lunes, 14 de octubre de 2024

Un buen lugar.


I.

Llegó al conserje a golpear mi puerta para recordarme que no se podían tener mascotas. Yo le abrí y le dije que no era necesario, que lo recordaba muy bien y que llevaba viviendo en aquel departamento casi un año y no tenía ni pensaba tener mascota alguna.

-De todas formas, lamento informarle que debe deshacerse de su mascota -me dijo, entregándome un papel-. Tiene diez días hábiles para hacerlo.

-¿Qué es esto? -pregunté.

-Una notificación y el escrito legal con las normas del edificio -me aclaró-. Firme aquí.

-Espere -me defendí-. Ya le he dicho que no tengo mascota alguna.

-Tenemos tres denuncias contra usted por tenencia de mascotas -me dijo, mostrándome unas firmas y unos nombres-, son de tres propietarios distintos que han visto a su mascota asomada a la ventana.

Tomé el papel. Lo leí. Era cierto, aparecía el nombre de los vecinos y el número de sus departamentos.

-Si no firma se cursará una multa especial -señaló.

Yo firmé.


II.

Esa misma tarde comencé a visitar a los vecinos que habían declarado en mi contra.

No conocía a ninguno, aunque recordaba habérmelos cruzado de vez en cuando, en el ascensor.

-Vi claramente por la ventana a su gato -dijo uno.

-Incluso cuando lo miré su perro me ladró -acusó otro.

-Vi claramente a su iguana que se había asomado a tomar el sol -señaló el último.

Fui donde el conserje a informar sobre mis averiguaciones.

-Entonces son tres mascotas -señaló el conserje, profundamente matemático.

-¿Y eso no sirve para desestimar la acusación -pregunté.

-No -dijo el conserje-. Lo importante aquí es que todas coinciden en haber visto la mascota asomada a la misma ventana. Y esa ventana pertenece al departamento que usted ocupa. Es la pequeña, que da al estacionamiento.

-Yo no tengo una ventana que dé haca el estacionamiento -alegué.

-Claro que sí, es la del cuarto-bodega pequeño, a un costado del baño.

Sin reclamar más, subí a comprobar.


III.

Era cierto.

Vivía ahí hacía once meses y la puerta permaneció siempre tapada por un mueble metálico, de repisas.

Tras correrlo observé la puerta, que tenía una pequeña manilla.

Entré.

Era un cuarto pequeño, relativamente oscuro, con una ventana de unos cuarenta o cincuenta centímetros, que efectivamente daba al estacionamiento.

De todas formas, comprobé que se encontraba vacío.

Apenas había en él un par de cajas con artículos viejos. Adornos de navidad y cosas desechables para cumpleaños.

Nada más.


IV.

Volví a informarle al conserje.

Él tomó nota.

Le dije que podía ir a revisar, incluso, pero él explicó que no era ese el procedimiento.

-¿Y entonces usted cree que estoy mintiendo? -reclamé.

-Todos mentimos -dijo el conserje-, pero acá el problema es otro.

Como no valía la pena seguir discutiendo, decidí marcharme.

Lo tomé como una señal para no renovar el contrato e irme al final del próximo mes, cuando cumpliese el año.

Después de todo el documento señalaba que tenía diez días hábiles y al final, en letra chica, descubrí que podía solicitar una prórroga de diez días más.

Calculé, considerando festivos, que con eso tenía de sobra.

Cuando volví a entrar al departamento fui hasta el cuarto recién descubierto y entré en él. Estaba fresco y no tenía mal olor. Concluí que era, en definitiva, un buen lugar.

Y todos, esta vez, estuvimos de acuerdo.

domingo, 13 de octubre de 2024

Tres mochilas.


I.

En mi primer año como profesor le dije a un alumno que se sacara la mochila. Se lo repetí incluso un par de veces tras ver que no se la quitaba para sentarse en su banco. Fue entonces que el estudiante levantó la vista y me miró directamente sin decir nada. No fue una mirada desafiante, en todo caso, pues yo se lo había dicho más como una recomendación que como una orden. Creo recordar que se volteó un poco, para mostrarme. Al final, resultó que era jorobado.


II.

