I.
Sé que una de estas hierbas era para el olvido.
Lo malo es que ya se me olvidó cuál.
Tengo la impresión que es la del frasco de la izquierda, en todo caso.
Una impresión sin argumentos, por cierto.
De todas formas, como no tengo más que esa impresión, decido creer en ella y abro el frasco.
El aroma de las hierbas no me trae recuerdo alguno.
Entonces debe ser este, me digo.
Luego me preparo una infusión y la bebo lentamente mientras leo un libro de Mo Yan.
Es un poco amarga, pero está bien.
No recuerdo qué libro.
II.
Las hierbas que busco, aclaro, no son para recordar.
Son para el olvido, como probablemente ya he dicho, y no para la memoria.
Después de todo, la memoria está sobrevalorada, y no tiene ya utilidad alguna.
Bueno, salvo la de recordar cuál era el frasco de las hierbas para el olvido.
Eso, sin duda, aunque podría aceptar un par de nombres más.
O hasta un solo nombre repetido un par de veces.
Si reencarno, pienso ahora, me gustaría hacerlo en algo que ya he sido, pero olvidarlo por completo.
Me da lo mismo si es un ciempiés, una marmota o hasta un clavo.
La amargura de las hierbas tiene sabor a óxido, por cierto.
Duelen los ojos, a veces, cuando miras esos frascos.
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