miércoles, 9 de octubre de 2024

Miento.


Miento.

Siempre miento.

Miento incluso cuando digo que miento.

Sobre todo,
cuando digo que miento.

Se acabará el mundo, de esta forma,
sin escuchar de mí,
una sola verdad.

Entre tanto, sin embargo,
poco pasa.

O más bien, envejezco.

A veces no lo noto, pero envejezco.

Eso es lo que pasa.

Antes, por ejemplo, no hubiese dicho que mentía.

No abiertamente, al menos.

Ni mucho menos
al comenzar.

Puede que incluso, en algún tiempo,
ni yo mismo supiese
(verdaderamente)
que mentía.

Así es como ocurre, después de todo.

Te lo advierten, pero no lo sabes
hasta que ocurre.

Es decir,
hasta que lo sabes
no lo sabes.

Suena estúpido, es cierto,
pero así sonamos los sabios.

Como una campanada a deshoras
sonamos los sabios.

Y no importa para quién,
pero sonamos.

Y en medio del sonido, por cierto,
la mentira.

Ya ves como todo se encuentra.

Los que parecen extremos, digamos,
se encuentran.

Yo una vez, por ejemplo,
fuera del agua
encontré una medusa.

En uno de mis bolsillos, de hecho,
fue donde la encontré.

Buscaba llaves y encontré una medusa.

¡¿Saben cuánto cuesta abrir un cerrojo con una medusa?!

Pues ella y yo lo sabemos, pero no lo vamos a decir.

Ni el cuánto ni el cómo vamos a decirlo.

O tal vez ya lo dije, porque recuerden que miento.

Siempre miento.

No se sientan mal si lo olvidaron.

¡Si hasta a mí se me olvida...!

Sonidos de los sabios, cómo envejecer, una medusa…

Ya ven que mentir no es tan fácil.

No es tan fácil, decía, mentir.

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