I.
No te voy a dar lecciones.
O no las correctas, al menos.
No esta vez.
Las lecciones que necesitas, de hecho, no saldrán sino de ti.
Las escucharás afuera, tal vez, pero servirán de nada hasta que cambien de sitio.
No es que lo comprenda muy bien, pero ya sabes como dicen.
Esa es, la conciencia que nos queda.
II.
Menos mal que el esqueleto va por dentro, me dijeron una vez.
Y yo escuché esa vez, y lo pensé y le di mil vueltas, pero no entendí ni mierda.
Supuse que era algo trascendente, en ese entonces, pero hoy no pienso que fue así.
De hecho, hoy pienso que nada, en lo absoluto, es realmente trascendente.
Otra cosa que me dijeron, una vez:
Si Picasso hubiese sido más sutil, no hubiese sido Picasso.
III.
La conciencia que nos queda.
No digo que sea poca o mucha, pero lo justo es que sea suficiente.
Al menos suficiente, pienso yo.
De todas formas, no pienso yo que sea escasa.
Y es que, a fin de cuentas, todo lo que no pudimos comprender forma parte de ese residuo.
Todo lo que nos dijeron, me refiero, y no supimos entender.
Esa es, repito, la conciencia que nos queda.
Y es la forma que elijo, esta vez, para no dar una lección.
(Para no dar ni recibir, lección alguna)
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