I.
Ella pensaba que llorar estaba bien.
No le importaba si era en público o en privado, pues lo tomaba simplemente como algo natural.
No sabía de los reparos a esta acción ni había oído nunca hablar mal de aquello.
Desconocía, por ejemplo, que era cursi.
Y por lo mismo, no se hacía cuestionamiento alguno.
De haberlo sabido -pienso yo-, probablemente lo habría evitado.
O habría intentado hacerlo, por lo menos.
II.
De todas formas, no es que ella pasara el día llorando.
Para ser justos, bastaría decir que no evitaba comenzar a hacerlo.
Un día, para que se hagan una idea, mientras los demás reíamos ella comenzó a llorar.
Luego, como dejamos de reírnos y nos preocupamos, ella pareció sorprenderse y comenzó a reír, un tanto confundida.
No lo hablamos esa vez, ni profundizamos sobre aquello.
No sé si fue un error, pero eso fue lo que hicimos.
Años más tarde, recién, ella nos reconvendría.
III.
Y es que cuando volvimos a verla ella parecía ser otra.
Se veía más seria, en principio, y todo cuanto decía parecía dictado por otra.
Fue entonces que se quejó de que la dejáramos llorar sin nunca decirle nada.
Debieron advertirme…, nos reclamó.
Tanto fue su enojo que comenzó a llorar mientras nos criticaba.
Horas después, todavía angustiada, la observé dormirse tendida en un sillón.
Las lágrimas secas, en su rostro, tenían olor a jengibre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario