lunes, 30 de junio de 2025

No se presentó a la boda.


No se presentó a la boda, pero le envió una nota y le transfirió una importante suma de dinero.

Se supo esto porque ella, durante la cena de celebración, leyó la nota en voz alta para que la escucharan todos los presentes.

Era una nota íntima, según me contaron, y varios de los invitados se sintieron incómodos al escucharla.

De hecho, hubo algunos que hasta se fueron del lugar.

Yo, por cierto, no estuve ahí.

Por lo mismo, no fui uno de los que se sintieron incómodos.

De todas maneras, escuché lo suficiente como para hacerme una idea de lo ocurrido.

Y eso, igualmente, me incomodó.

No es que me interesara el tema, en todo caso, pero algunas personas cercanas volvían a hablar sobre aquello y me vi obligado a escuchar.

De esta forma, sumando referencias, comprendí la situación, aunque en absoluto logré descubrir qué era lo que –de forma más o menos exacta-, decía la nota en cuestión.

Lo pregunté de hecho, varias veces, pero nadie supo decirme nada concreto.

Solo saqué en claro que la carta no contenía excusas, ni disculpas, sino más bien se relataban en ella cuestiones pasadas, que nadie pareció entender bien.

-Ni siquiera le deseaba lo mejor o se despedía con efecto –señalaron varios.

Yo asentí, fingiendo que comprendía.

-¿Y no se dijo de cuánto era el cheque? –pregunté entonces.

Los que hablaban sobre aquello me miraron molestos, como si hubiese preguntado algo prohibido, o demasiado íntimo.

-Disculpen –les dije-, era solo por crear una especie de final, ya saben…

Dejé pasar unos segundos.

Creo que ni siquiera me escucharon.

Se voltearon simplemente y me ignoraron, como si yo fuese el culpable de aquella situación.

-Al menos hubo boda –les dije-. Y el mundo no cambió…

domingo, 29 de junio de 2025

Principios de asociación.


I.

Ella: De las polillas a la luz, de la luz al sol, del sol al calor, del calor al verano… y bueno, podríamos seguir así un buen tiempo hasta que alguien nos corrija.

Él: Pues yo no seré el que corrija. Poco me importan los principios de asociación, en realidad. Una vez tuve que hacer un trabajo sobre eso y fue un suplicio. Todavía lo recuerdo. Tuvimos que leer un texto en el que un tipo dividía los tres principios básicos en doce o quince más…

Ella: ¿Y sirvió de algo aquel trabajo?

Él: Por supuesto que no. Era absurdo desde un comienzo.


II.

Ella: Supongo que de todas formas hiciste aquel trabajo.

Él: ¿Qué trabajo?

Ella: Ese sobre los principios de asociación del que me hablaste el otro día… Uno que dijiste que era absurdo y que agregaba un montón de nuevos principios a los de Aristóteles…

Él: ¡Ah…, ese!

Ella: Sí, ese.

Él: ¿Qué pasa con eso?

Ella: Nada en particular. Solo digo que supongo que igual lo hiciste.

Él: Claro. Debía hacerlo.

Ella: Eso digo: debías hacerlo y lo hiciste.

Él: Por supuesto que lo hice. Por eso te hablé de él.

Ella: No te lo reprocho… Tranquilo.


III.

Él: Era distinto en un inicio, ¿no crees?

Ella: ¿Tú?

Él: No… Me refiero a todo. A la forma en que se vinculan las cosas, o los seres… o a cómo creemos que se vinculan…

Ella: Tú también eras distinto.

Él: Claro. Y tú también. Todo, en realidad.

Ella: De las polillas a la luz…

Él: Por supuesto… ¡Todo!

sábado, 28 de junio de 2025

Una especie de doctor en una especie de consulta.


“Me pregunté cómo mejorar todo aquello,
pero parecía estar bien”.
A. G.


Una casa que es en realidad una especie de consulta.

Y en ella, una persona que es en realidad una especie de doctor.

¿Qué es lo que hace ese doctor?

Atiende pacientes, por supuesto, pero solo pacientes que están sanos.

Así es.

Aunque suene extraño -o hasta ilógico-, es cierto que así es.

Lo que pasa es que es un doctor especialista en pacientes sanos.

Exclusivo para ellos, incluso, pues su secretaria rechaza inmediatamente a los que no lo están.

Los rechaza y luego los deriva a otros doctores, por supuesto.

Doctores tradicionales, para enfermos.

De esos que abundan por el mundo.

Cuando me enteré creí que era mentira, pero indagué un poco y resultó ser cierto.

Nunca ha recetado nada, según entiendo, ni menos aún ha dado una licencia.

¡Y lleva ejerciendo casi veinte años…!

Asombrado, decidí ir a verlo, apenas estuviera en condiciones.

Digo esto pues cuando lo decidí, justamente estaba resfriado.

Dejé entonces pasar unos días y cuando me sentí mejor fui hasta la consulta.

No había mucha gente.

Me acerqué a la secretaria y le pedí una hora de atención.

Ella me miró, como dudando, y luego me dijo que era mejor que fuese a otro médico.

Pero yo estoy bien, le dije, he esperado incluso a sentirme así, para que puedan atenderme.

Volvió a mirarme, con detención.

Me sonrió como se sonríe a un niño.

Luego me entregó una hoja con un listado de consultas tradicionales.

Vaya a uno de esos y que luego lo deriven, me dijo. Lo estaremos esperando.

Me fui del lugar, decepcionado.

Igual se trataba de algo absurdo, pensé, mientras arrugaba la hoja.

Luego, la boté en un recipiente, que era en realidad una especie de basurero.

¡Cuánta estupidez…!, me dije.

Y nada más.

viernes, 27 de junio de 2025

Lo que tengo que sentir, lo siento.


Lo que tengo que sentir, lo siento.

A veces pienso que alguien lo dictó así.

Y es que no llegamos al interruptor
que nos permite dejar de hacerlo.

Por eso sentimos, me refiero,
aunque a veces no queramos.

Y sentimos –aunque intentemos cambiarlo-,
solo aquello que tenemos que sentir.


No sé, sin embargo,
si debo maldecir o agradecer
por esto que ocurre.

Y no confío en mis sensaciones, por supuesto,
para determinar (desde ellas)
algo al respecto.


Acepto esto, entonces,
como se aceptan las estaciones del año.

Como aceptamos nacer, incluso.

O como se acepta la noche, cada noche,
y luego también,
su partida.


Está bien, me digo, cuando no sé qué más decirme.

Y luego intento no decir, pues sospecho que ese es,
a fin de cuentas,
el origen del problema.

Mientras más palabras más sensaciones, me refiero.

Y tengo miedo que de tanto hablar y aprender palabras,
termine por escuchar el sonido que hace el mundo
mientras gira.


Yo, en cambio, hago cada vez menos ruido.

Y cuando digo yo, por cierto,
no hablo de mi voz,
sino de mi naturaleza.

Esa que existe ahí (allá dentro)
como una cosa distante.

Que no ha dejado, 
sin embargo,
de brillar.

jueves, 26 de junio de 2025

Cuerdas.


F. tenía una cuerda para hacer nudos.

La llevaba siempre en un bolsillo.

No eran nudos con alguna utilidad determinada, sino que los hacía y deshacía mientras estaba en otras cosas.

Sabía hacerlos.

Conocía sus nombres y tenía la técnica adecuada.

A veces le pedías que te mostrara qué estaba haciendo y F. lo sacaba del bolsillo, para enseñártelo.

Este es un nudo margarita, decía entonces, o un nudo prusik, y luego te los explicaba.

Era amable, en este sentido.

No parecía tener secretos.

Descubrimos, sin embargo, años después, que en otro bolsillo andaba con una cuerda diferente.

Una cerrada en ambas puntas.

O unida, más bien.

Una cuerda sin principio ni fin, digamos.

Y claro, resulta que también hacía nudos con esa cuerda.

Nudos más serios, aparentemente, o que encerraban algo más serio o complejo, a los que no nos dio acceso.

Por eso, molestos, encaramos a F., reclamándole por esta exclusión que nos parecía injusta, y que buscábamos comprender.

F., escuchó nuestros reclamos en silencio.

Entonces cambió su actitud y hasta su postura, mientras nos escuchaba.

Respiró hondo cuando terminamos de hablar.

Luego, expuso por al menos diez minutos una serie de confusas explicaciones utilizando términos complejos, de los cuáles no habíamos escuchado hablar.

Isotopía del ambiente, recuerdo, fue uno de ellos.

Una vez terminó de hablar, arrojjó las cuerdas que llevaba en su bolsillo y simplemente se marchó.

Yo, observé las cuerdas en el piso y pensé qué significaban.

Nunca volvimos a ver a F.

miércoles, 25 de junio de 2025

Una revelación progresiva.


I.

No hay duda.

Todo es, a fin de cuentas, una revelación progresiva.

Trato de recordarlo de vez en cuando, porque lo olvido y no está bien.

Así, para no olvidarlo, pensé en escribirlo en un lugar visible, al despertar.

Luego, sin embargo, pensé que hacerlo sería una especie de contrasentido.

No explicaré por qué.


II.

No hay mentiras, me digo, solo etapas en que la verdad se muestra distinta.

Momentos en que las revelaciones antiguas quedan obsoletas y hasta de cierta forma, parecen contradecirse.

De ahí viene la confusión.

Cuando me sentía mal, aclaro, esto es lo que me decía.

Y lo que aún me digo, de vez en cuando, aunque ya no tiene el mismo éxito.


III.

No hay duda.

Todo es parte de una revelación progresiva, pero eso no siempre es algo reconfortante.

Esto no será cierto, por ejemplo.

Nada de esto, me refiero.

Todo formará parte de una etapa que creímos cierta y luego parecerá desdecirse.

Actos, creencias, palabras… las emociones incluso.

Todo perderá su valor.

Nos dirán que fue necesario y que en realidad su valor se ha transmutado, pero no sé si será suficiente.

Después de todo, lo importante es que no ofrecerá ya soporte alguno.

Y viviremos, tal vez, el nuevo presente con desconfianza.


IV.

No sé.

En realidad no sé.

A veces es necesario apoyarse en algo que no sea verdad únicamente en el presente.

Suena mal decirlo, probablemente, pero es así.

Las piedras, que olvidaron lo que fueron, carecen ya de voluntad.

Quién sabe (salvo ellas), lo que les fue revelado.

No indago más allá.

martes, 24 de junio de 2025

Musgo.


No crece en los ojos, el musgo.

Ni en los ojos ni en las cosas que se ven.

Así, de cierta forma, el ojo es un inhibidor del musgo.

Digo el ojo, pero por añadidura, digo también la mirada que proyecta.

Evita que crezca, me refiero, y no lo deja ser.

Y es que el musgo solo crece, reitero, cuando no lo ven.

No importa lo que diga la ciencia, sobre esto.

No importan sus estudios, sus definiciones y menos aún sus evidencias empíricas.

Después de todo, yo también he hecho experimentos y no les miento nunca.

Quien me conoce, sabe que eso es cierto.

O lo invito a creer, más bien, si todavía no lo sabe.

Una vez, por ejemplo, observé un buda de madera.

Uno muy antiguo, que estaba cerca de la cumbre de un cerro.

Y claro, descubrí que en él, y en el lugar que habitaba, había musgo.

Todo este, sin embargo, crecía en la parte posterior de la figura.

Además, el musgo del lugar, crecía también en las zonas que no alcanzaba su mirada.

Lo comenté esa vez, pero me dijeron que se trataba de la posición en que llegaba la luz del sol.

Para comprobar el error volteé la figura y la dejé mirando en otra dirección.

Años después, cuando volví a aquel lugar, comprobé mi teoría.

De hecho, en honor al musgo, decidí esa vez vendar al buda.

Y es que así, me dije, el musgo crecería a sus anchas.

No he vuelto al lugar desde entonces, ni tampoco pretendo hacerlo.

Lo que quería demostrar, además, ya había sido demostrado.

lunes, 23 de junio de 2025

Jónico.


I.

Un orden jónico.

Al menos si me preguntan así lo imagino.

Un mundo pequeño, sostenido con pilares de ese estilo.

No es que estéticamente los prefiera.

De hecho, si fuese por mí arrancaría de inmediato las volutas de cada capitel.

Dicho esto, aclaro que lo que imagino no está, necesariamente, dirigido por mi voluntad.

Si fuese por mí, incluso, las columnas no sostendrían nada en lo absoluto.

Y eliminaría, de paso, dos de cada tres.


II.

Un orden jónico, decía.

Pero un jónico tardío.

Y no porque el estilo haya cambiado, sino más bien porque ha llegado tarde.

Las columnas esas, quiero decir, llegaron tarde.

Las edificaciones todas.

Quiero decir que aparecieron cuando el mundo ya sabía sujetarse por sí mismo.

Por esto, desde un inicio, fueron ruinas.

O casi ruinas, tal vez.

Les dejo el casi.


III.

Todo jónico es jónico tardío.

Si incluso cuando nos referimos al dialecto el adjetivo calza de maravilla.

Pienso en Heródoto, por ejemplo, pero podría también pensar en otros.

Siempre es tarde para todo lo que significa construcción.

Arquitectura, lenguaje… o piense usted cualquier otra estructura.

Un ataúd, si quiere, jónico tardío.

Cada vez con más adornos y detalles intrascendentes.

Cada vez más fuera de lugar.

Cada vez más innecesario.

Eso es, al menos, lo que pienso.

domingo, 22 de junio de 2025

Antes de acostarme yo me afeito.


-Antes de acostarme yo me afeito –dijo R.-. De hecho, cuando por alguna dificultad no logro afeitarme, prácticamente no puedo dormir.

-¿Y qué dificultad puedes tener como para no afeitarte? –preguntó T.

R. lo pensó un rato.

-Muchas –contestó R.-. Cortes de agua o de luz, estar en algún sitio que no es tu casa… bueno, no sé. Lo cierto es que ahora no se me ocurren, pero siempre puede haber dificultades... Una vez por ejemplo no pude porque tuve un ataque de hipo… Era peligroso.

-Entiendo -comentó T.

Pasaron unos segundos sin que ninguno hablase.

-¿Tú te afeitas por las mañanas? –preguntó R., buscando retomar la conversación.

-A veces –dijo T.-. La verdad es que no tengo una hora exacta. No es algo que me preocupe mucho.

-Qué afortunado –comentó R-. Yo hace casi quince años que tengo esta manía. ¿Y qué daría yo por no preocuparme…! De hecho, intenté dejarlo por un tiempo, pero no pude. Me daba vueltas en la cama y me parecía sentir picazón en las zonas donde la barba estaba levemente crecida.

-Parece molesto –dijo T.-. Lo lamento.

R. asintió, inclinando levemente la cabeza. Luego volvió a hablar.

-¿Usted no tiene una manía antes de irse a dormir?

-No –dijo T., rápidamente-. Lamento no poder compartir su obsesión.

-No se preocupe –dijo R., dando por cerrado el tema-. Ya con la intención basta.

Por último, antes de separarse, comentaron un poco sobre la forma errónea en que algunos escritores construyen algunos diálogos.

-Yo creo que debiesen aprender de Wingarden, o de William Gaddis –dijo R.

T. asintió.

En silencio.

sábado, 21 de junio de 2025

Hormigas en Marruecos.


“Por consiguiente, para que pueda haber una distinción
entre los que eligen el bien y los que eligen el mal,
Dios ha ocultado lo que es provechoso para el hombre”
P. (W. G.)


Leo un libro sobre experimentos con hormigas en zonas desérticas, en Marruecos.

No me interesan demasiado los experimentos, por cierto, ni tampoco las hormigas, pero sí la gran cantidad de notas al pie en las que el autor se detiene a comentar algunos problemas vividos por su grupo de trabajo, mientras trabajaba en el lugar.

Una grave intoxicación alimentaria que tuvieron en Merzouga, por ejemplo, o las mordeduras de camello que sufrió en dos ocasiones uno de los científicos adjuntos, que terminó con importantes laceraciones y una fractura de la que no se logró recuperar.

También se detiene el autor a detallar, en esas notas, algunos problemas económicos asociados a la falta de subsidios estatales, y hasta la compleja relación que mantenía con su esposa, quien también formó parte de su grupo de trabajo.

Sobre este último punto, el autor comenta brevemente –aunque en reiteradas ocasiones-, sobre cierto malestar de la mujer, que se traduce poco a poco en el alejamiento de ambos y en la decisión de separarse definitivamente al finalizar el estudio. Todo en buenos términos, por supuesto, según lo que señala el autor.

Respecto a las hormigas, por otro lado, y a los experimentos realizados, todo ocurrió según lo presupuestado. No me detendré en ello, pero diré al menos que se comprobaron las hipótesis formuladas, y que el estudio fue premiado en una universidad holandesa que además financió la publicación el libro.

jueves, 19 de junio de 2025

Algo que ya ocurrió y que no supimos.


I.

Algo que ya ocurrió y que no supimos.

Eso es lo que ella, probablemente, está esperando.

Yo dejo que espere, sin embargo, y oculto mi impresión.

De hecho, a veces permanezco junto a ella,
y la dejo pensar que yo también
estoy esperando.

En mi fuero interno, no obstante,
pienso que lo que debiese llegar, ya llegó.

Y que toda espera, desde entonces,
es profundamente vana.

Una vez, por cierto, hablamos sobre esto.

O habló ella, más bien,
pues yo elegí ocultar mi perspectiva.

De igual forma todo esto ya ocurrió,
le dije aquella vez,
cuando cesaron sus palabras.

Y ella me miró sin comprender.

O no noté, tal vez, que comprendía.


II.

Algo que ocurrió y que no supimos.

O que supimos sin saber que era lo que esperábamos.

Suena confuso decirlo así, pero no es por eso que prefiero no decirlo.

Es más bien por respeto a ella, que elige seguir esperando.

Por eso es que doy vueltas sin decidirme.

Y mientras doy vueltas la observo, más o menos en silencio.

Ella sospecha –me parece-, que yo creo saber algo.

Te trabas, me dice.

Eres torpe al hablar cuando prefieres no decir aquello que piensas.

Es cierto, pienso entonces, pero no lo digo.

En cambio, la miro fingiendo que no alcanzo a comprender.

Lo que ocurre, dice ahora, es que no sabes lo que ocurre.

Yo asiento.

Ahora vas a despertar.

A la estupidez de los sentidos.


“Porque escribo para que me lean a veces me sacrifico
a la estupidez de sus sentidos…”
A. C.


I.

Ojos de vidrio.

Al menos veinte, en una caja de madera.

La mayoría son de tonos cercanos al café.

Los miro y los reviso con temor a dañarlos.

Ellos me miran también, pero no me engañan.

Me pongo guantes, incluso para manipularlas más tranquilo.

Prótesis humanas, confirmo, tras días de investigación.

Veintidós eran, en total.

No son del mismo tamaño.


II.

Intento venderlos.

Indago un poco sobre precios y escribo algún anuncio.

Especifico medidas y agrego una serie de fotos.

Pasan tres o cuatro meses.

No vendo ninguno, aunque recibo un par de consultas.

Ninguna, por cierto, con interés de compra.

Pasa el tiempo y bajo el anuncio.

Cierro la cuenta, en realidad.

Días después, aproximadamente, veo que alguien vende una caja igual a la mía.

De madera, y con veintidós ojos de vidrio.

Las fotos son distintas, pero el contenido es exactamente el mismo.

El vendedor, en el anuncio, dice que tienen poco uso.


III.

Me pongo en contacto para saber de dónde los sacó.

Le cuento que tengo una caja igual.

Le mando fotos, incluso, para que me crea.

No parece sorprendido.

Es cortante al hablar.

Son solo ojos de vidrio, me dice.

¿Los va a comprar?

No le contesto.

Días después me fijo que los ha bajado de precio.

Más adelante, los rebaja todavía más.

Tanto los baja que pienso incluso en comprarlos.

Así compruebo que son los mismos, me digo.

Esa misma tarde, vuelvo a hablarle, para realizar la compra.

Acordamos una hora y un lugar de encuentro, al día siguiente. 

El vendedor no llega.

Más tarde se disculpa y me pide que le envíe una dirección.

Dice que puedo transferirle cuando me llegue el producto.

Como no tengo qué perder acepto el trato.

Dos días después me llega a casa una encomienda.

Abro el paquete y encuentro la caja con los ojos de vidrio.

Veintidós, como los míos.

Al intentar depositarle, sin embargo, descubro que la cuenta no existe, o que me la dio mal.

Tampoco me contesta cuando le hablo, y cierra el anuncio poco después,

Pasan los días.

Siguen pasando.

Guardo una caja, junto a la otra.

miércoles, 18 de junio de 2025

En barco, esa vez.


Viajamos en barco esa vez.

Creo que fue la única vez que lo hicimos.

Era un barco grande y antiguo que hacía siempre la misma ruta.

Todo en él estaba un poco gastado, pero tú dijiste que se veía digno.

Lo dijiste en serio, esa vez, aunque no sé bien qué quisiste decir con eso.

Yo pensé que lo descubriría, durante el viaje, pero no fue así.

Lo que descubrí en cambio fue que tenía varias capas de pintura.

Hablo del barco, por supuesto.

Capas de pintura. antioxidantes y todo tipo de revestimientos formaban así la piel del barco.

Una piel que a su vez, como observaba, estaba formada por varias pieles.

En el fondo el barco no era eso, me pareció, y te lo dije de esa forma.

Un poco borracho, es cierto, pero así te lo dije.

No supe explicarlo bien y tú tampoco te esforzarte por entenderlo.

El barco estaba debajo, pensaba, si es que estaba.

Y pensé también que era igual a esos cadáveres de hipopótamos que flotaban hinchados por los ríos.

Fue así que un día, mientras cenábamos, nos ofrecieron hacer prácticamente gratis el viaje de regreso.

Nosotros teníamos otros planes, es cierto, pero tú te alegraste y aceptaste en nombre de los dos.

Además, igual alcanzábamos a pasar una noche en la ciudad a la que íbamos.

Concluiste que era una buena opción, por supuesto, y yo no me opuse.

Acepté, simplemente, porque pensé que la vida era algo que se construía de esa forma.

Y claro, yo no era nadie para evitar que se siguiese construyendo.

Así, finalmente, nos sacamos fotos en la ciudad y regresamos al barco.

Supuestamente el mismo, aunque no lo supe bien.

martes, 17 de junio de 2025

No te observan.


“God. ¿Puedes ver el cambio que hay en mí?
No soy tan egoísta como era.”
A. G.

No te observan.

Aunque no me creas, no te observan.

La mayor parte del tiempo, al menos, no te observan.

Estamos solos, entonces, y no sabemos estar solos.

No aprovechas, digamos, esa privacidad.

Más aún: te incomodas.

Evitas incluso algunos actos, como si pudiesen observarte.

Te afliges.

No te convences.

Actúas para nadie.

Entonces, eliges prepararte, mejor, para cuando sí te observarán.

Hacer de esta forma de existencia una mera transición.

Un entreacto, probablemente.

Y sí…

Es triste, si lo piensas.

Absurdo también, pero es más triste que absurdo.

Y es que no sabes, en definitiva, vivir para ti.

Triste, decía, pero me faltó también decir común.

Y es que te ocurre como a todos, a fin de cuentas.

No eres, para ti.

Te acuestas incluso con el traje que usas para otros.

Te ocurre como al actor que contaba que no sabía quién ser, en el camerino.

Y es que es difícil, de esa forma.

Es más fácil, me refiero, si te observan.

A solas es pesado.

Es un grito, al interior de un sueño.

Te das vueltas.

No sabes.

Si te quitas el maquillaje descubres que se va también el rostro.

Mejor no hacerlo, te dices.

Mejor buscarse alguien para hablar.

Inventarse a alguien, incluso.

Un ojo, al menos.

Algo.

lunes, 16 de junio de 2025

No es justo.


No es justo. Confuso sí. Aleatorio, tal vez. Justo, no. Repítalo usted diez veces seguidas, como si fuesen cucharadas. O al revés mejor. Cucharadas que saquen y no que entren, quiero decir. Ya sabe. Como si usted fuese la olla que debe vaciarse. Dos veces al día, le diría que lo haga, pero está bien con una. Aunque si lo prefiere usted puede hacerlo por dos o hasta tres. No voy a discutirle. Además, lo importante es que lo haga. Así, ya hecho, repítalo usted por diez u once días y verá entonces lo que ocurre. Nótese que dije lo que ocurre y no lo que LE ocurre. Lo aclaro desde ya para que no se me culpe después por publicidad engañosa. Hágalo en días seguidos, ojalá, para que no pierda usted la cuenta. Sea constante. No le diré lo que verá, por supuesto, pero le adelanto que lo que verá será cierto. Y usted sabrá que es cierto sin necesidad que yo se lo diga, o que se lo recuerde en modo alguno. Eso no lo hará justo, por cierto, pero al menos le dará comprensión sobre por qué no es. Ya con eso, puede usted prescindir de repetir aquello que habrá quedado claro. O establecido, más bien. Finalmente, le sugiero, haga gárgaras.

domingo, 15 de junio de 2025

Diferencias entre las cosas.


I.

Nunca he entendido bien las diferencias entre las cosas.

No hablo de cosas objetivamente similares, sino de cualquier cosa en general.

En un principio no era así, y estuve varios años intentando clasificarlas sin dar con la solución.

Entonces, cansado, me vi en la necesidad de tomar una opción.

La disyuntiva que me plantee fue la siguiente:

O me sigo esforzando por encontrar criterios de diferenciación o simplemente las agrupo todas bajo un mismo concepto.

Fue una decisión sencilla.

Y es que, desde entonces, las cosas son eso, simplemente.

Cosas, quiero decir.

Y mis esfuerzos, desde entonces, se han enfocado en la comprensión de otro tipo de fenómenos.

Yo mismo, por ejemplo.

O lo que buscas tú.


II.

A pesar de lo que he dicho anteriormente, debo reconocer que me apasionan las cosas.

Rodearme de ellas, por ejemplo.

Observarlas.

Saber que puede conservarlas, entregárselas a otros o vivir incluso encerrado entre ellas.

Esto no lo decidí, por cierto, pero diría que fue el único camino que se mostró a partir de la decisión de agruparlas todas en un solo conjunto.

Sin divisiones, sin intersecciones… todas las cosas simplemente juntas y en el mismo saco.

Tal vez por eso, cuando observo, distingo de inmediato a todo aquello que me rodea que no es, esencialmente, una cosa.

Tú y yo, por ejemplo.

Y la forma en que buscamos comprender.

sábado, 14 de junio de 2025

Algo, supuestamente, sin valor.


Durante un tiempo a todos los billetes que pasaban por mis manos les cortaba un pedacito.

Generalmente una de sus esquinas.

Yo me guardaba esos pedazos, por cierto, y luego gastaba los billetes.

O intentaba gastarlos, al menos.

Según el banco central igual valen… insistía, ya que a veces costaba que los aceptaran.

Era molesto, sin duda, pero era, probablemente, la única manera que tenía para ahorrar.

Una manera falsa, es cierto, pero una manera propia, al menos.

Una forma que incluso sentía honesta.

Valiosa solo por la forma en que había sido realizada, nada más.

Un ahorro hecho solo para mí, en principio, aunque no sé si tenía claro para quién lo hacía.

De igual modo, con el tiempo, para evitar dificultades, fui achicando el pedacito.

Tanto así que el fragmento extraído llegó a ser prácticamente imperceptible.

Con todo, la cantidad de fragmentos reunidos aumentaba.

Más aún cuando en algunos trabajos que realicé pasaron muchos billetes por mis manos.

Llegué a llenar así dos bolsas pequeñas de basura con trocitos de billetes.

Decenas de miles de trocitos que guardé por años, junto a otras bolsas con ropas en desuso.

A veces –muy rara vez, pero me ha ocurrido-, ha vuelto a mí uno de esos billetes imperceptiblemente mutilado.

Entonces, mi sensación es confusa, ante ellos.

Como si ambos nos hubiésemos robado algo pequeño, que ya no cargamos con nosotros.

Algo, supuestamente, sin valor.

viernes, 13 de junio de 2025

A veces soy un genio, me dijo.


A veces soy un genio, me dijo. Ayer mismo, por ejemplo, y hasta puede que hoy. Es probable que ayer, en todo caso, lo que pensaba brillase un poco más. Más que hoy, quiero decir. Como si manchase con luz cualquier palabra que pasara por mí y luego no pudiese ya apagarse. Sí… sin esfuerzo, brillaba. Entonces, mientras pensaba, descubrí a una mujer, tejiendo. Frente a mí, estaba, pero igualmente la descubrí. Digo esto pues observé el movimiento de sus manos, los palillos, la lana… y entonces descubrí que ella era una metáfora. O sea, era una mujer tejiendo, sin duda, pero también una metáfora. Observé un poco más. Me acerqué a ella mientras mi mente (de genio) trabajaba. Esperé unos segundos y le hablé. Con voz firme pero al mismo tiempo con cuidado, para no encandilarla. “¿Por qué tejer y destejer?”, le dije. Ella me miró, intrigada. Yo seguí brindándole mis palabras: “Cosa mejor es no tejer y punto”, agregué. “Mejor es ahorrar fuerzas, energía. Declararse muerto hasta que la vida llegue”. Iba a seguir, pero ella cesó de tejer. Pensé que había comprendido y me alegré. Por ella, me alegré. Luego, sus palabras derribaron mi alegría: “No destejo”, me dijo. “No moleste”. Volví a observarla. Pensé en insistir, pero concluí que ya era tarde para ella. Pobre, pensé. Seguirá viviendo sin saber que existe también como metáfora.

jueves, 12 de junio de 2025

Perchas.


I.

Es así.

Un muro lleno de perchas.

Observa.

Sin vanidad, observa.

Luego acepta.

Obsérvate y acepta.

O eres muro o eres percha.

De igual forma, el mundo colgará de ti.

O parte del mundo, si eliges verlo de esa forma.

Sentirás su peso.

Su carga.

Comprenderás que lo quieras o no, lo llevas puesto.

Que es ineludible, quiero decir.

El mundo.


II.

Es así.

No sé si es verdad, pero es así.

Y es que lo sé desde mí, únicamente.

No es poco, pero no hay más.

En mí, al menos, no hay más.

Por eso, ponerlo en duda sería un equívoco.

Sería como colgarme yo mismo de la percha (o el muro) que soy.

Y la carga entonces sería doble.

Recuerdo por ejemplo al barón Munchaussen saltando en su caballo.

A punto de caer, en el aire, sobre un precipicio.

Desesperado porque la fuerza del caballo no alcanzó para llevarlo al otro extremo.

Lo recuerdo apretando con sus piernas al caballo y elevándose a sí mismo.

Con las manos en el pelo, me refiero, levantándose con fuerza.

A él y al caballo y no caer, de esa forma.

Y llegar al otro extremo.


III.

Es así, decía.

O eres muro o eres percha.

De igual forma, el mundo colgará de ti.

Lo llevarás puesto.

Nada más llevarás, sin embargo, salvo el mundo.

Es así.

miércoles, 11 de junio de 2025

Un trabajo sencillo.


Ella me dijo que estaba buscando un trabajo sencillo.

Algo breve y poco complicado, que no la obligara a dejar de ser lo que era y que se adaptase a su funcionamiento.

Como no entendí bien lo que quería, le pedí que se explicara mejor.

Ella pareció pensarlo un poco y luego, al menos, lo intentó:

-Me imagino algo así como el trabajo de una gallina –me dijo, mirando un punto, en el infinito-, ya sabes… poner un huevo por la mañana y bueno… después seguir siendo uno, nada más, pero con el día un poco libre.

-Ya –dije yo, fingiendo tomar nota.

-Sé que suena un poco extraño –continuó-, o difícil de conseguir, pero me gustaría al menos intentar buscar algo así… ¿crees que puedas ayudarme?

La observé con detenimiento para ver si bromeaba.

Ella esperaba mi respuesta.

-Yo solo ayudo a redactar currículums y a crear tu ficha de solicitud –le dije, luego de un rato-. En eso consiste mi trabajo aquí. Pero si soy sincero todavía no sé bien cómo redactarlo. Pensando en que resulte útil, claro…

-¿Útil? –preguntó ella.

-Sí –expliqué-. Uno que te permita, justamente, conseguir trabajo.

Ella asintió.

Dejó pasar unos segundos.

Luego volvió a hablar.

-Siguiendo con el ejemplo de la gallina –dijo-, también es importante que el trabajo te permita escoger de qué forma pones el huevo, cada día. O por qué lo sustituyes, si comprendes que el huevo puede ser una metáfora.

-Ya –dije yo.

-Hay que entender que eligiendo bien la forma en qué pones el huevo –agregó-, escoges también de qué forma se desarrollará después tu vida, ya sabes, por añadidura.

-¿Por añadidura? –pregunté.

Ella asintió, alegre.

Luego le pregunté si quería agregar algo más y ella se negó. Dijo que bastaba con eso.

Yo, entonces, redacté un pequeño párrafo intentando describir de una forma más concreta su solicitud de empleo.

Se lo enseñé.

Ella se mostró conforme.

Por último, mientras se iba, pensé que tal vez debía escribir un párrafo para mí.

Y eso hice.

martes, 10 de junio de 2025

Tres viudas tomando el té.


I.

Pude haberlo leído en una novela de Chandler.

De todas formas, no lo recuerdo bien.

Lo que pude haber leído era una frase sencilla, pero que se me quedó en la memoria:

“Olía a viejo, como a tres viudas tomando el té”.

De cualquier forma, sé que la frase no tenía relación alguna con la historia leída.

Nada que tratase de viudas, me refiero, y tampoco de té.

Solo el olor a viejo en alguna situación probablemente intrascendente.

No elegí, por supuesto, que se quedase en mi memoria.

Ya saben, supongo, cómo funciona todo eso.

Casi siempre ocurre así.


II.

No llegué a soñar con aquella imagen, pero sí a pensarla.

A descubrirme pensándola, me refiero, mientras estaba despierto.

Una imagen sin un olor particular, por cierto.

Ni siquiera el aroma del té.

Solo tres viudas sentadas en un espacio común.

Sin historia alguna detrás, digamos.

Y sin nada qué contarse, entre ellas, pues la muerte es siempre común.

Y el amor previo a la muerte… bueno, ¿quién sabe?


III.

Lo más viejo que conozco, si lo pienso, es el mundo.

Por lo tanto, podría decirse que el verdadero olor a viejo, es el olor de él.

Así y todo, elegimos imágenes erróneas para hablar de lo que se nos escapa.

El tiempo, la muerte, el amor… y otras cosas de ese estilo.

Es como intentar colgar a alguien usando perritos de ropa.

Y dejar entonces que estile, al sol.

lunes, 9 de junio de 2025

No es Ulises.


I.

No es Ulises.

Nunca fue Ulises.

Él se estuvo quieto, nada más.

Quien se movió fue Ítaca.

Intentó alejarse primero, atenta a cualquier oportunidad.

Por ejemplo, cuando Ulises levantaba algún pie.

O más bien, en el momento justo en que Ulises no tenía ninguno apoyado sobre tierra.

Es difícil de explicar, pero imaginen a un niño que salta sobre una alfombra.

Luego, imaginen que alguien, mientras el niño está en el aire, la retira.

Pues eso mismo hizo Ítaca cuando abandonó a Ulises.

Solo qué Ítaca era al mismo tiempo la alfombra y ese alguien que la retira.

Cuestión de voluntad, digamos.

E Ítaca, en este caso, fue también la voluntad.


II.

No sé sus razones.

Tampoco las invento.

Elijo no hacerlo, más bien.

Hablo, por supuesto, de las razones de Ítaca.

No observo, de hecho, ninguna razón más.

Y es que Ulises, como no tiene voluntad, carece también de razones.

Solo se deja llevar, digamos.

O se deja caer, mejor, en el sitio que le otorga la voluntad de otro.

Así, de tanto tironear del mundo, Ítaca lo deja caer en Troya, por ejemplo.

Y entonces Ulises se confunde y se enorgullece de méritos ajenos.

Lo nombran incluso soldado del mes y no agradece.

Luego, por supuesto, Ítaca vuelve a moverlo de un lado a otro, un tanto indecisa.

¡Tanto esfuerzo para que pueda aprender un hombre!, se dice.

Años después, ya cansada, decido acercarlo nuevamente y lo lleva hasta sus costas.

Lo ayuda a entrar, poco después, al que había sido su palacio.

Una vez ahí, desde abajo, Ítaca intenta preguntarle algo al viejo Ulises.

¿Sirvió?

¿Sirvió de algo?

domingo, 8 de junio de 2025

Tranquila.


I.

Quédate tranquila.

Si caen las estrellas no lo harán en esta dirección.

Nada cae, de hecho, en esta dirección.

Puedes comprobarlo tú misma.

Mira los registros.

Pregúntale a cualquiera que consideres experto en estos temas.

Te aseguro que estarán de acuerdo.

Revisa los informes.

Comprueba los cálculos.

Las probabilidades de que ocurra son cercanas a cero.

No caerán, las estrellas.

O no caerán, al menos, sobre nosotros.

Todo está lejos de nosotros.

Y además, somos tan pequeños…


II.

A veces no se intuye, pero es así.

Lo digo pensando tanto en las estrellas,
como en aquello de ser pequeños.

Lo intuimos mal.

Pensamos todo con las dimensiones equivocadas.

Y claro, tal vez por eso tenemos miedo.

O lo teníamos, antaño.

Hoy ya olvidé lo que perdí.


III.

Quédate tranquila.

No sirve de nada otra reacción.

Y es que esas estrellas, probablemente ni siquiera existen.

No ahora, al menos.

No hoy.

Dejaron de ser, hace bastante tiempo.

Y no pueden caer, por supuesto, desde entonces.

Menos aún sobre nosotros.

Piénsalo así.

Tranquilízate.

Si algo caerá seremos nosotros y no nos daremos cuenta.

No nos dolerá, probablemente.

De hecho, ni siquiera sabremos que caímos.

Será como dormir, un poco.

Olvidaremos nombres y momentos.

Y su duele –un poquito-, olvidaremos qué dolió.

sábado, 7 de junio de 2025

Todos ladran.


I.

Ladran.

Todos ladran.

Todos ladran, menos los perros.

No se sorprendan.

Conténganse.

No aúllen por la sorpresa.

Ocurre simplemente que las cosas han cambiado.

Tenía que ocurrir y ocurrió.

La ciudad es más oscura, pero al menos es nuestra.

Sigue siendo nuestra.

Eso es lo que ocurre.


II.

No avanzamos en la ciudad oscura.

Parece grave, pero en realidad tampoco avanzábamos cuando hubo luz.

No es un cambio, entonces.

Lo que ocurre simplemente es que no se avanza en una ciudad.

Cambias de sitio, tal vez, pero eso es todo.

Duermes en un sitio o en otro, pero despiertas siempre de la misma forma.

Despiertas en la ciudad, digamos.

Siempre en ella.

Lo aceptas.

Tienes que aceptarlo.

No logras salir, además, aunque lo intentes.


III.

Huesos.

Demasiados huesos.

Casi todos los que ves van por la calle cargando huesos.

Probablemente los quieran enterrar.

No es tan fácil, en la ciudad.

Menos aún si está a oscuras.

Por eso, tal vez, todos cargan con los huesos.

De un lado a otro, como si no pudiesen dejarlos.

Como si los tuviese a cargo, quiero decir.

O como si fuesen suyos.


IV.

Ladran.

En medio de la oscuridad, ladran.

No aúllan.

Parecen molestos.

No entre ellos, pero igualmente están molestos.

Todos ellos, percibo, están molestos.

Probablemente sientan que fueron engañados, me digo.

Y probablemente –concluyo-, tengan razón.

viernes, 6 de junio de 2025

Los platos rotos.


I.
Su bisabuela, según contó, había asistido a esta atracción cuando era joven, en Tivoli. Creo que se llamaba “La cocina de la risa” o algo así. El lugar -que formaba parta de una feria de entretenimientos relativamente tradicional-, simulaba ser una cocina tradicional, aunque de dimensiones mayores, y cada persona podía pagar por entrar ahí y romper algunos platos. Arrojarlos contra el suelo, quiero decir, o contra las paredes. El dinero que pagaban, en definitiva, les permitía hacerlo. Sin máximos, según entiendo. Aunque supongo que existía un número limitado de platos que dejaban al alcance y que renovaban cada vez.


II.
Tras escuchar la historia, busqué en internet sobre aquella atracción. No encontré nada, en realidad, aunque eso no impide que haya sido cierto. Después de todo, pienso, hasta el día de hoy resultaría ser una atracción interesante. De hecho, si invierto y hago el negocio alguna vez, estoy seguro que me iría tan bien que podría incluso abrir una segunda cocina. Una en la que dejaría los platos rotos de la otra y cobraría a aquellos que quisieran intentar recomponerlos. Probablemente serían menos, es cierto, pero estoy seguro que contaría con algunos clientes. Y uno, como potencial administrador de atracciones y entretenimientos, debe pensar en todos.

jueves, 5 de junio de 2025

Costumbres extrañas (IV)


No sé qué podría decirles, pero lo cierto es que ella les hablaba a los pasteles antes de comerlos.

O les hablaba mientras los comía, más bien.

Lo hacía con un tono amistoso, aunque sus palabras no siempre iban a la par.

Digo esto porque la escuché, por cierto, aunque sobre aquello que oí hablaré más tarde.

Antes, aclararé que ella les hablaba exclusivamente a los pasteles.

Y era estricta.

En este sentido, no les dirigía la palabra a los queques ni bizcochos, por ejemplo.

Solo a pasteles que cumplieran con los requisitos básicos:

Tener crema y/o relleno.

Trozos de torta de cumpleaños, por ejemplo.

Pasteles para bautizos o grandes tortas de bodas.

O eso fue al menos lo que pude observar.

Nunca lo comenté con nadie, pero siempre la observaba.

De hecho, para saber lo que les decía, dejé varias veces mi celular grabando junto a ella, y luego me alejaba para no incomodar.

Fue así que descubrí, por cierto, aquello que les decía.

Frases cortas, secas, algo violentas incluso.

No amenazas, sino factos.

Esto les sucede por no morirse, la escuché decir una vez.

No eres tú si estás relleno de una cosa ajena, la oí decir en otra.

Luego (o mientras tanto), simplemente los comía.

Sin expresióin alguna.

Una costumbre extraña, como pueden ver.

Así era.

miércoles, 4 de junio de 2025

De vez en cuando.


No soy el mensaje.

Tampoco el mensajero.

Solo digo cosas, de vez en cuando.

Observo.

Mientras estoy de paso, observo.

Un tipo, por ejemplo, en una estación de tren.

Él tampoco es un mensaje, por cierto.

Por lo mismo, no lo descifro.

No lo traduzco ni menos lo comparto.

Es un tipo, simplemente.

Me limito a observarlo y ver que tiene una maleta sus pies.

Una maleta triste, diría alguien, pero yo no.

No me gusta avanzar con adjetivos.

Yo diría que tiene una maleta a sus pies, como si fuese un perro.

Luego, claro está, recordaría que no soy el mensaje.

Así, mientras dejo al tipo esperando el tren, yo subiría a otro que suele dejarme en cualquier sitio.

Esto parece terrible, a veces, pero en el fondo no es grave.

Casi nada es grave, en el fondo.

Tal vez lo sería si fuese un mensajero, pero no lo soy.

No debo llegar a un sitio en particular, quiero decir.

Yo solo estoy de paso.

Ni mensaje ni mensajero, es lo que soy.

Ni adjetivos ni trenes, es lo que necesito.

Apenas algo en el paisaje.

Cosas que nombrar y agrupar en algún sitio.

Pocas cosas, me bastan.

Les recuerdo que estoy de paso.

Es cierto.

Solo digo cosas, de vez en cuando.

martes, 3 de junio de 2025

Un coleccionista de puertas.


Leo un artículo sobre coleccionistas extraños.

Un artículo breve, no muy detallado, en el que se menciona, entre otros, a un coleccionista de puertas.

Luego, como me queda dando vueltas todo aquello, me pongo a investigar.

No encuentro mucho.

Hay un húngaro que al parecer tenía una pequeña colección y también una bodega gigante, repleta de puertas distintas, en una ciudad checa que no es Praga.

No sé a cuál coleccionista, sin embargo, hace referencia el artículo.

Por lo mismo, me quedo simplemente pensando en puertas y en la forma en que se podrían coleccionar.

Imagino pasillos, por ejemplo, llenos de puertas que se abren y se cierran.

Y a alguien que camina entre ellas, por supuesto, atravesándolas continuamente, y regresando al mismo lugar.

Así, observo en mi imaginación, al coleccionista.

Pienso si tienen llaves, aquellas puertas.

Si fueron instaladas o no, con cerrojo.

A eso me refiero.

Y hasta converso un poco con él, mientras pienso que podría componerse una sinfonía, golpeando en varias puertas, tras descubrir la nota que en ellas se reproduce.

Puertas, me digo.

Puertas concretas, no puertas como símbolos ni símbolos que sean puertas.

¿Será posible que exista esa colección?

Vuelvo entonces sobre el artículo y pensó que sí, que existe.

Y descubro, de paso, para qué.

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