En el colegio en que trabaja un amigo, por otro lado, él me contó que encontraron tres cabezas de gato en la mochila de un alumno. Según lo que el mismo chico confesó pretendía echárselas en la mochila a una chica que lo había engañado. Lo descubrieron porque se comportaba extraño y parecía proteger demasiado su mochila. Según entiendo llamaron a la policía para que lo revisara pues supusieron que llevaba drogas o algún tipo de arma. Tras detenerlo e interrogarlo pudieron entender toda la historia. O casi toda, en realidad, pues no supieron nada de los cuerpos de los gatos.

III.

Hace un par de semanas -a fines de septiembre para ser más exacto-, me intentó asaltar un tipo jorobado. Sacó un arma y me dijo que le entregara todo lo que llevaba. Como ni siquiera llevaba celular el tipo terminó llevándose mi mochila que no tenía prácticamente nada. Una botella con agua mineral, unas cuantas hojas impresas y un libro (no muy bueno) de Doris Lessing.

No lo miré con detenimiento, pero cuando comencé a alejarme pensé que tal vez se trataba de mi exalumno. Sé que no tenía argumento alguno -salvo la joroba-, pero con vergüenza confieso que eso fue lo que pensé.

Sobre el techo de mi casa, al llegar, poco después, me pareció ver caminar tres gatos sin cabeza.

sábado, 12 de octubre de 2024

Una máscara antigás.


En aquel entonces me compré una máscara antigás. Se la compré a un viejito que la vendía en un puesto agregado, al final de una feria, junto a una lámpara antigua, algún cenicero y un par de chaquetas viejas.

-Apenas tiene un par de usos -me dijo, cuando me vio observarla-. Está como nueva.

Entonces yo tomé la máscara y la examiné un poco. Observé sus correas, las partes metálicas u hasta la moví un poco para sentir su peso.

De todas formas, como nunca había visto una de cerca no sabía muy bien qué revisar.

Entonces, el viejito que la vendía me la pidió para enseñarme cómo se utilizaba, de donde debía ajustarse y hasta dar una advertencia.

-Tiene que doler un poco cuando se la ponga -me dijo-, que se sienta la presión, de otra forma no va a servir de nada.

Luego, como me propuso un precio módico terminé comprándola, sin pensar demasiado qué haría con ella.

-Guárdela en un lugar seco -me dijo, finalmente-, en una bolsa de papel o envuelta en tela. Y téngala siempre a mano.

Yo asentí sin tomarlo mucho en cuenta.

De hecho, debo reconocer que ni siquiera caí en cuenta en lo que dijo acerca que la había usado un par de veces.

Me sentí un poco culpable, debo reconocerlo, tanto por haber obviado su historia como por haber comprado, en principio, un objeto capaz de salvar mi vida, pero no la de mis semejantes.

Igual la guardé, por si acaso, tal como me fue recomendado.

Al igual que el hombre que me la vendió, me es posible decir hoy, que apenas la he usado un par de veces.

Aunque en esta oportunidad, aclaro, no se encuentra en venta.

viernes, 11 de octubre de 2024

¿Alguien conoce un detective?


Tengo un amigo que es detective. No de esos de institución, sino un detective privado. Suena genial, probablemente, pero lo cierto es que su trabajo no tiene mucho de especial. De hecho, ni siquiera puede decirse que es realmente un trabajo, pues no le encargan ninguno hace ya varios meses.

Puedo asegurar esto porque parte de un grupo de WhatsApp y cada cierto tiempo nos pedía que lo ayudemos a buscar trabajo. Que lo recomendemos a alguien que sospeche de infidelidad o algo por el estilo. A veces hasta diseñaba publicidad y nos pedía que la difundiéramos.

También -aunque esto no lo ha dicho por el grupo sino de forma privada-, nos ha pedido ayuda económica a varios de nosotros, contándonos de algunos de sus problemas.

Nosotros, si bien lo hemos apoyado, terminamos siempre por recomendarle que se consiga otro trabajo.

-Si un detective busca trabajo y no lo encuentra -le decimos bromeando-, ósea, si no es capaz siquiera de rastrear hasta dar con un empleo, quiere decir que es un mal detective.

Al principio reía cuando lo molestábamos, pero hemos notado que en el último tiempo ya ni siquiera contesta.

Interviene muy de vez en cuando y hasta dejó de pedirnos que lo recomendáramos o le consiguiésemos algún caso.

-¿Acaso conseguiste otro trabajo? -le preguntamos hace un par de días.

Pero él no nos contestó.

Tampoco de forma individual, por cierto.

Esta mañana, de hecho, se salió del grupo y nos bloqueó a todos.

