domingo, 8 de junio de 2025

Tranquila.


I.

Quédate tranquila.

Si caen las estrellas no lo harán en esta dirección.

Nada cae, de hecho, en esta dirección.

Puedes comprobarlo tú misma.

Mira los registros.

Pregúntale a cualquiera que consideres experto en estos temas.

Te aseguro que estarán de acuerdo.

Revisa los informes.

Comprueba los cálculos.

Las probabilidades de que ocurra son cercanas a cero.

No caerán, las estrellas.

O no caerán, al menos, sobre nosotros.

Todo está lejos de nosotros.

Y además, somos tan pequeños…


II.

A veces no se intuye, pero es así.

Lo digo pensando tanto en las estrellas,
como en aquello de ser pequeños.

Lo intuimos mal.

Pensamos todo con las dimensiones equivocadas.

Y claro, tal vez por eso tenemos miedo.

O lo teníamos, antaño.

Hoy ya olvidé lo que perdí.


III.

Quédate tranquila.

No sirve de nada otra reacción.

Y es que esas estrellas, probablemente ni siquiera existen.

No ahora, al menos.

No hoy.

Dejaron de ser, hace bastante tiempo.

Y no pueden caer, por supuesto, desde entonces.

Menos aún sobre nosotros.

Piénsalo así.

Tranquilízate.

Si algo caerá seremos nosotros y no nos daremos cuenta.

No nos dolerá, probablemente.

De hecho, ni siquiera sabremos que caímos.

Será como dormir, un poco.

Olvidaremos nombres y momentos.

Y su duele –un poquito-, olvidaremos qué dolió.

sábado, 7 de junio de 2025

Todos ladran.


I.

Ladran.

Todos ladran.

Todos ladran, menos los perros.

No se sorprendan.

Conténganse.

No aúllen por la sorpresa.

Ocurre simplemente que las cosas han cambiado.

Tenía que ocurrir y ocurrió.

La ciudad es más oscura, pero al menos es nuestra.

Sigue siendo nuestra.

Eso es lo que ocurre.


II.

No avanzamos en la ciudad oscura.

Parece grave, pero en realidad tampoco avanzábamos cuando hubo luz.

No es un cambio, entonces.

Lo que ocurre simplemente es que no se avanza en una ciudad.

Cambias de sitio, tal vez, pero eso es todo.

Duermes en un sitio o en otro, pero despiertas siempre de la misma forma.

Despiertas en la ciudad, digamos.

Siempre en ella.

Lo aceptas.

Tienes que aceptarlo.

No logras salir, además, aunque lo intentes.


III.

Huesos.

Demasiados huesos.

Casi todos los que ves van por la calle cargando huesos.

Probablemente los quieran enterrar.

No es tan fácil, en la ciudad.

Menos aún si está a oscuras.

Por eso, tal vez, todos cargan con los huesos.

De un lado a otro, como si no pudiesen dejarlos.

Como si los tuviese a cargo, quiero decir.

O como si fuesen suyos.


IV.

Ladran.

En medio de la oscuridad, ladran.

No aúllan.

Parecen molestos.

No entre ellos, pero igualmente están molestos.

Todos ellos, percibo, están molestos.

Probablemente sientan que fueron engañados, me digo.

Y probablemente –concluyo-, tengan razón.

viernes, 6 de junio de 2025

Los platos rotos.


I.
Su bisabuela, según contó, había asistido a esta atracción cuando era joven, en Tivoli. Creo que se llamaba “La cocina de la risa” o algo así. El lugar -que formaba parta de una feria de entretenimientos relativamente tradicional-, simulaba ser una cocina tradicional, aunque de dimensiones mayores, y cada persona podía pagar por entrar ahí y romper algunos platos. Arrojarlos contra el suelo, quiero decir, o contra las paredes. El dinero que pagaban, en definitiva, les permitía hacerlo. Sin máximos, según entiendo. Aunque supongo que existía un número limitado de platos que dejaban al alcance y que renovaban cada vez.


II.
Tras escuchar la historia, busqué en internet sobre aquella atracción. No encontré nada, en realidad, aunque eso no impide que haya sido cierto. Después de todo, pienso, hasta el día de hoy resultaría ser una atracción interesante. De hecho, si invierto y hago el negocio alguna vez, estoy seguro que me iría tan bien que podría incluso abrir una segunda cocina. Una en la que dejaría los platos rotos de la otra y cobraría a aquellos que quisieran intentar recomponerlos. Probablemente serían menos, es cierto, pero estoy seguro que contaría con algunos clientes. Y uno, como potencial administrador de atracciones y entretenimientos, debe pensar en todos.

jueves, 5 de junio de 2025

Costumbres extrañas (IV)


No sé qué podría decirles, pero lo cierto es que ella les hablaba a los pasteles antes de comerlos.

O les hablaba mientras los comía, más bien.

Lo hacía con un tono amistoso, aunque sus palabras no siempre iban a la par.

Digo esto porque la escuché, por cierto, aunque sobre aquello que oí hablaré más tarde.

Antes, aclararé que ella les hablaba exclusivamente a los pasteles.

Y era estricta.

En este sentido, no les dirigía la palabra a los queques ni bizcochos, por ejemplo.

Solo a pasteles que cumplieran con los requisitos básicos:

Tener crema y/o relleno.

Trozos de torta de cumpleaños, por ejemplo.

Pasteles para bautizos o grandes tortas de bodas.

O eso fue al menos lo que pude observar.

Nunca lo comenté con nadie, pero siempre la observaba.

De hecho, para saber lo que les decía, dejé varias veces mi celular grabando junto a ella, y luego me alejaba para no incomodar.

Fue así que descubrí, por cierto, aquello que les decía.

Frases cortas, secas, algo violentas incluso.

No amenazas, sino factos.

Esto les sucede por no morirse, la escuché decir una vez.

No eres tú si estás relleno de una cosa ajena, la oí decir en otra.

Luego (o mientras tanto), simplemente los comía.

Sin expresióin alguna.

Una costumbre extraña, como pueden ver.

Así era.

miércoles, 4 de junio de 2025

De vez en cuando.


No soy el mensaje.

Tampoco el mensajero.

Solo digo cosas, de vez en cuando.

Observo.

Mientras estoy de paso, observo.

Un tipo, por ejemplo, en una estación de tren.

Él tampoco es un mensaje, por cierto.

Por lo mismo, no lo descifro.

No lo traduzco ni menos lo comparto.

Es un tipo, simplemente.

Me limito a observarlo y ver que tiene una maleta sus pies.

Una maleta triste, diría alguien, pero yo no.

No me gusta avanzar con adjetivos.

Yo diría que tiene una maleta a sus pies, como si fuese un perro.

Luego, claro está, recordaría que no soy el mensaje.

Así, mientras dejo al tipo esperando el tren, yo subiría a otro que suele dejarme en cualquier sitio.

Esto parece terrible, a veces, pero en el fondo no es grave.

Casi nada es grave, en el fondo.

Tal vez lo sería si fuese un mensajero, pero no lo soy.

No debo llegar a un sitio en particular, quiero decir.

Yo solo estoy de paso.

Ni mensaje ni mensajero, es lo que soy.

Ni adjetivos ni trenes, es lo que necesito.

Apenas algo en el paisaje.

Cosas que nombrar y agrupar en algún sitio.

Pocas cosas, me bastan.

Les recuerdo que estoy de paso.

Es cierto.

Solo digo cosas, de vez en cuando.

martes, 3 de junio de 2025

Un coleccionista de puertas.


Leo un artículo sobre coleccionistas extraños.

Un artículo breve, no muy detallado, en el que se menciona, entre otros, a un coleccionista de puertas.

Luego, como me queda dando vueltas todo aquello, me pongo a investigar.

No encuentro mucho.

Hay un húngaro que al parecer tenía una pequeña colección y también una bodega gigante, repleta de puertas distintas, en una ciudad checa que no es Praga.

No sé a cuál coleccionista, sin embargo, hace referencia el artículo.

Por lo mismo, me quedo simplemente pensando en puertas y en la forma en que se podrían coleccionar.

Imagino pasillos, por ejemplo, llenos de puertas que se abren y se cierran.

