Una vez iba en un auto que tuvo un accidente.
Es decir, los que íbamos dentro del auto tuvimos el accidente.
Cómo sea, diré mejor que el auto y nosotros nos accidentamos.
Todo de una vez, me refiero.
Fue una noche, después de una fiesta, hace ya varios años.
Yo no conducía, por cierto.
Lo que ocurrió, en resumen,
fue que se tomó una curva con mucha velocidad
y el auto terminó por perder el control, volcándose.
Aunque claro, de nuevo me siento incómodo con las formas verbales.
Además, a eso hay que sumarle el contraste que se producirá
cuando mencione los dos hechos principales.
He aquí el primer hecho:
El auto en que viajábamos, terminó volcado por completo.
Con las ruedas hacia arriba, me refiero.
Todavía girando.
Segundo hecho:
Yo no terminé volcado.
O más bien sí, pero volcado en relación a la posición final del auto.
Es decir, yo mantenía mi posición correcta
en relación al mundo externo al auto volcado.
Incómodo, claro, pero con la posición inversa a la que debí haber quedado
luego del accidente.
Además, agrego un tercer punto:
Los otros que iban en el auto si terminaron volcados,
a la par que el auto.
Y por lo que yo observaba, ni siquiera estaban conscientes.
Esto fue corroborado, por cierto, cuando llegó bomberos
y nos ayudaron a salir del vehículo.
-Usted parece que es involcable -comentó uno, cuando intenté explicar lo ocurrido.
-De vez en cuando encontramos uno así -agregó otro.
Y claro, me avergüenza decirlo, pero lo cierto es que me sentí importante
luego de escuchar esas palabras.
Tanto que me olvidé de los otros que iban en el vehículo.
Uno de ellos murió, de hecho, pues sufrió un quiebre de columna.
Los otros sufrieron lesiones graves, y fueron trasladados a un hospital.
A mí, en tanto, apenas me revisó un paramédico y dijo que estaba bien.
-Usted tuvo suerte -dijo ahora uno de los bomberos-. Debiese dar gracias...
-La suerte no se agradece -interrumpí.
Él asintió, en silencio.
Como si hubiese reconocido, que había llegado el final.
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