miércoles, 25 de septiembre de 2024

Ella vivió siete años con un mono.


Ella vivió siete años con un mono. Uno pequeño, que le habían vendido unos tipos que viajaban cada cierto tiempo al Amazonas. Hacerlo era legal en ese tiempo, por cierto. Hablo de la venta de monos, por supuesto. Le aseguraron que no crecería demasiado y le explicaron algunas cosas sobre los cuidados mínimos. Nada muy costoso ni elaborado. Un par de vacunas, comidas riesgosas, cosas de ese estilo. Ella no lo pensó demasiado y lo llevó a casa. No tenía otras mascotas en ese entonces. Tampoco tuvo otras durante esos siete años. Tampoco muchas visitas. Solo el mono, digamos. Orlando, creo que lo nombró. Lo mantuvo sujeto con un cordel varios meses, pero luego dejó de ser necesario. Solo un par de veces se arrancó y nunca por más de dos noches. La última vez llegó con heridas relativamente graves. Unos cortes en el rostro y en sus brazos que al parecer le había realizado algún gato. Un ojo se le infectó esa vez, pero lo trataron a tiempo. Ella, en tanto, tuvo dos novios durante esos años. Relaciones no muy extensas y no tan formales, ciertamente. Uno de esos novios fui yo. El segundo de los novios, para ser exacto. Ella se mostraba feliz pues el mono parecía tenerme aprecio. Eso se traducía en que no me agredía, simplemente, y me dejaba estar con ella sin manifestar celos. Esto era bueno porque al parecer al primer novio lo atacó varias veces. En mi caso lo más grave que hizo fue romper un libro que andaba trayendo. Y no fue con intención. Por lo general tomaba los libros que yo llevaba y los miraba un rato, moviendo sus páginas. No me molesté con él esa vez, pero igualmente es extraño. Me refiero a qué tampoco recuerdo discusión alguna con ella, pero lo cierto es que dejamos de estar juntos mientras aún nos llevábamos bien. De hecho, probablemente, esa haya sido mi única relación sana. Luego nos separamos y pasó el tiempo. No sé cuánto, pero pasó. Un año, tal vez. O dos. Yo la recordaba a ella con cariño, viviendo con su mono. Era agradable, verlos. Parecía que se bastaran el uno al otro. Lamentablemente, fue por entonces que me contaron que uno de los dos había muerto. Una enfermedad fulminante, al parecer. Da lo mismo quién, en todo caso, pues lo importante era que aquello había terminado. La historia era sencilla y ya tenía un final, me dije: Ella había vivido siete años con un mono. Podías narrarla, incluso, y después comenzar otra. Así ocurría siempre, después de todo. En este sentido las cosas, probablemente, nunca iban a cambiar.

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