Y a alguien que camina entre ellas, por supuesto, atravesándolas continuamente, y regresando al mismo lugar.

Así, observo en mi imaginación, al coleccionista.

Pienso si tienen llaves, aquellas puertas.

Si fueron instaladas o no, con cerrojo.

A eso me refiero.

Y hasta converso un poco con él, mientras pienso que podría componerse una sinfonía, golpeando en varias puertas, tras descubrir la nota que en ellas se reproduce.

Puertas, me digo.

Puertas concretas, no puertas como símbolos ni símbolos que sean puertas.

¿Será posible que exista esa colección?

Vuelvo entonces sobre el artículo y pensó que sí, que existe.

Y descubro, de paso, para qué.

lunes, 2 de junio de 2025

Los verdaderos arquitectos (Roma).


I.
Los verdaderos arquitectos, como los del cuento de Bradbury, confiesan haber construido sobre grietas, suelos inestables y fallas sísmicas. Más aún, confiesan haber propiciado las grandes guerras. Todo con el fin, digamos, no solo de destruir sus propias creaciones, sino también para mantener vivos sus planes y dar a luz sus nuevos proyectos. Nuevas ciudades sobre las ruinas de antiguas ciudades, parecen decir, mientras curvan ellos mismos el bucle en que vivimos. Ese es el plan de los grandes arquitectos. Y esa es, por tanto, una premisa sobre la que se edifica el mundo.


II.
Grandes arquitectos. Grandes y verdaderos arquitectos. No dioses, precisamente, pero operarios eficaces tras la ausencia de Ellos. La vida es simple, parecen decirnos. Rocas sobre rocas, ciudades sobre ciudades y palabras sobre palabras. Ustedes nos dicen si enterramos o cremamos el cuerpo. Esa es la única elección. No es fértil, la tierra, como dicen. Es apta, simplemente, o no apta.


III.
Los verdaderos arquitectos, como los del cuento de Bradbury, se ocultan a simple vista. Nos hablan, incluso, desde los podios más altos que encuentran. Nada temen, en el fondo, porque todo ya está hecho. El recomienzo incluso está ya planificado. Construcción y destrucción, quiero decir. Todo ya está hecho y de igual forma, poco importa. Nacen y mueren las ciudades y el corazón es un músculo. Roma.

domingo, 1 de junio de 2025

El periscopio.


Estoy en mi cuarto, ordenando, cuando descubro un periscopio.

No me refiero a que encontré uno por el cuál observar, colgando desde lo alto, sino que encontré el otro extremo del periscopio.

Aquel que sobresale sobre el agua, en las películas de submarinos, para observar la superficie.

¡Qué mierda…!, me dije.

Y comprendí de inmediato que estaba siendo observado.

¡Quizá desde cuándo, estaba siendo observado…!

Descubrir esto me molestó, en principio.

Incluso me indignó.

No detallaré las razones, pero pueden ustedes imaginarlas si lo sienten necesario.

Luego, sin embargo, mientras observaba el periscopio, me invadió una tristeza profunda.

Una decepción, más bien.

Y hasta una vergüenza.

Ha pasado un tiempo desde aquello, pero aún se me hace difícil de explicar, pues lo que me entristeció no fue que me observaran, sino más bien descubrir que era yo quien estaba en la superficie.

Y es que me cuesta reconocerlo, pero hasta entonces siempre había pensado que era yo quien vivía en las profundidades.

Que era yo, digamos, quien tripulaba mi propio submarino y que desde él observaba un mundo más ligero, más frágil, que existía en la superficie…

¡Qué mierda…!, volví a decir.

Y tras escucharme decir esto –en plena superficie-, todo se volvió todavía más decepcionante y vergonzoso.

Nunca fui Nemo, pensé.

Mi historia es ligera, como todas.

Flota, simplemente, como la mierda en el agua.

Y claro, seguí así por un buen rato hasta que encontré una solución.

O creí encontrarla… no sé bien.

Lo cierto es que reuní mis cosas y antes de irme comencé a patear el periscopio.

En eso estoy, por cierto, desde hace unos cuántos días.

Apenas lo destruya me largo… directo a la profundidad.

No creo haber nacido, para esto.

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