshacerse de su mascota -me dijo, entregándome un papel-. Tiene diez días hábiles para hacerlo.

-¿Qué es esto? -pregunté.

-Una notificación y el escrito legal con las normas del edificio -me aclaró-. Firme aquí.

-Espere -me defendí-. Ya le he dicho que no tengo mascota alguna.

-Tenemos tres denuncias contra usted por tenencia de mascotas -me dijo, mostrándome unas firmas y unos nombres-, son de tres propietarios distintos que han visto a su mascota asomada a la ventana.

Tomé el papel. Lo leí. Era cierto, aparecía el nombre de los vecinos y el número de sus departamentos.

-Si no firma se cursará una multa especial -señaló.

Yo firmé.


II.

Esa misma tarde comencé a visitar a los vecinos que habían declarado en mi contra.

No conocía a ninguno, aunque recordaba habérmelos cruzado de vez en cuando, en el ascensor.

-Vi claramente por la ventana a su gato -dijo uno.

-Incluso cuando lo miré su perro me ladró -acusó otro.

-Vi claramente a su iguana que se había asomado a tomar el sol -señaló el último.

Fui donde el conserje a informar sobre mis averiguaciones.

-Entonces son tres mascotas -señaló el conserje, profundamente matemático.

-¿Y eso no sirve para desestimar la acusación -pregunté.

-No -dijo el conserje-. Lo importante aquí es que todas coinciden en haber visto la mascota asomada a la misma ventana. Y esa ventana pertenece al departamento que usted ocupa. Es la pequeña, que da al estacionamiento.

-Yo no tengo una ventana que dé haca el estacionamiento -alegué.

-Claro que sí, es la del cuarto-bodega pequeño, a un costado del baño.

Sin reclamar más, subí a comprobar.


III.

Era cierto.

Vivía ahí hacía once meses y la puerta permaneció siempre tapada por un mueble metálico, de repisas.

Tras correrlo observé la puerta, que tenía una pequeña manilla.

Entré.

Era un cuarto pequeño, relativamente oscuro, con una ventana de unos cuarenta o cincuenta centímetros, que efectivamente daba al estacionamiento.

De todas formas, comprobé que se encontraba vacío.

Apenas había en él un par de cajas con artículos viejos. Adornos de navidad y cosas desechables para cumpleaños.

Nada más.


IV.

Volví a informarle al conserje.

Él tomó nota.

Le dije que podía ir a revisar, incluso, pero él explicó que no era ese el procedimiento.

-¿Y entonces usted cree que estoy mintiendo? -reclamé.

-Todos mentimos -dijo el conserje-, pero acá el problema es otro.

Como no valía la pena seguir discutiendo, decidí marcharme.

Lo tomé como una señal para no renovar el contrato e irme al final del próximo mes, cuando cumpliese el año.

Después de todo el documento señalaba que tenía diez días hábiles y al final, en letra chica, descubrí que podía solicitar una prórroga de diez días más.

Calculé, considerando festivos, que con eso tenía de sobra.

Cuando volví a entrar al departamento fui hasta el cuarto recién descubierto y entré en él. Estaba fresco y no tenía mal olor. Concluí que era, en definitiva, un buen lugar.

Y todos, esta vez, estuvimos de acuerdo.

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