I.
Una vez, hace años, me pareció ver una persona interesante.
Ya ni recuerdo muy bien dónde, pero la impresión permanece en mi memoria.
Sin que hablase, incluso, me pareció interesante.
Y es que parecía saber algo, pensé entonces.
Y parecía también no creer en los demás.
E incluso parecía ir avanzando, paso a paso, en una fiesta de disfraces.
II.
No recuerdo el rostro de la persona interesante.
Ni borroso ni en fragmentos: no tengo de aquel rostro recuerdo alguno.
Recuerdo simplemente que su rostro portaba un cuerpo, como tal vez le ocurra a todos.
¡No crean que exagero ni que me tomo aquí, licencias poéticas…!
Descarto, por cierto, antes de seguir, que el rostro aquel haya sido el mío.
III.
A diferencia de lo que se cree, pocas cosas hay en el mundo.
Y ninguna cosa es suficientemente opaca, como para ocultar a la persona interesante.
No es que brille ni que destaque sobre el resto, ocurre simplemente que es, lo que los otros no son.
Y aunque no lo demuestra, es algo que ella sabe.
IV.
Lo cierto es que han pasado años desde entonces.
Y respecto a personas interesantes… pues bueno… desde entonces nada.
No lo digo como queja, simplemente lo constato.
Hago el inventario, digamos.
Y tal vez -solo tal vez-, doy fe de una extinción.
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