Un amigo en común que vivía cerca suyo nos contó que hace ya una semana había dejado su departamento.

Y nadie, en definitiva, sabe nada de él.

-Tal vez debamos buscarlo -propuso uno de nosotros.

-¿Alguien conoce un detective? -pregunté.

jueves, 10 de octubre de 2024

Preguntar por el camino de vuelta.


Antes de ir pregunto por el camino de vuelta. No lo hago de gusto ni como parte esencial de un cálculo, pero debo reconocer que averiguo sobre ello, antes de ir. No es que me asegure que el camino de regreso sea cómo o expedito, sino simplemente busco saber dónde está, saber cuál es. Como si preguntase más bien por una salida de emergencias.

Por supuesto, nunca hay emergencias. No hasta el momento, al menos. O no verdaderas emergencias, al menos, como para hablar detenidamente sobre ellas. Tampoco es que las espere y sea como esas personas que piensan en una eventual desgracia y quieren asegurare de estar cerca de una vía de escape. A mí me basta con saber dónde, digamos, y luego ya no hay más. No insisto con detalles ni mapas ni consejos ni nada en ese ámbito. No espero ni busco la emergencia.

Quería saber por dónde se regresa simplemente, les digo. No escondo nada más.

Así y todo, esto parece molestar a los otros. Apenas preguntas te miran con desconfianza y creen que hay dobles intenciones. Todo un plan tras una simple pregunta que luego buscan conocer y descubrir hasta que terminan por cansarme con todo eso.

Y claro, entonces sí me resulta útil la información solicitada y todo parece volver a quedar en orden. Ellos creyendo que confirman sus sospechas y yo creyendo que regreso al lugar de origen.

Todos erramos, por supuesto.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Miento.


Miento.

Siempre miento.

Miento incluso cuando digo que miento.

Sobre todo,
cuando digo que miento.

Se acabará el mundo, de esta forma,
sin escuchar de mí,
una sola verdad.

Entre tanto, sin embargo,
poco pasa.

O más bien, envejezco.

A veces no lo noto, pero envejezco.

Eso es lo que pasa.

Antes, por ejemplo, no hubiese dicho que mentía.

No abiertamente, al menos.

Ni mucho menos
al comenzar.

Puede que incluso, en algún tiempo,
ni yo mismo supiese
(verdaderamente)
que mentía.

Así es como ocurre, después de todo.

Te lo advierten, pero no lo sabes
hasta que ocurre.

Es decir,
hasta que lo sabes
no lo sabes.

Suena estúpido, es cierto,
pero así sonamos los sabios.

Como una campanada a deshoras
sonamos los sabios.

Y no importa para quién,
pero sonamos.

Y en medio del sonido, por cierto,
la mentira.

Ya ves como todo se encuentra.

Los que parecen extremos, digamos,
se encuentran.

Yo una vez, por ejemplo,
fuera del agua
encontré una medusa.

En uno de mis bolsillos, de hecho,
fue donde la encontré.

Buscaba llaves y encontré una medusa.

¡¿Saben cuánto cuesta abrir un cerrojo con una medusa?!

Pues ella y yo lo sabemos, pero no lo vamos a decir.

Ni el cuánto ni el cómo vamos a decirlo.

O tal vez ya lo dije, porque recuerden que miento.

Siempre miento.

No se sientan mal si lo olvidaron.

¡Si hasta a mí se me olvida...!

Sonidos de los sabios, cómo envejecer, una medusa…

Ya ven que mentir no es tan fácil.

No es tan fácil, decía, mentir.

martes, 8 de octubre de 2024

Un sistema solar.


F. cuenta que tres veces, durante su vida escolar, le pidieron hacer una maqueta del sistema solar. Si bien en principio le fue muy difícil, para la última ocasión descubrió que vendían un set que incluía todos los materiales (sol, planetas, base, orbitas), e incluso traía las instrucciones para armarla rápidamente, sin ofrecer mayores dificultades.

Solo debía pintar los planetas y el sol según los colores que en el mismo set se sugerían.

Pidió a su padre que se la comprase y este no tuvo mayores inconvenientes.

Luego, siguiendo las indicaciones, pintó cada uno de los planetas y el sol con un conjunto de témperas que tenía en su casa.

Según recuerda, obtuvo la calificación más alta en ese trabajo.

Así y todo, ya de regreso a casa, descubrió que había intercambiado los planetas de Venus y Marte.

Lo supo pues las esferas tenían un número que indicaba su posición y que, al parecer, su profesor pasó por alto.

No se dio cuenta, se dijo en un principio, pero luego F. comenzó a pensar que su profesor en realidad no sabía lo que enseñaba.

Fue una conclusión tajante, pero llegó a ella tras largos razonamientos en los que incluyó una serie de otros momentos, en que había sospechado algo similar.

Horas después, antes de irse a dormir, llamó a su padre y le mostró el sistema solar que había hecho y le preguntó si veía todo en orden.

Su padre dudó por la pregunta, pero luego le dijo que sí, que todo estaba bien, que era un trabajo muy bien realizado.

Le dio un beso de buenas noches y le dijo que durmiera tranquila, que mañana sería un buen día.

Papá tampoco sabe, se dijo entonces F., antes de dormir.

Nadie sabe, realmente.

lunes, 7 de octubre de 2024

Cuentas.


M. dice que le gustaría trabajar contando cosas. Según él, es bueno para eso. Para concentrarse y no pensar nada más, me explica. Que le digan simplemente qué contar y luego no requeriría indicación alguna. Ni siquiera me interesa ascender, me dice. Y además, me conformo con un sueldo bajo, agrega. Según relata, ha practicado desde pequeño contando cosas de distinto tipo. Tangibles y no tangibles, me dice, para que lo agregue en su currículum. Autos, flores, piedras… da lo mismo si son cosas quietas o en movimiento. Siempre que vayan a una velocidad razonable puede hacerlo sin problemas, indica. Por otro lado, dice que le es fácil clasificar. Que determina rápido cuando de tipificar se trata. Por ejemplo, puede contar niños tristes y niños felices. No se hace problema con eso. Tal vez podría sugerir una observación general para determinar el borde entre una cosa y otra, pero luego no titubearía en lo más mínimo. Eso es lo que asegura, al menos. Asimismo, para respaldar esta apreciación, cuenta con un par de recomendaciones de empresas serias. Una tienda de vestuario para la que contó y clasificó tipos de personas y sus vestimentas, mayormente. También trabajó para una iglesia, aunque me pidió no comentar abiertamente sobre esto. Cómo sea, lo cierto es que ahora me pide ayuda para redactar un currículum. Y yo, como le debo un par de favores, lo hago. Cuando termino imprimimos de inmediato cuatro copias físicas. Otras las enviará en formato digital. En lo personal no espero que funcione, pero él se muestra esperanzado. Eso es lo importante, a fin de cuentas.

domingo, 6 de octubre de 2024

Nos buscamos donde no estamos.


El asunto es simple: nos buscamos donde no estamos.

Por eso no nos encontramos.

Esto si nos buscamos, por supuesto.

No digo con esto que no lo hagamos, aclaro.

No soy tan tajante.

Pero hay que reconocer que no se trata, al menos, de un proceso permanente.

Me refiero a que de vez en cuando, simplemente, nos acordamos de aquello.

De la importancia de aquello, me refiero.

Y es solo entonces cuando buscamos (o cuando pensamos en buscar al menos), como si fuese algo importante.

Nerviosos, inquietos y hasta a veces con algo de angustia.

Como si de alguna extraña forma ya supiésemos que es tarde.

Además., buscamos sin saber muy bien dónde.

Sin saber dónde y cayendo siempre, por si fuese poco, en el mismo error:

Buscarnos lejos de nosotros mismos.

Es extraño, si lo piensas, pero eso es lo que hacemos.

Buscarnos lejos.

Como si nos hubiésemos dejado olvidados en otro sitio.

O estuviésemos varados en uno al que todavía no hemos llegado.

De cualquier manera, el resultado de todo aquello no varía en lo absoluto.

No nos encontramos.

Y es entonces cuando otros quehaceres nos ayudan a olvidar aquel fracaso.

Y hasta nos convencen de que no se trata en lo absoluto, de una necesidad.

Y pensamos que es complejo, pero en el fondo no es complejo.

Ni en el fondo ni en la superficie resulta complejo.

Y es que el asunto es simple, como les decía en un inicio.

Pueden buscarlo, de hecho, si quieren saber a qué me refiero.

Yo, al menos, no me pienso repetir.

sábado, 5 de octubre de 2024

Ella veía un niño.


De vez en cuando ella acostumbraba decir que veía un niño.

