Suena mucho este teclado. Tanto así que me incomoda. Y esa incomodidad, por supuesto, afecta mis escritos. Los mal-afecta, digamos. De hecho, si no fuese por el sonido del teclado estoy seguro que ya sería Vonnegut o Dostoievski. Pero claro, como mis oídos no son los de Beethoven, mi talento me abandona. Se aleja del ruido del teclado de igual forma como Dios se aleja de los hombres. Y así es como todo se pudre. O comienza a hacerlo.
-¿A qué te refieres con que suena mucho?-, me preguntan.
-A que suena mucho, po hueón -contesto-. Simplemente a eso.
-¿Pero cuánto es lo que suena? -me insisten.
-¿Quieres una cantidad? -consulto.
-Claro.
-Pues suena mas que la cresta -detallo.
Y como no me dicen nada, aprovecho de agregar:
-Justo lo suficiente para contaminar mi talento.
Sé, por cierto, que lo anterior puede sonar a excusas. Pero puedo asegurarles que no exagero. Y es que incluso cuando no se usa esta sonando ese teclado. Como si fuese un piano de esos que se programan para que reproduzcan alguna melodía. O un viejo al que le cuesta respirar y se ve obligado a hacer ruiditos mientras se acerca la tarde, tras desaprovechar el día.
Y claro… ya ven que eso pasa.
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