martes, 24 de septiembre de 2024

No era esa la cuestión.


No. No era esa la cuestión.

Probablemente, incluso, no hubiese cuestión alguna.

Es decir, estábamos ahí, es cierto y esperábamos que lloviera.

Después de todo venían anunciándolo desde hacía días, al final de cada noticiero.

De todas formas, por más que el cielo estaba cargado de nubes, la lluvia no llegaba.

De vez en cuando mirábamos por la ventana, por si comenzaba.

Todo estaba a oscuras, ahí afuera.

En tanto, dentro de casa, habíamos preparado algo de comer y hasta abrimos una botella de vino.

Según recuerdo, decidimos ver una película portuguesa.

Una antigua, en su idioma original, sin subtítulos.

Una película de colores opacos que pasaba en Lisboa, en un barrio alejado de la zona central.

Cuando terminamos de verla ella salió al patio y yo fui también, tras ella.

Nos quedamos ahí, durante un largo rato.

Todavía no llovía, por cierto.

Ella parecía querer estar sola así que yo regresé dentro de casa y comencé a escribir algo.

Un poema, supongo, aunque no recuerdo sobre qué.

Tampoco sé cuánto tiempo pasó, pero parece que fue demasiado.

Digo esto porque cuando salí nuevamente no la encontré, y descubrí que la puerta de calle estaba abierta.

Es decir: no había lluvia, la puerta de calle estaba abierta y ella tampoco estaba.

Fue entonces que volví a entrar y observé las cosas, al interior de la casa.

Todo parecía estar en su sitio.

Así, mientras pensaba qué hacer, me acerqué hasta el lugar donde había estado escribiendo.

Y observé.

Por último, me dije que daba lo mismo, al final, terminar o no el poema.

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