Un bebé, al parecer, que podía estar durmiendo, despierto o haciendo alguna cosa sin importancia.

Lo comentaba así, de improviso, sin que viniera a cuento y sin darle mayor importancia.

“Parece que se durmió”, decía de pronto, mirando hacia un costado.

O: “ahora está concentrado mirándose una mano”.

Cosas así nos decía, sin profundizar, como una observación rápida, antes de volver a estar plenamente con nosotros.

Completamente en el mundo real, decíamos, cuando hablábamos del asunto.

No lo hablábamos con ella, por cierto.

O al menos dejamos de hacerlo cuando comprendimos que lo decía en serio.

Y es que, al menos en un principio, elegimos pensar que bromeaba.

No se reía, no nos producía gracia, pero igualmente era más fácil clasificarlo como una broma.

Poco a poco, sin embargo, comenzamos a preocuparnos.

“Está fingiendo que duerme”, comentó una vez.

“Intenta no crecer, pero ya no puede evitarlo”, señaló en otra.

En este sentido, las acciones que describía comenzaron a parecernos más extrañas.

Y el tono con que las decía dejaba traslucir cierta preocupación, o temor incluso.

Por esto, decidimos que era mejor hablarlo con ella directamente y me tocó hacerlo a mí.

Y es que decían que yo, supuestamente, era el más cercano con ella.

Fue entonces que un día nos juntamos a solas y luego de un largo preámbulo le dije que quería hablar con ella seriamente.

“Dice que se va a ir contigo”, me dijo antes de comenzar a hablar.

“Ya ha aprendido a hacer daño”.

La observé mientras ella hablaba.

Nos miramos fijamente y noté que le brillaban los ojos.

Estaba tensa, y era como si me rogase no hablar sobre aquello.

Decidí, por lo mismo, evitar el tema.

Cuando nos separamos ella se acercó y me dijo al oído:

“Disculpa”.

Luego, lentamente, me fui del lugar.

Me pareció que no iba solo.

viernes, 4 de octubre de 2024

Cuatro de Octubre.


Era un tocadiscos viejo. De esos para discos de vinilo. Se quedaba largo rato observándolos, mientras giraban. No sé bien por qué razón, pero lo cierto es que podía anticipar el tipo de sonido que vendría. No por conocer la música desde antes, sino por la observación de los surcos. Yo no le creí en principio, pero luego me hizo observar y algo -un poco al menos-, comprendí.

Por entonces debe haber tenido apenas cinco años. Resultaba extraño, pero mientras yo lo observaba ver girar el disco, no parecía que estuviese además escuchando algo. O no disfrutándolo, al menos. No compenetrándose con la música, me refiero. Pero claro, esa era la impresión que me hacía por entonces. Como si estuviese descomponiendo al momento de escuchar, y su forma de entender fuese justamente a partir de esta segmentación, y no de una comprensión que podría llamar global, o más abarcadora.

Tiempo me tomó, por cierto, confiar en su forma de comprender. Tal vez por miedo, supongo, a que me dividiese a mí también en un montón de pequeños actos, y no resultase, de esa forma, “bien comprendido”.

-Acá la aguja va a saltar, papá -me dijo una vez, mientras observaba un disco.

Me pareció emocionado de ver saltar el disco, aunque la música se cortase o se repitiese de esa forma.

-¿Cambiamos el disco? -le pregunté, luego de un rato.

Él con un gesto me hizo entender que no, que estaba bien así.

-Además nunca es igual el salto -me explicó-, puede que retroceda, pero también puede que avance y todo termine bien de igual forma…

Yo seguí entonces observándolo y él también observando el disco.

Su voz, sin embargo, es la única música que recuerdo.

jueves, 3 de octubre de 2024

Una extraña atracción.


La atracción era, en resumen, una casa normal, solo que según lo que quisieras hacer en ella te cobraban una cifra distinta. De todas formas, como no existía un listado de precios, le pregunté al encargado que era lo más solicitado.

-No manejamos ese tipo de estadísticas -me dijo-, y aunque lo hiciéramos tampoco podría contarle, pero para que se haga una idea le diré que ese camión que ve ahí fuera acaba de dejarnos seis cajas repletas de platos.

-¿Platos? -pregunté- ¿platos para qué?

-Pues le diré a modo de confidencia -dijo ahora bajando la voz-, que hay muchas personas que pagan por romper platos dentro de la casa…

Lo miré extrañado.

