sábado, 23 de noviembre de 2024

Tan ingenuo.


I.

-Y a veces uno es tan ingenuo -me dijo-, que piensas que puedes coser una vida puntada a puntada, centavo a centavo, con los pequeños músculos de los dedos empujando diestramente la aguja de metal…

-¿Y no es así? -pregunté.

-Por supuesto que no -me contestó, tajante-. No existe opción alguna de hacerlo de esa forma.


II.

Probablemente fue a raíz de esa conversación que, horas después, me acordé de algo.

De lo que me acordé fue que, de pequeño, yo pensaba que teníamos costuras.

Puede parecer mentira, pero es cierto. Pensé que todos teníamos costuras. E incluso me las busqué.

Primero me las busqué por fuera, pero no las encontraba en ningún sitio.

Luego, pensé que las costuras estaban dentro.

Resultaba más lógico de esa forma, pues ahí estaba lo más difícil de unir.

El corazón, el hígado, los pulmones… todo eso debía de tener costuras, pensé entonces.

Cuando intenté explicarlo a los demás, sin embargo, se rieron de mí.

Y yo, por supuesto, me avergoncé de haber pensado aquello.


III.

Horas después, esa misma noche, soñé que alguien me retaba por haber firmado un documento, que no alcanzaba a leer.

Yo, en tanto, me defendía diciendo que todo el documento estaba en letra chica y que era imposible leer lo que decía.

Era una situación absurda, por cierto, pero me limito a señalar lo que soñé.

Entonces, poco antes de finalizar el sueño, descubrí que tenía el extremo de un hilo sujeto en una mano.

Y simplemente yo lo tiré.

-Destejer no es desdecirse -dijo entonces una voz, como increpándome.

Y yo, tan ingenuo, desperté.

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