sábado, 13 de septiembre de 2025

Todos contra Pompeyo.



Yo también.

Yo también voy contra Pompeyo.

No sé muy bien por qué, pero sé al menos que voy contra él.

Incluso antes que lo atacaran todos, ya lo había escogido como enemigo.

Cuando todos lo apoyaban, me refiero, tras sus triunfos tempranos, yo ya iba contra él.

¡Pompeyo y la conchetumadre…!, le gritaba entonces, desde lejos.

Y debía esconderme para hacerlo, ciertamente, pues debo haber sido el único detractor, en ese entonces, que se atrevía a hacerlo.

De hecho, apenas gritaba, me llenaban de insultos y me arrojaban cualquier cosa que tuviesen a mano, mientras huía del lugar.

¡Qué tiempos aquellos…!

Pero claro, ocurre entonces que Pompeyo poco a poco comienza a mostrar la hilacha en medio de su ejército.

De esta forma, aunque por razones diversas, los detractores de Pompeyo fueron aumentando, y hasta algunos de ellos se organizaron, para comenzarlo a atacar.

Yo, que viví este periodo, debo confesar que no me agradó en lo absoluto.

Y es que prefería odiarlo solo, que ser parte de una multitud, que ahora iba contra él.

¡Todos contra Pompeyo!, gritaban entonces, al unísono.

Pero yo, marcando diferencias, corregía de inmediato: ¡Todos y yo, contra Pompeyo…!

Además, en lo posible, buscaba aclarar que no estaba a favor de César y que no me movía, en lo absoluto, la quema de cartas, ni lo del templo de Jerusalén.

¡Pompeyo y la conchetumadre…!, me limitaba a gritar, como único argumento.

Así, fiel a mis principios, seguí contra él hasta que ocurrió lo que ocurrió (o lo que dicen que ocurrió, más bien), allá en Egipto.

Poco después, incluso, cuando llevaban su cabeza a César, logré que me dejasen sostenerla por un momento y la puse frente a mí.

Esto no es todo, le dije.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales