“No confíes en los hombres que no saben
contarte cómo son
las cosas de verdad.”
Kabir
*
Saltan al ojo, las letras,
para sumergirse en él.
No lo logran, sin embargo.
Más aún: lo astillan.
Al ojo que no sabía que era ojo
y que al saberlo fue dos.
Y que de haber sido boca,
ciertamente,
habría lanzado un grito.
*
Pero el ojo no es boca,
como todo el mundo sabe.
O sea, en realidad el mundo no sabe,
pero es lo que el mundo ve.
Luego se aferra a eso
y es comprensible que lo haga.
En este sentido quisiera dejarlo claro:
no culpo al mundo.
Hace como todos, simplemente.
Nada más.
Se aferra al signo porque ya es tarde
y el signo se clavó en él.
Por eso lo aferra, decía.
Igual que se empuña un corazón
para atrapar algo dentro suyo.
Algo de lo que no tenemos,
por cierto,
derecho a hablar.
*
Antes decía que no culpaba al mundo.
Eso es cierto, sin duda,
pero me gustaría agregar algo más:
Tampoco culpo al ojo o a las palabras.
Eso es lo que agrego.
Después de todo, te digo,
lo que ocurre es simple.
Imagina que es solo un pie que busca posarse.
Posarse, recuerda, no aplastar.
No hay a quien culpar, si te fijas.
En el pie se atasca el barro,
pero de todas formas fluye.
Saltan al ojo, las letras,
para sumergirse en él.
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