I.
Pude haberlo leído en una novela de Chandler.
De todas formas, no lo recuerdo bien.
Lo que pude haber leído era una frase sencilla, pero que se me quedó en la memoria:
“Olía a viejo, como a tres viudas tomando el té”.
De cualquier forma, sé que la frase no tenía relación alguna con la historia leída.
Nada que tratase de viudas, me refiero, y tampoco de té.
Solo el olor a viejo en alguna situación probablemente intrascendente.
No elegí, por supuesto, que se quedase en mi memoria.
Ya saben, supongo, cómo funciona todo eso.
Casi siempre ocurre así.
II.
No llegué a soñar con aquella imagen, pero sí a pensarla.
A descubrirme pensándola, me refiero, mientras estaba despierto.
Una imagen sin un olor particular, por cierto.
Ni siquiera el aroma del té.
Solo tres viudas sentadas en un espacio común.
Sin historia alguna detrás, digamos.
Y sin nada qué contarse, entre ellas, pues la muerte es siempre común.
Y el amor previo a la muerte… bueno, ¿quién sabe?
III.
Lo más viejo que conozco, si lo pienso, es el mundo.
Por lo tanto, podría decirse que el verdadero olor a viejo, es el olor de él.
Así y todo, elegimos imágenes erróneas para hablar de lo que se nos escapa.
El tiempo, la muerte, el amor… y otras cosas de ese estilo.
Es como intentar colgar a alguien usando perritos de ropa.
Y dejar entonces que estile, al sol.
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