Su Dios era un Dios frugal.
No entregaba ni pedía mucho.
Ni el diezmo del diezmo, les pedía.
Ni culto ni adoración.
Ni siquiera saber su nombre era una exigencia.
Si le ofendían, jamás entraba en cólera.
No lanzaba grandez diluvios ni sequías.
Si mataban a su hijo decía que así debía ser.
Tampoco se molestaba si jurabas por él, en vano.
No daba consejos, es cierto, pero su indiferencia era casi un bálsamo.
Sí… su Dios era un Dios frugal.
Pero dudaron de él por esa única característica.
Se indignaron incluso diciendo que un Dios debía de ser otra cosa.
Y el bálsamo que era la indiferencia de Dios fue absolutamente rechazado.
Olvidaron, en resumen, lo que ese Dios era y para qué.
Y confundieron su rostro, con otros rostros ya olvidados.
Es cierto.
Pueden indignarse, pero es cierto.
Era sencillo ser un Dios y ellos lo complicaron.
Hicieron cálculos.
Llenaron de nombres y números lo que debía ser sencillo
Prefirieron los signos al contacto.
La explicación a la sabiduría.
Es cierto:
Una montaña y mil espejos, bastan para hacer una cordillera.
Y poco más se necesita para aquello que llamamos mundo.
Dios era un dios frugal y esa debió ser la única enseñanza.
El eco en el corazón.
La vida.
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