-Ya sabe… -continuó-. Arrojarlos, estrellarlos contra el piso, o las paredes… Arrojar platos, como en las discusiones de antaño, en las películas.

-¿Pero los arrojan a alguien…? ¿O entran varios y se los arrojan entre ellos?

-Nada de eso -continuó, sonriendo-. Recuerde que solo se puede ingresar individualmente, luego de haber firmado una serie de permisos, seguros y contratos como los que tiene frente a usted.

Miré uno de ellos.

Mientras lo hacía él siguió explicando.

-Todo puede resumirse en la prohibición de autolesiones y de grabar nada en el interior -dijo-. El compromiso es que ni los que entran pueden grabar nada ni nosotros tampoco. Todo lo que ocurre al interior de la casa queda resguardado al interior de ella.

-Pero entonces -lo interrumpí-. Yo podría decir que quiero hacer algo en la casa… algo económico, por ejemplo, y luego hacer otra cosa que supondría un gasto mucho mayor…

-Hmm… puede ser -aceptó-, pero digamos que esto, como la mayoría de las cosas en la vida, se basan simplemente en la confianza.

Yo asentí, mientras volvía a mirar los papeles frente a mí.

Poco después llené mi solicitud y se la extendí.

Él la revisó.

-Debe firmar aquí si está de acuerdo -me indicó luego de escribir una cifra.

Yo hice unas cuentas, luego de observarla, y firmé.

Justo donde el hombre había dicho.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Nombra.


Nombra a tres personas vivas que te recuerden de niño. Que te recuerden y hayan comprendido, más o menos, como eras en esa época. Tres personas que recuerden aquello con afecto, además, y que de cierta forma sigan viendo a ese niño cuando te observan ahora, con tantos años de distancia.

¿No hay tres? Pues entonces que sean dos. Dos al menos, que tengan acceso a esos recuerdos. Incluso con algo de ayuda, si quieres, tras ver alguna foto vieja o conversar con otros sobre alguna anécdota de antaño…

¿Tampoco hay dos? Pues entonces uno, digamos. Uno al menos, para que aquello no se pierda. Para que no seas solo lo que eres ahora y nada más.

Por supuesto, no se trata de decir que hay algo malo en lo que eres ahora. Pero si piensas que eres lo que eres ahora estarás pensando en ti como algo incompleto, al menos. Dejando de lado una parte importante que, de una forma u otra, llevas todavía encima. O dentro.

¿Y si no hay una, me preguntas? ¿Qué pasa si ya no hay nadie que recuerde aquello? Pues, si no hay siquiera una, la tarea es ciertamente más difícil. Más compleja, digamos, pero por sobre todo tuya. Necesariamente tuya. Mirarte a ti mismo por esos otros ojos y descubrir con ello no solo tu imagen, sino algo más. Algo distinto. Algo que tal vez no viste antes y que nunca agradeciste. Dale nombre a eso, al menos.

Dale nombre.

martes, 1 de octubre de 2024

Salir de esta ciudad en bote.


Salir de esta ciudad en bote.

No pregunten por qué, pero eso es lo que ansiaba.

Resulta extraño, pero me parecía en ese entonces la única forma en que podía, verdaderamente, salir de acá.

Sí, tenía que abandonarla en bote, me decía, una y otra vez.

Y claro, llegaban entonces las otras voces más sensatas, diciéndome que no se podía hacer eso que yo ansiaba.

Que no hay agua delimitando en parte alguna, los bordes de esta ciudad.

Apenas un riachuelo menor, pero que da vueltas dentro suyo.

Dentro de la ciudad, me refiero.

Un riachuelo tan escaso que era imposible navegarlo, incluso en un bote menor.

Así y todo, yo seguía con mi idea.

Y discutía con otros, sobre ella, acaloradamente.

Sin razones claras, es cierto, pero discutía.

Si quieres irte hay aviones, me decían.

Vehículos particulares, buses, trenes… y hasta me dieron un dato de globos aerostáticos.

Pero eso, pensaba yo, no implicaba necesariamente abandonar la ciudad.

No era una forma de salir definitivamente de ella.

Después de todo, pensaba, ya he intentado salir de esa forma otra vez y ya ven dónde estoy.

Y en qué estado.

Así que no… esta vez debía ser en bote.

O en una embarcación pequeña, al menos.

Sí… salir de esta ciudad en bote, repetía hasta el cansancio.

Y claro: entonces comprendí.

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