Nacen de la niebla esos colores.
Ya ves, cuando te acercas.
Como si la tierra abriese la boca y de ella emanase vapor.
Y del vapor, más tarde, la niebla.
Nos acercamos a ella entonces mientras amanece, al parecer.
Y puede ser que lo que oímos sea agua, que fluye en algún lado.
Y es que no sabemos bien, pero intuimos.
Y el agua que se intuye, extrañamente, igual refresca.
Así, resulta que avanzamos con cuidado.
Poco a poco por el borde de un sendero.
La tierra es blanda, y también resulta húmeda.
Y nosotros, apoyamos los pies uno a uno, evitando el daño.
¿Qué flor será?, nos decimos, cuando la vemos.
Es decir, cuando notamos que el color a tomado forma y no es un pájaro.
La tratamos bien entonces, no nos juzguen.
La miramos sin prejuicios, antes de acercarnos.
Y sí, es cierto… no buscamos nombres a pesar de todo.
De hecho, hasta de cierta forma los borramos.
Habrá quien nos critique, pero no saben lo que hacemos.
Somos lámparas pequeñas simplemente, caminando entre la niebla.
A veces es triste, no lo niego.
Y es que se gasta la luz como un jabón entre las manos.
De todas formas, me digo, al menos las manos quedan limpias.
Y solo entonces te deshojas
(si hay suerte te despides)
y te apagas.
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